Francisco Rodriguez / Índice Político
Ésta, por supuesto, no pretende ser una elegía del recién fallecido ex Presidente Miguel de la Madrid. Ya sus familiares y amigos se encargarán de hacerlo. Lo mismo que los políticos priístas que, convenencieramente, van a treparse a su ataúd y a utilizarlo como plataforma de campaña. De hecho, ya su sucesor y acusado –me decepcionó, dijo, él y su hermano anduvieron metidos con el narco– Carlos Salinas de Gortari transformó en mítin politiquero lo que debieron ser honras fúnebres.
No es elegía, pues. Sí, en cambio, un intento de justidimensionar al personaje al que le correspondió lidiar con la mayor de las crisis sexenales provocadas –que no se olvide– por los gobiernos y poderes fácticos estadounidenses.
Correspondió a De la Madrid, y con él a todos los mexicanos, el pagar la factura de los dos últimos intentos reales, los de Luis Echeverría y José López Portillo, de dotar a México de una auténtica soberanía petrolera. La que ambos mandatarios realizaron para que en el país se desarrollara la industria petroquímica, lo que provocó que las grandes transnacionales presionaran a la Casa Blanca y ésta obligara –con el descenso del precio de barril de petróleo de 40 a sólo 2 dólares– a que se reformara la Constitución para que prácticamente toda la petroquímica dejase de ser estratégica y por ende reservada al Estado mexicano. Desde entonces México sólo exporta petróleo crudo e importa todos sus derivados. La gasolina, incluida.
Presiones monetarias, al mismo tiempo. Las heredadas por el acto soberano de estatizar la banca –a cargo de JLP–, y las provocadas por reprivatizarla por su secretario de Programación Carlos Salinas, a trochas y a mochas. Con ello se desarrolló aquí la peor de las espirales inflacionarias.
Fue, en síntesis, presionado para que en México se adoptara el neoliberalismo económico que Margaret Thatcher y Ronald Regan impulsaban a nivel planetario.
Y sí, claro, tuvo errores. La ausencia de su Administración, la de él mismo, entre los miles de dolientes por las víctimas del terremoto del 19 de septiembre de 1985 que algunos justificaron tras un temor a un golpe de Estado a cargo del Ejército que, en las calles, habría tomado el control de la situación.
El mayor de todos, sin duda, la expulsión de las filas del PRI de sus disidentes Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo, así como la falsificación de la voluntad popular en las cuestionadas elecciones presidenciales de 1988, con lo que en mala hora entronizó a Carlos Salinas de Gortari –luego se arrepentiría públicamente de ello–, perpetrándose así el primero de los dos grandes fraudes electorales de la historia moderna del país. El segundo lo estamos padeciendo precisamente ahora.
Los pros y los contras. Cada cual dirá de entre ellos cuáles son los que más pesan.
De la Madrid fue mejor ex Presidente que Presidente en funciones.
Culto, experto en el terreno de la jurisprudencia, posgraduado en cuestiones económicas, impulsó la expansión de la editorial gubernamental Fondo de Cultura Económica donde despachó en los últimos dos sexenios del siglo XX, los últimos dos de los priístas en el gobierno.
Cauto, discreto, sólo en sus últimos meses sacó de su dañado pecho –enfisema pulmonar– mucho de lo que en él se le había atragantado, muy en especial la doble cara, el doble rasero, de la mayoría de quienes siempre le adularon. Salinas, sí, pero también Gamboa, que ahora aparecen cariacontecidos en sus funerales.
De la Madrid murió prácticamente solo. Desde hacía meses todos lo habían hecho a un lado, para no disgustar a Salinas de Gortari. Sus ires y venires –dos, tres veces por semana– al Sanatorio Español sólo eran acompañados por su digna viuda, doña Paloma.
Miguel de la Madrid es ya parte de la Historia nacional.
El juicio de ésta, que se da paulatinamente al paso de los años, sigue pendiente.
Mientras tanto mis condolencias a Enrique, a Margarita, a Federico y a Fabiola, a todos sus hijos. Y por supuesto a su ahora viuda, doña Paloma.
Descanse en paz.
Índice Flamígero: A diferencia de Vicente Fox que, a su muerte, no honró a su sucesor José López Portillo como merecía su dignidad de ex Presidente, la fallida Administración de Felipe Calderón sí organizó anoche un funeral de Estado para Miguel de la Madrid. Son tiempos electorales, claro, y el ocupante de Los Pinos busca obtener raja política que lo beneficie a él y a su partido. Sólo eso. + + + Recordó el líder senatorial Manlio Fabio Beltrones que “la gestión presidencial no ha concluido–¡uff, aún faltan 242 días!–: al gobierno le corresponde la tarea de velar por el orden y la seguridad, atender la pobreza de la mayoría, así como la falta de crecimiento y de oportunidades de empleo y educación de los jóvenes.”
Ésta, por supuesto, no pretende ser una elegía del recién fallecido ex Presidente Miguel de la Madrid. Ya sus familiares y amigos se encargarán de hacerlo. Lo mismo que los políticos priístas que, convenencieramente, van a treparse a su ataúd y a utilizarlo como plataforma de campaña. De hecho, ya su sucesor y acusado –me decepcionó, dijo, él y su hermano anduvieron metidos con el narco– Carlos Salinas de Gortari transformó en mítin politiquero lo que debieron ser honras fúnebres.
No es elegía, pues. Sí, en cambio, un intento de justidimensionar al personaje al que le correspondió lidiar con la mayor de las crisis sexenales provocadas –que no se olvide– por los gobiernos y poderes fácticos estadounidenses.
Correspondió a De la Madrid, y con él a todos los mexicanos, el pagar la factura de los dos últimos intentos reales, los de Luis Echeverría y José López Portillo, de dotar a México de una auténtica soberanía petrolera. La que ambos mandatarios realizaron para que en el país se desarrollara la industria petroquímica, lo que provocó que las grandes transnacionales presionaran a la Casa Blanca y ésta obligara –con el descenso del precio de barril de petróleo de 40 a sólo 2 dólares– a que se reformara la Constitución para que prácticamente toda la petroquímica dejase de ser estratégica y por ende reservada al Estado mexicano. Desde entonces México sólo exporta petróleo crudo e importa todos sus derivados. La gasolina, incluida.
Presiones monetarias, al mismo tiempo. Las heredadas por el acto soberano de estatizar la banca –a cargo de JLP–, y las provocadas por reprivatizarla por su secretario de Programación Carlos Salinas, a trochas y a mochas. Con ello se desarrolló aquí la peor de las espirales inflacionarias.
Fue, en síntesis, presionado para que en México se adoptara el neoliberalismo económico que Margaret Thatcher y Ronald Regan impulsaban a nivel planetario.
Y sí, claro, tuvo errores. La ausencia de su Administración, la de él mismo, entre los miles de dolientes por las víctimas del terremoto del 19 de septiembre de 1985 que algunos justificaron tras un temor a un golpe de Estado a cargo del Ejército que, en las calles, habría tomado el control de la situación.
El mayor de todos, sin duda, la expulsión de las filas del PRI de sus disidentes Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo, así como la falsificación de la voluntad popular en las cuestionadas elecciones presidenciales de 1988, con lo que en mala hora entronizó a Carlos Salinas de Gortari –luego se arrepentiría públicamente de ello–, perpetrándose así el primero de los dos grandes fraudes electorales de la historia moderna del país. El segundo lo estamos padeciendo precisamente ahora.
Los pros y los contras. Cada cual dirá de entre ellos cuáles son los que más pesan.
De la Madrid fue mejor ex Presidente que Presidente en funciones.
Culto, experto en el terreno de la jurisprudencia, posgraduado en cuestiones económicas, impulsó la expansión de la editorial gubernamental Fondo de Cultura Económica donde despachó en los últimos dos sexenios del siglo XX, los últimos dos de los priístas en el gobierno.
Cauto, discreto, sólo en sus últimos meses sacó de su dañado pecho –enfisema pulmonar– mucho de lo que en él se le había atragantado, muy en especial la doble cara, el doble rasero, de la mayoría de quienes siempre le adularon. Salinas, sí, pero también Gamboa, que ahora aparecen cariacontecidos en sus funerales.
De la Madrid murió prácticamente solo. Desde hacía meses todos lo habían hecho a un lado, para no disgustar a Salinas de Gortari. Sus ires y venires –dos, tres veces por semana– al Sanatorio Español sólo eran acompañados por su digna viuda, doña Paloma.
Miguel de la Madrid es ya parte de la Historia nacional.
El juicio de ésta, que se da paulatinamente al paso de los años, sigue pendiente.
Mientras tanto mis condolencias a Enrique, a Margarita, a Federico y a Fabiola, a todos sus hijos. Y por supuesto a su ahora viuda, doña Paloma.
Descanse en paz.
Índice Flamígero: A diferencia de Vicente Fox que, a su muerte, no honró a su sucesor José López Portillo como merecía su dignidad de ex Presidente, la fallida Administración de Felipe Calderón sí organizó anoche un funeral de Estado para Miguel de la Madrid. Son tiempos electorales, claro, y el ocupante de Los Pinos busca obtener raja política que lo beneficie a él y a su partido. Sólo eso. + + + Recordó el líder senatorial Manlio Fabio Beltrones que “la gestión presidencial no ha concluido–¡uff, aún faltan 242 días!–: al gobierno le corresponde la tarea de velar por el orden y la seguridad, atender la pobreza de la mayoría, así como la falta de crecimiento y de oportunidades de empleo y educación de los jóvenes.”
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