Raymundo Riva Palacio
Andrés Manuel López Obrador está apurado por sacudirse los lastres. El más importante para su actual campaña presidencial es el plantón en Paseo de la Reforma en 2006, en protesta por la victoria de Felipe Calderón en las elecciones presidenciales. Fueron 49 días críticos para el futuro de López Obrador, donde se consolidó la izquierda social pero se evaporó su respaldo en las clases medias. El candidato lo ha justificado como un acto de sacrificio para evitar la violencia, pero el plantón fue visto, entonces y ahora, como una metáfora de su arrebato.
Varios de sus asesores le sugirieron realizar mejor una huelga de hambre, pero rechazó la idea y forzó a toda la izquierda a montar campamentos sobre Reforma. Ese episodio renació en estos días con la ruptura de López Obrador con quien encabezó la protesta callejera en su nombre, el diputado Gerardo Fernández Noroña, quien declaró que le “está dando la espalda al movimiento y a los ideales que defendimos”. El candidato, dijo, le pidió que se distanciara de él, y su viejo francotirador, aceptó.
¿Qué está haciendo López Obrador? Matemática electoral. López Obrador perdió la elección presidencial por 0.56 puntos –meterse una vez más en la discusión si ganó o le arrebataron la victoria es totalmente ocioso-, que significó un total de 250 mil votos en números redondos. De acuerdo con encuestas postelectorales, en ese mes y medio de plantón, López Obrador perdió ocho puntos, equivalentes a cuatro millones de votos, y su imagen cayó entre 10 y 20 puntos. Mantenerse como jefe político de la izquierda social –la parlamentaria jugó bajo las reglas de las instituciones- no le trajo beneficios. Sus negativos se acumularon y se encuentran, según Consulta Mitofsky, en 32%.
En este contexto, es tan cierta la afirmación de Fernández Noroña que dio la espalda a quienes lo apoyaron en la pelea callejera postelectoral, como contundente el hecho que esa línea estratégica no le construyó un futuro, y sí lo tiene en riesgo de hundir a la izquierda como fuerza política. La imagen beligerante de la izquierda tiene rendimientos decrecientes. La encuesta de Covarrubias y Asociados, que en 2006 trabajó para López Obrador, refleja que el gran pasivo del candidato es el PRD, que de febrero a marzo de este año cayó en apoyo ocho puntos, el lastre de una estrategia equivocada durante seis años que daña a su candidato.
El López Obrador de 2012 es muy diferente al de 2006 en cuanto a maduración política y visión electoral. Ya da entrevistas de prensa y tiene spots; quiere debates y hace caso a sus asesores de imagen. Buscar recuperar el camino perdido y romper con las caras de la beligerancia y la corrupción, como es el caso de René Bejarano, su ex secretario particular grabado mientras recibía dinero de un mecenas, no parece ninguna mala idea, y la encuesta de Covarrubias explica por qué.
Aunque se encuentra a tres puntos de la candidata del PAN, Josefina Vázquez Mota –un empate técnico-, en todos los atributos que busca un elector en un presidente, la apabulla: tres veces en experiencia, el doble en conocedor de problemas, casi el doble en sencillez y 10 puntos arriba en liderazgo. Sólo empatan en honestidad. Es decir, personalmente lo ven como un mucho mejor candidato que Vázquez Mota. Pero para que sus números mejoren, tiene que hacer cambios radicales en sus estrategias –que ya comenzó a hacer-, y a deslindarse de los grupos radicales que lo hunden.
Hacerlo no es traicionar, sino realinear políticamente lo que se necesite para ganar. La política no es pura, ni tiene santos. López Obrador ha comenzado a actuar con el pragmatismo que se requiere para avanzar. Nada le garantiza que en tres meses revierta seis años de caída, pero se encuentra a tiempo para hacer una gran campaña y vaya a buscar el voto de aquellos que perdió en el plantón, con hechos no retórica. Si lo logra, impedirá que la elección sea entre dos y más allá si gana la Presidencia o no, recuperará para la izquierda un lugar preponderante que, en el largo plazo, se necesita como contrapeso en este país todavía de tanta inequidad.
Andrés Manuel López Obrador está apurado por sacudirse los lastres. El más importante para su actual campaña presidencial es el plantón en Paseo de la Reforma en 2006, en protesta por la victoria de Felipe Calderón en las elecciones presidenciales. Fueron 49 días críticos para el futuro de López Obrador, donde se consolidó la izquierda social pero se evaporó su respaldo en las clases medias. El candidato lo ha justificado como un acto de sacrificio para evitar la violencia, pero el plantón fue visto, entonces y ahora, como una metáfora de su arrebato.
Varios de sus asesores le sugirieron realizar mejor una huelga de hambre, pero rechazó la idea y forzó a toda la izquierda a montar campamentos sobre Reforma. Ese episodio renació en estos días con la ruptura de López Obrador con quien encabezó la protesta callejera en su nombre, el diputado Gerardo Fernández Noroña, quien declaró que le “está dando la espalda al movimiento y a los ideales que defendimos”. El candidato, dijo, le pidió que se distanciara de él, y su viejo francotirador, aceptó.
¿Qué está haciendo López Obrador? Matemática electoral. López Obrador perdió la elección presidencial por 0.56 puntos –meterse una vez más en la discusión si ganó o le arrebataron la victoria es totalmente ocioso-, que significó un total de 250 mil votos en números redondos. De acuerdo con encuestas postelectorales, en ese mes y medio de plantón, López Obrador perdió ocho puntos, equivalentes a cuatro millones de votos, y su imagen cayó entre 10 y 20 puntos. Mantenerse como jefe político de la izquierda social –la parlamentaria jugó bajo las reglas de las instituciones- no le trajo beneficios. Sus negativos se acumularon y se encuentran, según Consulta Mitofsky, en 32%.
En este contexto, es tan cierta la afirmación de Fernández Noroña que dio la espalda a quienes lo apoyaron en la pelea callejera postelectoral, como contundente el hecho que esa línea estratégica no le construyó un futuro, y sí lo tiene en riesgo de hundir a la izquierda como fuerza política. La imagen beligerante de la izquierda tiene rendimientos decrecientes. La encuesta de Covarrubias y Asociados, que en 2006 trabajó para López Obrador, refleja que el gran pasivo del candidato es el PRD, que de febrero a marzo de este año cayó en apoyo ocho puntos, el lastre de una estrategia equivocada durante seis años que daña a su candidato.
El López Obrador de 2012 es muy diferente al de 2006 en cuanto a maduración política y visión electoral. Ya da entrevistas de prensa y tiene spots; quiere debates y hace caso a sus asesores de imagen. Buscar recuperar el camino perdido y romper con las caras de la beligerancia y la corrupción, como es el caso de René Bejarano, su ex secretario particular grabado mientras recibía dinero de un mecenas, no parece ninguna mala idea, y la encuesta de Covarrubias explica por qué.
Aunque se encuentra a tres puntos de la candidata del PAN, Josefina Vázquez Mota –un empate técnico-, en todos los atributos que busca un elector en un presidente, la apabulla: tres veces en experiencia, el doble en conocedor de problemas, casi el doble en sencillez y 10 puntos arriba en liderazgo. Sólo empatan en honestidad. Es decir, personalmente lo ven como un mucho mejor candidato que Vázquez Mota. Pero para que sus números mejoren, tiene que hacer cambios radicales en sus estrategias –que ya comenzó a hacer-, y a deslindarse de los grupos radicales que lo hunden.
Hacerlo no es traicionar, sino realinear políticamente lo que se necesite para ganar. La política no es pura, ni tiene santos. López Obrador ha comenzado a actuar con el pragmatismo que se requiere para avanzar. Nada le garantiza que en tres meses revierta seis años de caída, pero se encuentra a tiempo para hacer una gran campaña y vaya a buscar el voto de aquellos que perdió en el plantón, con hechos no retórica. Si lo logra, impedirá que la elección sea entre dos y más allá si gana la Presidencia o no, recuperará para la izquierda un lugar preponderante que, en el largo plazo, se necesita como contrapeso en este país todavía de tanta inequidad.
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