Fausto Pretelín
En las elecciones presidenciales se esconde un juego psicológico. Algo más. Es la psicología la que revela el entramado ideológico del ciudadano. Las preferencias electorales, en nuestro siglo, trascienden a las ideologías políticas. ¿Por quién votar?
La segunda vuelta de las elecciones presidenciales francesas puede ser analizada a partir de lo ocurrido durante la primera vuelta en la que participaron 10 candidatos. La prospectiva del voto del próximo 6 de mayo proviene del 30% de los votos “destructivos” que se repartieron, principalmente los candidatos de los extremos, izquierdo y derecho. Le Pen y Mélenchon.
Marine Le Pen se convirtió el pasado domingo, lo que los encuestólogos denominan la espiral del silencio. “Votaré por ella pero no lo haré público”. “Soy del Frente Nacional pero no lo digo para evitar polémicas en las sobremesas”. El sonrojo que esconde la vergüenza por apoyar una idea tan indignante como es la “solidaridad étnica”. Un concepto sucedáneo de la hermandad que depende del “estilo” sanguíneo o pigmentación racial.
En Le Pen, el francés depositó su rencor histórico por los alemanes. Corrijo, no lo hicieron todos los franceses. Sí votaron por Le Pen dos de cada diez. Al decir rencor por lo alemanes, me refiero al estigma que carga Angela Merkel tras su espalda porque, para muchos, la Unión Europa es Angela Merkel (durante mucho tiempo flotó en el terreno de las percepciones, el matrimonio europeo entre Merkel y Sarkozy). Ecuación con dos variables convertida (por los franceses) en una sola gracias a Le Pen, pero también gracias a Sarkozy.
Desde el anti europeísmo francés se dice que Alemania debe dominar a Europa como la Prusia de Bismarck dominó en Alemania, y también los lepenistas anti europeos no desean ser “conquistados” por africanos o musulmanes.
Por el extremo izquierdo, casi jacobino, Mélenchon excitó a sus fans a través de la promesas que siempre son ficción en los ambientes de campañas electorales, como por ejemplo, el incremento del salario mínimo para alcanzar los mil 700 euros (30 mil 600 pesos), regresar a las 35 horas semanales de trabajo y jubilarse a los 60 años.
Francois Hollande ganará la segunda vuelta porque Nicolas Sarkozy se engolosinó con ejercitar el pragmatismo. Supo que las elecciones se ganan y se pierden desde el centro. Pero durante toda la campaña apostó por quitarle a Marine Le Pen una parte importante de sus votantes. Arriesgó su credibilidad en el espectro de los centristas y perdió. Estaba desesperado por el ascenso de Hollande. La noche del domingo pidió a los seguidores del Frente Nacional su voto. Dijo que los entendía. Con estas palabras, electoralmente, Sarkozy no tiene oportunidad de ganar la segunda vuelta.
Quienes votaron por Francois Bayrou (centrista) no lo harán por Sarkozy. Al menos la mayoría de ellos. Bayrou no logró superar el 10% de los votos. Las matemáticas no le ayudarán a Sarkozy. Hollande se llevará los votos de Mélenchon, Joly, Poutou y Artaud (todos de izquierda) quienes ya le mostraron a Hollande su apoyo. Hollande tiene asegurado el 43% de los votos en la segunda vuelta. El 7% más un voto lo encontrará en los seguidores de Bayrou. Y lo hará sin mayor problema.
El significado de las elecciones presidenciales en el siglo XXI dejó de ser un ejercicio dividido en periodos de cuatro, seis u ocho años. La población vota todos los días a través de las redes sociales. Los franceses se hartaron de la frivolidad revestida de pragmatismo. Sarkozy dejó de ser esperanza. En la psicología del electorado no hay nada por descubrir. Se acabó un ciclo.
En las elecciones presidenciales se esconde un juego psicológico. Algo más. Es la psicología la que revela el entramado ideológico del ciudadano. Las preferencias electorales, en nuestro siglo, trascienden a las ideologías políticas. ¿Por quién votar?
La segunda vuelta de las elecciones presidenciales francesas puede ser analizada a partir de lo ocurrido durante la primera vuelta en la que participaron 10 candidatos. La prospectiva del voto del próximo 6 de mayo proviene del 30% de los votos “destructivos” que se repartieron, principalmente los candidatos de los extremos, izquierdo y derecho. Le Pen y Mélenchon.
Marine Le Pen se convirtió el pasado domingo, lo que los encuestólogos denominan la espiral del silencio. “Votaré por ella pero no lo haré público”. “Soy del Frente Nacional pero no lo digo para evitar polémicas en las sobremesas”. El sonrojo que esconde la vergüenza por apoyar una idea tan indignante como es la “solidaridad étnica”. Un concepto sucedáneo de la hermandad que depende del “estilo” sanguíneo o pigmentación racial.
En Le Pen, el francés depositó su rencor histórico por los alemanes. Corrijo, no lo hicieron todos los franceses. Sí votaron por Le Pen dos de cada diez. Al decir rencor por lo alemanes, me refiero al estigma que carga Angela Merkel tras su espalda porque, para muchos, la Unión Europa es Angela Merkel (durante mucho tiempo flotó en el terreno de las percepciones, el matrimonio europeo entre Merkel y Sarkozy). Ecuación con dos variables convertida (por los franceses) en una sola gracias a Le Pen, pero también gracias a Sarkozy.
Desde el anti europeísmo francés se dice que Alemania debe dominar a Europa como la Prusia de Bismarck dominó en Alemania, y también los lepenistas anti europeos no desean ser “conquistados” por africanos o musulmanes.
Por el extremo izquierdo, casi jacobino, Mélenchon excitó a sus fans a través de la promesas que siempre son ficción en los ambientes de campañas electorales, como por ejemplo, el incremento del salario mínimo para alcanzar los mil 700 euros (30 mil 600 pesos), regresar a las 35 horas semanales de trabajo y jubilarse a los 60 años.
Francois Hollande ganará la segunda vuelta porque Nicolas Sarkozy se engolosinó con ejercitar el pragmatismo. Supo que las elecciones se ganan y se pierden desde el centro. Pero durante toda la campaña apostó por quitarle a Marine Le Pen una parte importante de sus votantes. Arriesgó su credibilidad en el espectro de los centristas y perdió. Estaba desesperado por el ascenso de Hollande. La noche del domingo pidió a los seguidores del Frente Nacional su voto. Dijo que los entendía. Con estas palabras, electoralmente, Sarkozy no tiene oportunidad de ganar la segunda vuelta.
Quienes votaron por Francois Bayrou (centrista) no lo harán por Sarkozy. Al menos la mayoría de ellos. Bayrou no logró superar el 10% de los votos. Las matemáticas no le ayudarán a Sarkozy. Hollande se llevará los votos de Mélenchon, Joly, Poutou y Artaud (todos de izquierda) quienes ya le mostraron a Hollande su apoyo. Hollande tiene asegurado el 43% de los votos en la segunda vuelta. El 7% más un voto lo encontrará en los seguidores de Bayrou. Y lo hará sin mayor problema.
El significado de las elecciones presidenciales en el siglo XXI dejó de ser un ejercicio dividido en periodos de cuatro, seis u ocho años. La población vota todos los días a través de las redes sociales. Los franceses se hartaron de la frivolidad revestida de pragmatismo. Sarkozy dejó de ser esperanza. En la psicología del electorado no hay nada por descubrir. Se acabó un ciclo.
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