Jorge Fernández Menéndez
Los cambios que anunció ayer Josefina Vázquez Mota en su equipo de campaña y en su estrategia operativa constituyen la última oportunidad de la candidata del PAN para alcanzar a Enrique Peña Nieto en una lucha electoral a la que apenas le quedan 80 días. Muchas veces dijimos en este espacio que el tiempo y la forma en la que había diseñado Acción Nacional su periodo de precampaña, con la consiguiente lucha interna planteada, debilitaría a ese partido porque le quitaba tiempo para la verdadera competencia, que no es interna sino con sus adversarios políticos, pero también porque dejaría heridas que no iban a cerrar fácilmente.
El hecho es que han tenido que pasar prácticamente dos meses desde que Josefina ganó la interna de su partido para que se comenzara a reconfigurar un equipo de campaña que reflejara las diferentes expresiones del panismo. Decía el poeta Jorge Luis Borges que lo que unía no era el amor sino el espanto, y creo que mucho de eso es lo que vemos en la reconfiguración del equipo de campaña de Josefina. Una campaña en la cual ha habido errores, quizás el más grave el del acto en el Estadio Azul, pero donde lo más importante es que no ha habido el entusiasmo compartido de todo el panismo detrás de la campaña. La derrota de Cordero y de Creel, la distancia con Fox, las divisiones internas que generó o dejó al descubierto la interna, dejaron heridas que han tardado en cerrar, incluso después de la distribución de las candidaturas para diputados y senadores.
Son muchos y al mismo tiempo no son tantos los movimientos en el equipo de Josefina. Creo que algunos están por disciplina y por imagen, y es lógico que así sea. Otras incorporaciones y adecuaciones son importantes. Por muchas razones, la más importante en ese equipo, desde nuestra óptica, es la de Juan Ignacio Zavala, quien impulsó en su momento a Alonso Lujambio, se incorporó luego a la precampaña de Ernesto Cordero (y fue el responsable de hacerlo competitivo en ese proceso) y que ahora recala en el equipo de Josefina para convertirse en la pieza que quizá más le falta a su coordinador Roberto Gil: un verdadero operador político en campaña, que sepa combinar el mensaje con la acción. Y en la operación tendrá que haber dos brazos fundamentales, por una parte Diódoro Carrasco (que está protagonizando en Oaxaca la campaña local más exitosa de la corriente que apoya a Josefina ) y, por la otra, Juan Manuel Oliva, que acaba de dejar la gubernatura del estado más panista del país, Guanajuato.
Creo que muchas de las otras incorporaciones son más simbólicas que reales. Por supuesto que sirven políticamente, pero la operación cotidiana no puede estar en tantas manos, y mucho menos la operación de un cuarto de guerra. Lo que falta en el equipo de Josefina y lo que le pueden otorgar algunas de estas incorporaciones es la audacia para ir más allá de generación de contrastes, la búsqueda de las debilidades en la campaña de Peña Nieto. Hoy no lo tienen, y a pesar de que el lema de Josefina es la diferencia, ella no logra plasmarse ni en los discursos ni mucho menos en los spots televisivos.
Peña Nieto ha demostrado ser un candidato muy sólido, con una estructura detrás suyo que funciona perfectamente bien y al que, por lo tanto, es difícil encontrarle debilidades. Claro que las tiene, como cualquier político o candidato, pero hasta ahora no han sido explotadas y Peña ha sabido vacunarse contra ellas antes de que se hagan incluso públicas. En términos operativos está haciendo en la campaña lo que dice el manual: su equipo operativo es el suyo, el cercano, en el que deposita la confianza. El equipo ampliado va mucho más allá, incluso con sectores y personajes con los que no tiene plena coincidencia. Y de la mano con ellos ha logrado arrastrar a casi todo su partido. No sé si a los priistas los une el amor, pero en este caso tampoco es el espanto: es la expectativa del regreso al poder. Y lo están haciendo muy bien.
A los panistas y a los partidarios de Josefina los debería unir la expectativa de conservarlo por encima de cualquier otra cosa. Falta asentar la convicción de que si el PAN pierde esta elección le costará mucho regresar en el futuro al poder, porque hay y habrá liderazgos emergentes en el futuro, a derecha e izquierda, que dejarán a estas generaciones de lado. Pero, por sobre todas las cosas, deberían erradicar una actitud de cansancio del poder, de conformidad con regresar a la oposición, que se percibe en muchos de sus hombres y mujeres. La audacia y la pasión que muestren su candidata y su equipo cercano serán lo único que les permita transformar ese sentimiento, ese agotamiento que, en la política, y en la vida, es el mayor obstáculo para que no se puedan alcanzar los logros que individuos, instituciones, países, se proponen. Si Josefina quiere ser la diferencia, debe demostrarlo ahora, no tiene más tiempo.
Los cambios que anunció ayer Josefina Vázquez Mota en su equipo de campaña y en su estrategia operativa constituyen la última oportunidad de la candidata del PAN para alcanzar a Enrique Peña Nieto en una lucha electoral a la que apenas le quedan 80 días. Muchas veces dijimos en este espacio que el tiempo y la forma en la que había diseñado Acción Nacional su periodo de precampaña, con la consiguiente lucha interna planteada, debilitaría a ese partido porque le quitaba tiempo para la verdadera competencia, que no es interna sino con sus adversarios políticos, pero también porque dejaría heridas que no iban a cerrar fácilmente.
El hecho es que han tenido que pasar prácticamente dos meses desde que Josefina ganó la interna de su partido para que se comenzara a reconfigurar un equipo de campaña que reflejara las diferentes expresiones del panismo. Decía el poeta Jorge Luis Borges que lo que unía no era el amor sino el espanto, y creo que mucho de eso es lo que vemos en la reconfiguración del equipo de campaña de Josefina. Una campaña en la cual ha habido errores, quizás el más grave el del acto en el Estadio Azul, pero donde lo más importante es que no ha habido el entusiasmo compartido de todo el panismo detrás de la campaña. La derrota de Cordero y de Creel, la distancia con Fox, las divisiones internas que generó o dejó al descubierto la interna, dejaron heridas que han tardado en cerrar, incluso después de la distribución de las candidaturas para diputados y senadores.
Son muchos y al mismo tiempo no son tantos los movimientos en el equipo de Josefina. Creo que algunos están por disciplina y por imagen, y es lógico que así sea. Otras incorporaciones y adecuaciones son importantes. Por muchas razones, la más importante en ese equipo, desde nuestra óptica, es la de Juan Ignacio Zavala, quien impulsó en su momento a Alonso Lujambio, se incorporó luego a la precampaña de Ernesto Cordero (y fue el responsable de hacerlo competitivo en ese proceso) y que ahora recala en el equipo de Josefina para convertirse en la pieza que quizá más le falta a su coordinador Roberto Gil: un verdadero operador político en campaña, que sepa combinar el mensaje con la acción. Y en la operación tendrá que haber dos brazos fundamentales, por una parte Diódoro Carrasco (que está protagonizando en Oaxaca la campaña local más exitosa de la corriente que apoya a Josefina ) y, por la otra, Juan Manuel Oliva, que acaba de dejar la gubernatura del estado más panista del país, Guanajuato.
Creo que muchas de las otras incorporaciones son más simbólicas que reales. Por supuesto que sirven políticamente, pero la operación cotidiana no puede estar en tantas manos, y mucho menos la operación de un cuarto de guerra. Lo que falta en el equipo de Josefina y lo que le pueden otorgar algunas de estas incorporaciones es la audacia para ir más allá de generación de contrastes, la búsqueda de las debilidades en la campaña de Peña Nieto. Hoy no lo tienen, y a pesar de que el lema de Josefina es la diferencia, ella no logra plasmarse ni en los discursos ni mucho menos en los spots televisivos.
Peña Nieto ha demostrado ser un candidato muy sólido, con una estructura detrás suyo que funciona perfectamente bien y al que, por lo tanto, es difícil encontrarle debilidades. Claro que las tiene, como cualquier político o candidato, pero hasta ahora no han sido explotadas y Peña ha sabido vacunarse contra ellas antes de que se hagan incluso públicas. En términos operativos está haciendo en la campaña lo que dice el manual: su equipo operativo es el suyo, el cercano, en el que deposita la confianza. El equipo ampliado va mucho más allá, incluso con sectores y personajes con los que no tiene plena coincidencia. Y de la mano con ellos ha logrado arrastrar a casi todo su partido. No sé si a los priistas los une el amor, pero en este caso tampoco es el espanto: es la expectativa del regreso al poder. Y lo están haciendo muy bien.
A los panistas y a los partidarios de Josefina los debería unir la expectativa de conservarlo por encima de cualquier otra cosa. Falta asentar la convicción de que si el PAN pierde esta elección le costará mucho regresar en el futuro al poder, porque hay y habrá liderazgos emergentes en el futuro, a derecha e izquierda, que dejarán a estas generaciones de lado. Pero, por sobre todas las cosas, deberían erradicar una actitud de cansancio del poder, de conformidad con regresar a la oposición, que se percibe en muchos de sus hombres y mujeres. La audacia y la pasión que muestren su candidata y su equipo cercano serán lo único que les permita transformar ese sentimiento, ese agotamiento que, en la política, y en la vida, es el mayor obstáculo para que no se puedan alcanzar los logros que individuos, instituciones, países, se proponen. Si Josefina quiere ser la diferencia, debe demostrarlo ahora, no tiene más tiempo.
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