Jorge Carpizo

Jacobo Zabludovsky / Bucareli

En el México actual, tan carente de valores auténticos, la de Jorge Carpizo es una ausencia irreparable.

No hay disciplina del más alto nivel intelectual en donde no se encuentre alguna muestra de su sentido crítico, su disciplina en la investigación, su valor al apartarse de la corriente cómoda o lucrativa, su congruencia entre los puestos desempeñados y sus convicciones personales.

Acérrimo defensor de las mejores causas de México, se enfrentó a los enemigos de los principios que sustentan al Estado moderno, combatió contra los emboscados enemigos del laicismo, defendió los derechos humanos y la cultura basada en el producto de la inteligencia y no de la superchería. Aportó lo mejor de sí mismo al engrandecimiento de las instituciones que han dado grandeza a México y fortalecen las auténticas libertades, las que defienden los principios de la coexistencia en una sociedad moderna. Luchó abiertamente contra el rechazo a las ideas renovadoras y desafió con valor los intereses que florecen en la opresión del pensamiento y prosperan a base de fomentar la ignorancia.

Ayer hubiera venido a casa a la reunión dominical de mediodía y le hubiéramos preguntado sobre las recientes reformas a la Constitución, que conocía como pocos al grado de que su tesis doctoral sobre el presidencialismo mexicano se tradujo a varios idiomas y es fuente clásica de la ciencia política. A la hora en que estoy escribiendo estos deshilachados y tristes recuerdos, estaríamos disfrutando su presencia y aprendiendo de sus palabras.

Fue el primero en felicitarme cuando el Gobierno de Francia, encabezado entonces por el presidente Chirac, me otorgó la Legión de Honor en grado de Caballero, porque sabía, mucho antes de ser embajador en París, que Napoleón Bonaparte la creó en 1802 para sustituir las condecoraciones religiosas dedicadas a santos o milagros, adecuada al código conocido por el nombre del Emperador donde se instituyó el registro civil de nacimientos, matrimonios y defunciones y sirvió de modelo a códigos civiles de numerosos países, incluido México.

A él le entregué en la Rectoría de Ciudad Universitaria la dotación económica del premio de periodismo Rey de España para destinarla a becas de buenos estudiantes en malas condiciones económicas. Agradezco su generosidad al corresponder el donativo con una comida de amigos en la Rectoría de Ciudad Universitaria, que él ocupaba en esa época.

Dirigir la Universidad, el mayor amor de su vida, fue obsesión y entrega de tiempo completo. También recuerdo su presencia en el Patio de Bachilleres de San Ildefonso la noche de la entrega del premio anual de la Fundación UNAM, siendo rector Juan Ramón de la Fuente. Su entusiasmo por nuestra Universidad era contagioso y evocaba, con frecuencia, la visión de Benito Juárez al fundar, cuando el cadáver de Maximiliano no terminaba de secarse, la Escuela Nacional Preparatoria, laica, gratuita, popular y abierta a las doctrinas del positivismo que iluminaron las aulas de estudiantes deslumbrados por las nuevas posibilidades del entendimiento.

No lo olvidaré en múltiples encuentros académicos o sociales. Era un compañero divertido y ocurrente en un estilo de crítica sutil, humorismo refinado y observación profunda, siempre fresco, alejado de lugares comunes, distante por completo del menor asomo de vulgaridad o del chiste en boga. Lector constante, probaba cuánto le debe al libro, todavía, la cultura personal.

Hace un mes me llamó: “¿Me puedes entrevistar en tu programa?”. La respuesta era obvia. Me preguntó cuándo lo podría recibir. Hoy, le dije. “¿De cuánto tiempo dispongo?”. “El que quieras”. Llegó puntual a la cabina de radio, se defendió con prestancia de injurias recientes, habló sonriente de sus enemigos, aludió a temas polémicos de la política nacional y dio una muestra más de su capacidad de síntesis, cualidad de las mentes disciplinadas y superiores. Nos despedimos con un hasta pronto que debió ser ayer y ya no será.

Mezclo el perjuicio que su muerte es para la inteligencia de México con la tristeza de quien pierde a un amigo. Ambas circunstancias van tan juntas que me cuesta trabajo separarlas. Su conducta hacía difícil apartar su labor profesional de su vocación a la amistad. En su caminar rindió siempre homenaje a la lealtad: lealtad a sus principios, a sus compromisos, a sus ideas. Su biografía será una sucesión de relatos para entender sus luchas contra el riesgo de perder lo que ha hecho de la humanidad una humanidad mejor. No fue un personaje menor del México contemporáneo. Todo lo contrario: si alguien quiere comprender nuestra realidad tendrá que acudir a sus libros, tesis, conferencias, entrevistas. A las fuentes que desde hoy son de la historia de México.

Gracias, Señor Rector. Gracias, Jorge.

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