Carlos Ramírez / Indicador Político
Si las evidencias son más que suficientes para probar el agotamiento del modelo de desarrollo dependiente de la estabilidad macroeconómica y su patrón de crecimiento económico que no da más para crecer a 3% promedio anual, los candidatos presidenciales están más preocupados por ganar las elecciones que por ofrecer una alternativa a la crisis.
La declaración formal del candidato neopopulista Andrés Manuel López Obrador de que mantendrá la actual política macroeconómica, cerró las posibilidades de vislumbrar el rediseño de la estrategia neoliberal de desarrollo que impuso Carlos Salinas de Gortari en sus tres tiempos de hegemonía en el pensamiento económico del gobierno: como secretario de Programación y Presupuesto de Miguel de la Madrid, como presidente de la República y como el dedo de oro que impuso a Ernesto Zedillo para sustituir a Luis Donaldo Colosio que quería cambiar el rumbo del neoliberalismo.
La política económica neoliberal se sustenta en el objetivo de las cifras macroeconómicas, sobre todo la inflación como el pivote de cualquier crisis; con el control del alza de los precios se mantiene estable la economía, pero esa meta condiciona a las demás: salarios, tipo de cambio, gasto presupuestal y crecimiento económico. Así, el modelo neoliberal salinista endiosó a la inflación baja como el centro de la política económica.
Lo que le ha faltado al modelo neoliberal ha sido el paquete de reformas estructurales. Los neokeynesianos trasnochados --como Paul Krugman-- insisten en centrar las posibilidades del desarrollo en el gasto público, aunque se trata de un modelo funcional en economías altamente capitalistas como la estadounidense donde no existen los cuellos de botella de las economías de dominio estatista. En México el aumento de gasto público, sin dinamismo productivo privado y control estatal de instancias de la estructura productiva, ha conducido al aumento del déficit presupuestal y éste a la inflación y ésta a las devaluaciones y todas a las crisis generales.
El dilema de modelo de desarrollo mexicano radica en seguir por el mismo camino neoliberal de colocar el objetivo de la estabilidad macroeconómica como meta en sí misma, o en reorganizar la política del desarrollo en función de reformas estructurales en el sistema productivo para estabilizar la economía con un realineamiento de las variables de la crisis. La victoria conceptual del neoliberalismo se basa en la derrota política de los gobernantes.
La continuidad del modelo de desarrollo quitó a las elecciones una de las tres variables del ejercicio del voto: la salida de la crisis económica; las otras dos han sido escondidas también los tres principales candidatos: la reorganización de las bases de legitimidad del Estado con la reforma política para la instauración de la democracia y el nuevo pacto constitucional que permita la liberalización de la dinámica social.
Con Enrique Peña Nieto y Josefina Vázquez Mota se había descontado la continuidad del modelo económico --el salinista Guillermo Ortiz Martínez como asesor económico del primero y los fondomonetaristas Ernesto Cordero y su aliado Agustín Carstens con la segunda--, pero ahora ya el neopopulista López Obrador ya se comprometió con los barones de la riqueza que mantendrá la política macroeconómica salinista.
De ahí que en materia de oferta económica los electores van a tener que optar limitadamente entre el neoliberalismo populista --PAN y PRI-- o el neopopulismo neoliberal --PRD y aliados--, los dos hijos del pensamiento económico del Fondo Monetario Internacional. Con candados macroeconómicos en la inflación --salarios, gasto público y crecimiento económico--, de nueva cuenta se impondrá la doctrina Miguel de La Madrid del ciclo neoliberal en los gobernantes: “un país no crece como debe, sino como puede”. De ahí que el próximo secretario de Hacienda de México, quien quiera que gane las elecciones, será conocido como el Dr. Pangloss del Cándido de Voltaire: hay que vivir en el “mejor de los mundos posible”, no el mejor mundo deseable.
La política social del modelo neoliberal no se preocupa por el bienestar de la sociedad, sino tan sólo por la atención asistencialista de los más pobres, aunque sin modificar la estrategia del desarrollo y permitiendo la existencia de una estructura productiva antigua y con limitaciones en su funcionamiento. El objetivo endiosado de la inflación en una estructura disfuncional como la mexicana limitará el gasto público, el salario y el PIB y las posibilidades de programas asistencialistas dependerá del ahorro en otros rubros y no en la multiplicación de la riqueza productiva.
La diferencia entre el populismo y la economía productiva radica en que el populismo gasta improductivamente el presupuesto público y por tanto no lo convierte en multiplicador de la actividad económica y la economía productiva usa el gasto para dinamizar la producción y por tanto multiplicar el empleo; así, el primero crea dependientes y el segundo detona el mercado interno.
El modelo neoliberal se impuso en 1989 con el arribo del grupo de economistas comandados por Carlos Salinas de Gortari y cumplirá casi un cuarto de siglo en el poder con el saldo que padece el país: el modelo de desarrollo sólo alcanza para el 55% de la población, el 45% de los mexicanos viven en condiciones de pobreza extrema, el salario mínimo hoy tiene el poder de compra de apenas 25% del de 1976, un tercio de la economía está dominada por el subempleo, la desaparición de la economía agrícola, la ruptura del ciclo capitalista de demanda-oferta y la inexistencia de una clase media con su papel de pivote de la producción.
En este sentido y por el continuismo del neoliberalismo macroeconómico, en realidad ya no importa quién gane las elecciones porque seguirá la misma política económica que truncó las posibilidades del desarrollo mexicano.
Si las evidencias son más que suficientes para probar el agotamiento del modelo de desarrollo dependiente de la estabilidad macroeconómica y su patrón de crecimiento económico que no da más para crecer a 3% promedio anual, los candidatos presidenciales están más preocupados por ganar las elecciones que por ofrecer una alternativa a la crisis.
La declaración formal del candidato neopopulista Andrés Manuel López Obrador de que mantendrá la actual política macroeconómica, cerró las posibilidades de vislumbrar el rediseño de la estrategia neoliberal de desarrollo que impuso Carlos Salinas de Gortari en sus tres tiempos de hegemonía en el pensamiento económico del gobierno: como secretario de Programación y Presupuesto de Miguel de la Madrid, como presidente de la República y como el dedo de oro que impuso a Ernesto Zedillo para sustituir a Luis Donaldo Colosio que quería cambiar el rumbo del neoliberalismo.
La política económica neoliberal se sustenta en el objetivo de las cifras macroeconómicas, sobre todo la inflación como el pivote de cualquier crisis; con el control del alza de los precios se mantiene estable la economía, pero esa meta condiciona a las demás: salarios, tipo de cambio, gasto presupuestal y crecimiento económico. Así, el modelo neoliberal salinista endiosó a la inflación baja como el centro de la política económica.
Lo que le ha faltado al modelo neoliberal ha sido el paquete de reformas estructurales. Los neokeynesianos trasnochados --como Paul Krugman-- insisten en centrar las posibilidades del desarrollo en el gasto público, aunque se trata de un modelo funcional en economías altamente capitalistas como la estadounidense donde no existen los cuellos de botella de las economías de dominio estatista. En México el aumento de gasto público, sin dinamismo productivo privado y control estatal de instancias de la estructura productiva, ha conducido al aumento del déficit presupuestal y éste a la inflación y ésta a las devaluaciones y todas a las crisis generales.
El dilema de modelo de desarrollo mexicano radica en seguir por el mismo camino neoliberal de colocar el objetivo de la estabilidad macroeconómica como meta en sí misma, o en reorganizar la política del desarrollo en función de reformas estructurales en el sistema productivo para estabilizar la economía con un realineamiento de las variables de la crisis. La victoria conceptual del neoliberalismo se basa en la derrota política de los gobernantes.
La continuidad del modelo de desarrollo quitó a las elecciones una de las tres variables del ejercicio del voto: la salida de la crisis económica; las otras dos han sido escondidas también los tres principales candidatos: la reorganización de las bases de legitimidad del Estado con la reforma política para la instauración de la democracia y el nuevo pacto constitucional que permita la liberalización de la dinámica social.
Con Enrique Peña Nieto y Josefina Vázquez Mota se había descontado la continuidad del modelo económico --el salinista Guillermo Ortiz Martínez como asesor económico del primero y los fondomonetaristas Ernesto Cordero y su aliado Agustín Carstens con la segunda--, pero ahora ya el neopopulista López Obrador ya se comprometió con los barones de la riqueza que mantendrá la política macroeconómica salinista.
De ahí que en materia de oferta económica los electores van a tener que optar limitadamente entre el neoliberalismo populista --PAN y PRI-- o el neopopulismo neoliberal --PRD y aliados--, los dos hijos del pensamiento económico del Fondo Monetario Internacional. Con candados macroeconómicos en la inflación --salarios, gasto público y crecimiento económico--, de nueva cuenta se impondrá la doctrina Miguel de La Madrid del ciclo neoliberal en los gobernantes: “un país no crece como debe, sino como puede”. De ahí que el próximo secretario de Hacienda de México, quien quiera que gane las elecciones, será conocido como el Dr. Pangloss del Cándido de Voltaire: hay que vivir en el “mejor de los mundos posible”, no el mejor mundo deseable.
La política social del modelo neoliberal no se preocupa por el bienestar de la sociedad, sino tan sólo por la atención asistencialista de los más pobres, aunque sin modificar la estrategia del desarrollo y permitiendo la existencia de una estructura productiva antigua y con limitaciones en su funcionamiento. El objetivo endiosado de la inflación en una estructura disfuncional como la mexicana limitará el gasto público, el salario y el PIB y las posibilidades de programas asistencialistas dependerá del ahorro en otros rubros y no en la multiplicación de la riqueza productiva.
La diferencia entre el populismo y la economía productiva radica en que el populismo gasta improductivamente el presupuesto público y por tanto no lo convierte en multiplicador de la actividad económica y la economía productiva usa el gasto para dinamizar la producción y por tanto multiplicar el empleo; así, el primero crea dependientes y el segundo detona el mercado interno.
El modelo neoliberal se impuso en 1989 con el arribo del grupo de economistas comandados por Carlos Salinas de Gortari y cumplirá casi un cuarto de siglo en el poder con el saldo que padece el país: el modelo de desarrollo sólo alcanza para el 55% de la población, el 45% de los mexicanos viven en condiciones de pobreza extrema, el salario mínimo hoy tiene el poder de compra de apenas 25% del de 1976, un tercio de la economía está dominada por el subempleo, la desaparición de la economía agrícola, la ruptura del ciclo capitalista de demanda-oferta y la inexistencia de una clase media con su papel de pivote de la producción.
En este sentido y por el continuismo del neoliberalismo macroeconómico, en realidad ya no importa quién gane las elecciones porque seguirá la misma política económica que truncó las posibilidades del desarrollo mexicano.
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