Ricardo Rocha
Para empezar, ¿quién va ganando? Parece, lo sé, una pregunta ociosa cuando la absoluta totalidad de las encuestas señalan que se trata de Enrique Peña Nieto, quien se perfila inevitablemente a ser presidente de México. Es más, la mayoría de esos sondeos sitúan al priísta alrededor de 50% de las preferencias, a Josefina Vázquez Mota, candidata del PAN, en torno a 30% y al candidato de la izquierda Andrés Manuel López Obrador circundando 20%. Y según estas mismas encuestas llevan así casi un mes y con pocas perspectivas de movimientos bruscos, lo que estaría prefigurando una contienda más aburrida que una liguilla sin mis Pumas.
Pero hete aquí que aparece doña María de las Heras –en un tiempo oráculo infalible– para decirnos que no. Que la distancia entre Peña Nieto y Vázquez Mota es ya sólo de 8 puntos y que –todavía más espectacular– la candidata panista aventaja a López Obrador por tan sólo un punto: 38.9, 30.6 y 29.2 para ser exactos. Es más, la célebre directora de Demotecnia ofrece una tecniquísima explicación para demostrar que sus colegas encuestólogos andan equivocados al darle a Enrique 20 puntos de ventaja sobre Josefina y 30 sobre Andrés Manuel.
Yo no sé quién tenga la razón. Pero lo que Demotecnia plantea es una elección cerrada, ya no de dos sino de tres y en la que todo acierto o tropiezo movería a cualquiera de los tres candidatos principales rápidamente hacia arriba o hacia abajo. ¿A quién creerle?
Por lo pronto, y en su afán de acortar distancias, partidos y candidatos insisten en darse con todo. Es el caso del PAN, porfiando en su campaña de “Peña es un mentiroso”, con tan mala fortuna que equivocan el lugar y la obra inconclusa del candidato del PRI. ¿De verdad no hay nadie que les regale un despertador, una brújula, una bebida energética y una Guía Roji? Una campaña dentro de la campaña.
A propósito, los factores para que se mantenga el statu quo y Peña Nieto llegue a la Presidencia no parecen tan complicados: que nadie se mueva; menos él, administrando su ventaja, evitando los territorios comanches y enconchándose en el debate; que Josefina siga enredada entre los hilos de Los Pinos, su partido y su propio equipo de campaña… el tiempo como agua entre las manos; que Andrés Manuel siga atrapado en medio del movimiento pendular que lo ha llevado de la toma de Reforma y al diablo con las instituciones a la república amorosa y al perdón absoluto aun a quienes lo dañaron, no sólo a él, sino a la nación entera.
En cambio los elementos para dinamizar la contienda son más complejos: que Josefina se desmarque al fin del yugo calderonista y establezca su distancia y si es posible, su ruptura; que Andrés Manuel arriesgue el pellejo una vez más y retome el discurso de la chispa beligerante –que no necesariamente violenta– que muchos de sus seguidores, ahora indecisos, le extrañan.
Por su parte, Enrique tendría el incentivo de no sólo mantenerse en la punta, sino de construir un verdadero liderazgo que le diera la legitimidad necesaria en caso de llegar a la Presidencia, sin necesidad de “quiñazos” como el de Salinas o guerras antinarco como Calderón.
Por supuesto que faltan los debates que, sin embargo –y dada la rigidez pactadamente convenenciera–, no parece que cambiarán dramáticamente las perspectivas por sí mismos. Vamos a ver.
Para empezar, ¿quién va ganando? Parece, lo sé, una pregunta ociosa cuando la absoluta totalidad de las encuestas señalan que se trata de Enrique Peña Nieto, quien se perfila inevitablemente a ser presidente de México. Es más, la mayoría de esos sondeos sitúan al priísta alrededor de 50% de las preferencias, a Josefina Vázquez Mota, candidata del PAN, en torno a 30% y al candidato de la izquierda Andrés Manuel López Obrador circundando 20%. Y según estas mismas encuestas llevan así casi un mes y con pocas perspectivas de movimientos bruscos, lo que estaría prefigurando una contienda más aburrida que una liguilla sin mis Pumas.
Pero hete aquí que aparece doña María de las Heras –en un tiempo oráculo infalible– para decirnos que no. Que la distancia entre Peña Nieto y Vázquez Mota es ya sólo de 8 puntos y que –todavía más espectacular– la candidata panista aventaja a López Obrador por tan sólo un punto: 38.9, 30.6 y 29.2 para ser exactos. Es más, la célebre directora de Demotecnia ofrece una tecniquísima explicación para demostrar que sus colegas encuestólogos andan equivocados al darle a Enrique 20 puntos de ventaja sobre Josefina y 30 sobre Andrés Manuel.
Yo no sé quién tenga la razón. Pero lo que Demotecnia plantea es una elección cerrada, ya no de dos sino de tres y en la que todo acierto o tropiezo movería a cualquiera de los tres candidatos principales rápidamente hacia arriba o hacia abajo. ¿A quién creerle?
Por lo pronto, y en su afán de acortar distancias, partidos y candidatos insisten en darse con todo. Es el caso del PAN, porfiando en su campaña de “Peña es un mentiroso”, con tan mala fortuna que equivocan el lugar y la obra inconclusa del candidato del PRI. ¿De verdad no hay nadie que les regale un despertador, una brújula, una bebida energética y una Guía Roji? Una campaña dentro de la campaña.
A propósito, los factores para que se mantenga el statu quo y Peña Nieto llegue a la Presidencia no parecen tan complicados: que nadie se mueva; menos él, administrando su ventaja, evitando los territorios comanches y enconchándose en el debate; que Josefina siga enredada entre los hilos de Los Pinos, su partido y su propio equipo de campaña… el tiempo como agua entre las manos; que Andrés Manuel siga atrapado en medio del movimiento pendular que lo ha llevado de la toma de Reforma y al diablo con las instituciones a la república amorosa y al perdón absoluto aun a quienes lo dañaron, no sólo a él, sino a la nación entera.
En cambio los elementos para dinamizar la contienda son más complejos: que Josefina se desmarque al fin del yugo calderonista y establezca su distancia y si es posible, su ruptura; que Andrés Manuel arriesgue el pellejo una vez más y retome el discurso de la chispa beligerante –que no necesariamente violenta– que muchos de sus seguidores, ahora indecisos, le extrañan.
Por su parte, Enrique tendría el incentivo de no sólo mantenerse en la punta, sino de construir un verdadero liderazgo que le diera la legitimidad necesaria en caso de llegar a la Presidencia, sin necesidad de “quiñazos” como el de Salinas o guerras antinarco como Calderón.
Por supuesto que faltan los debates que, sin embargo –y dada la rigidez pactadamente convenenciera–, no parece que cambiarán dramáticamente las perspectivas por sí mismos. Vamos a ver.
Comentarios