Pascal Beltrán del Río
¿Cuántos mexicanos han detentado la Presidencia en los casi 188 años de vida republicana de este país?
Depende cómo contemos. Si no consideramos el triunvirato que gobernó por unos días en 1829 —como corolario de la rebelión que derrocó a Vicente Guerrero— ni a los titulares del gobierno conservador (1858-1860) ni a los regentes durante la intervención francesa, la respuesta es 61. Si tomamos en cuenta todos los anteriores, habría que agregarle otros 12.
Como sea, 61 o 73 es mucho: un Presidente cada dos años y fracción. Peor aun si consideramos todos los períodos de gobierno, porque varios de esos hombres ocuparon el poder en distintas oportunidades, ya sea como resultado de una elección, una asonada o un simple vacío.
En comparación, Francia ha tenido 23 Presidentes desde 1848 y Estados Unidos, 44 desde 1789.
El gran número de Presidentes mexicanos deriva de los períodos de inestabilidad política que vivió el país durante los primeros 100 años a partir de la proclamación de la Constitución de 1824. Si consideramos la lista de los 61 mandatarios, 44 de ellos ocuparon el Ejecutivo a lo largo de ese siglo.
Sin embargo, desde 1934, ningún período legal de gobierno ha sido interrumpido. Ese año los antiguos cuatrienios presidenciales se convirtieron en sexenios. De Lázaro Cárdenas a Vicente Fox, 12 Presidentes cumplieron su encargo sexenal, y todo parece que Felipe Calderón también lo hará, a pesar de los presagios de diversos personajes de la izquierda, quienes aseguraron que éste sería un sexenio trunco.
Así que México irá a las urnas en tres meses para elegir democráticamente a quien será su Presidente número 62 (o 74, si usted prefiere). Con todas las debilidades y pendientes que tiene nuestra democracia, la posibilidad de que casi 79.3 millones de personas tengan derecho de decidir libremente quién será su próximo mandatario es un avance indudable sobre lo que vivimos en este país antes de la reforma política de 1996, y un lujo que no tienen países como China, Cuba, Siria y muchos más.
El primer Presidente de México, Guadalupe Victoria, fue elegido con el voto de las Legislaturas estatales, un sistema que subsistió durante las siguientes tres décadas.
En los comicios presidenciales de julio de 1857, los primeros posteriores a la promulgación de la Constitución de ese año (cuyo artículo 76 estableció el escrutinio secreto), el poblano Ignacio Comonfort se convirtió en Presidente de la República al recoger unos ocho mil sufragios entre los integrantes de un Colegio Electoral, designado por voto popular el mes anterior. Hay que decir, entre paréntesis, que en ese entonces sólo votaban los hombres, situación que se prolongaría por casi un siglo.
Esta vez, el reto de los cuatro candidatos presidenciales es romper el récord de votos: 17.2 millones, obtenidos por Ernesto Zedillo en 1994. Para llegar a esta meta, un aspirante tendría que obtener 43.5% de la votación, en un escenario en que vote la mitad del listado nominal.
Es verdad que las opciones en la boleta son limitadas. La elección presidencial de este año es la que tiene el menor número de candidatos desde 1976, cuando José López Portillo contendió solo por la Presidencia. Sin embargo, son las opciones que hay, y un mayor número de candidatos no significa necesariamente una democracia más plural.
Nuestra joven democracia ya arroja algunas certezas: Por ejemplo, que independientemente del número de candidatos que disputen la Presidencia de la República, sólo dos importan al final: quien representa la continuidad —es decir, el nominado por el partido en el poder— y uno solo de los opositores, que logra abanderar la idea de cambio. El tercer lugar y el resto de los aspirantes suelen quedar rezagados.
También sabemos que se pueden ganar en las urnas demarcaciones tan pobladas como Ecatepec e Iztapalapa, incluso tener la mayoría de votos en el Estado de México, DF y Veracruz, y aun así perder la Presidencia.
Contra lo que algunos piensan, no es la votación en las entidades federativas más pobladas la que da el triunfo en la elección presidencial sino en una serie de municipios clave.
Quienes han ganado la Presidencia, desde que hay elecciones competidas en México, lo han hecho en buena medida gracias a su fortaleza en 27 municipios de tamaño mediano y grande cuyo porcentaje de participación en los comicios es de 60% o más.
Dichas demarcaciones están distribuidas en 13 entidades federativas: Estado de México (8), Veracruz (4), Distrito Federal (2), Guanajuato (2), Nuevo León (2), Tamaulipas (2), Coahuila (1) Puebla (1), Morelos (1), Colima (1), Querétaro (1), Aguascalientes (1) y Campeche (1).
Tanto Zedillo como Fox y Calderón ganaron la Presidencia luego de que sus respectivos partidos o coaliciones derrotaron a sus rivales en todos esos lugares. Por ello se puede decir, hasta que se demuestre lo contrario, que nadie llega a Los Pinos sin pasar de manera triunfante por allí.
Se trata de los municipios mexiquenses de Naucalpan, Tlalnepantla, Toluca, Atizapán de Zaragoza, Cuautitlán Izcalli, Tecámac, Huixquilucan y Metepec; los veracruzanos de Córdoba, Poza Rica y Boca del Río, además del puerto jarocho; las delegaciones defeñas de Miguel Hidalgo y Benito Juárez; León y Salamanca, en Guanajuato; Monterrey y San Nicolás de los Garza, en Nuevo León; Tampico y Ciudad Madero, en Tamaulipas, así como Torreón, Coahuila, y las capitales de Puebla, Morelos, Colima, Campeche, Querétaro y Aguascalientes.
Ninguno de esos municipios tenía menos de 100 mil ciudadanos en la lista nominal de electores en 2006 y en todos ellos acudió a las urnas cuando menos 60% de quienes tenían derecho a votar.
De la lista, el menos poblado es Colima, donde había 103 mil electores en la lista nominal de hace un lustro, y el más grande es Puebla, con más de un millón. Juntos sumaban 9.7 millones de votantes potenciales, lo que equivalía a 13.61% de los registrados a nivel nacional.
El 2 de julio de 2006 acudieron a votar en esos 27 municipios seis millones 237 mil 401 electores, más de 64% del listado nominal, en promedio. Esto es, casi seis puntos por arriba de la media nacional de participación.
Entre quienes allí votaron, 2.7 millones lo hicieron por el Partido Acción Nacional; 1.4 millones por la Alianza por México, coalición anclada en el PRI, y 1.3 millones por la Coalición por el Bien de Todos (CBT), que postuló a Andrés Manuel López Obrador a la Presidencia.
Primer dato a destacar: en esos súper municipios electorales se trastocó la tendencia nacional del electorado, que dio el primer lugar nacional al panista Felipe Calderón y el tercero al priista Roberto Madrazo.
El segundo dato es que el PAN obtuvo, en esos 27 municipios, uno de cada cinco de sus votos, mientras que la CBT, uno de cada diez.
El tercero es que la CBT llegó en segundo lugar (el sitio que ocupó a escala nacional) en apenas 11 de los 27 municipios, mientras que la Alianza por México lo hizo en 16.
Hay algo en esos municipios, en términos sociodemográficos, que indica una tendencia en las elecciones presidenciales.
Y lo que parece incidir es el control político de esos lugares. Para cuando Fox fue candidato, hace más de una década, el PAN se había hecho, por ejemplo, de los municipios mexiquenses de Cuautitlán Izcalli, Huixquilucan, Tlalnepantla, Atizapán de Zaragoza, Tecámac, Metepec, Naucalpan y Toluca. También había arrebatado Boca del Río y Veracruz al PRI, así como Torreón, Aguascalientes, Querétaro y otros municipios.
En 2006, Acción Nacional se mantenía firme en muchos de esos lugares, aunque el PRI ya daba señales de recuperación, como cuando recapturó la alcaldía de Monterrey en 2003.
¿Cómo están las cosas hoy en esos 27 municipios? Pues no pintan muy bien para el PAN. Sigue controlando su bastión leonés, además de haber recuperado Tampico y Monterrey, pero en total sólo es administración municipal en diez de esas demarcaciones. El resto de los municipios, 17, lo controla el PRI. Entre ellos, los de Torreón, Veracruz, Boca del Río, Toluca, Naucalpan, Tlalnepantla, Cuernavaca y Aguascalientes.
También puede decirse que en estos 27 municipios clave se ha ido configurando un panorama bipartidista entre panistas y priistas.
Y, finalmente, que a la izquierda —históricamente débil en la gran mayoría de esas demarcaciones— le costará mucho trabajo colarse a la casilla de cambio en la boleta presidencial.
Esta Bitácora volverá a publicarse el domingo 15 de abril.
¿Cuántos mexicanos han detentado la Presidencia en los casi 188 años de vida republicana de este país?
Depende cómo contemos. Si no consideramos el triunvirato que gobernó por unos días en 1829 —como corolario de la rebelión que derrocó a Vicente Guerrero— ni a los titulares del gobierno conservador (1858-1860) ni a los regentes durante la intervención francesa, la respuesta es 61. Si tomamos en cuenta todos los anteriores, habría que agregarle otros 12.
Como sea, 61 o 73 es mucho: un Presidente cada dos años y fracción. Peor aun si consideramos todos los períodos de gobierno, porque varios de esos hombres ocuparon el poder en distintas oportunidades, ya sea como resultado de una elección, una asonada o un simple vacío.
En comparación, Francia ha tenido 23 Presidentes desde 1848 y Estados Unidos, 44 desde 1789.
El gran número de Presidentes mexicanos deriva de los períodos de inestabilidad política que vivió el país durante los primeros 100 años a partir de la proclamación de la Constitución de 1824. Si consideramos la lista de los 61 mandatarios, 44 de ellos ocuparon el Ejecutivo a lo largo de ese siglo.
Sin embargo, desde 1934, ningún período legal de gobierno ha sido interrumpido. Ese año los antiguos cuatrienios presidenciales se convirtieron en sexenios. De Lázaro Cárdenas a Vicente Fox, 12 Presidentes cumplieron su encargo sexenal, y todo parece que Felipe Calderón también lo hará, a pesar de los presagios de diversos personajes de la izquierda, quienes aseguraron que éste sería un sexenio trunco.
Así que México irá a las urnas en tres meses para elegir democráticamente a quien será su Presidente número 62 (o 74, si usted prefiere). Con todas las debilidades y pendientes que tiene nuestra democracia, la posibilidad de que casi 79.3 millones de personas tengan derecho de decidir libremente quién será su próximo mandatario es un avance indudable sobre lo que vivimos en este país antes de la reforma política de 1996, y un lujo que no tienen países como China, Cuba, Siria y muchos más.
El primer Presidente de México, Guadalupe Victoria, fue elegido con el voto de las Legislaturas estatales, un sistema que subsistió durante las siguientes tres décadas.
En los comicios presidenciales de julio de 1857, los primeros posteriores a la promulgación de la Constitución de ese año (cuyo artículo 76 estableció el escrutinio secreto), el poblano Ignacio Comonfort se convirtió en Presidente de la República al recoger unos ocho mil sufragios entre los integrantes de un Colegio Electoral, designado por voto popular el mes anterior. Hay que decir, entre paréntesis, que en ese entonces sólo votaban los hombres, situación que se prolongaría por casi un siglo.
Esta vez, el reto de los cuatro candidatos presidenciales es romper el récord de votos: 17.2 millones, obtenidos por Ernesto Zedillo en 1994. Para llegar a esta meta, un aspirante tendría que obtener 43.5% de la votación, en un escenario en que vote la mitad del listado nominal.
Es verdad que las opciones en la boleta son limitadas. La elección presidencial de este año es la que tiene el menor número de candidatos desde 1976, cuando José López Portillo contendió solo por la Presidencia. Sin embargo, son las opciones que hay, y un mayor número de candidatos no significa necesariamente una democracia más plural.
Nuestra joven democracia ya arroja algunas certezas: Por ejemplo, que independientemente del número de candidatos que disputen la Presidencia de la República, sólo dos importan al final: quien representa la continuidad —es decir, el nominado por el partido en el poder— y uno solo de los opositores, que logra abanderar la idea de cambio. El tercer lugar y el resto de los aspirantes suelen quedar rezagados.
También sabemos que se pueden ganar en las urnas demarcaciones tan pobladas como Ecatepec e Iztapalapa, incluso tener la mayoría de votos en el Estado de México, DF y Veracruz, y aun así perder la Presidencia.
Contra lo que algunos piensan, no es la votación en las entidades federativas más pobladas la que da el triunfo en la elección presidencial sino en una serie de municipios clave.
Quienes han ganado la Presidencia, desde que hay elecciones competidas en México, lo han hecho en buena medida gracias a su fortaleza en 27 municipios de tamaño mediano y grande cuyo porcentaje de participación en los comicios es de 60% o más.
Dichas demarcaciones están distribuidas en 13 entidades federativas: Estado de México (8), Veracruz (4), Distrito Federal (2), Guanajuato (2), Nuevo León (2), Tamaulipas (2), Coahuila (1) Puebla (1), Morelos (1), Colima (1), Querétaro (1), Aguascalientes (1) y Campeche (1).
Tanto Zedillo como Fox y Calderón ganaron la Presidencia luego de que sus respectivos partidos o coaliciones derrotaron a sus rivales en todos esos lugares. Por ello se puede decir, hasta que se demuestre lo contrario, que nadie llega a Los Pinos sin pasar de manera triunfante por allí.
Se trata de los municipios mexiquenses de Naucalpan, Tlalnepantla, Toluca, Atizapán de Zaragoza, Cuautitlán Izcalli, Tecámac, Huixquilucan y Metepec; los veracruzanos de Córdoba, Poza Rica y Boca del Río, además del puerto jarocho; las delegaciones defeñas de Miguel Hidalgo y Benito Juárez; León y Salamanca, en Guanajuato; Monterrey y San Nicolás de los Garza, en Nuevo León; Tampico y Ciudad Madero, en Tamaulipas, así como Torreón, Coahuila, y las capitales de Puebla, Morelos, Colima, Campeche, Querétaro y Aguascalientes.
Ninguno de esos municipios tenía menos de 100 mil ciudadanos en la lista nominal de electores en 2006 y en todos ellos acudió a las urnas cuando menos 60% de quienes tenían derecho a votar.
De la lista, el menos poblado es Colima, donde había 103 mil electores en la lista nominal de hace un lustro, y el más grande es Puebla, con más de un millón. Juntos sumaban 9.7 millones de votantes potenciales, lo que equivalía a 13.61% de los registrados a nivel nacional.
El 2 de julio de 2006 acudieron a votar en esos 27 municipios seis millones 237 mil 401 electores, más de 64% del listado nominal, en promedio. Esto es, casi seis puntos por arriba de la media nacional de participación.
Entre quienes allí votaron, 2.7 millones lo hicieron por el Partido Acción Nacional; 1.4 millones por la Alianza por México, coalición anclada en el PRI, y 1.3 millones por la Coalición por el Bien de Todos (CBT), que postuló a Andrés Manuel López Obrador a la Presidencia.
Primer dato a destacar: en esos súper municipios electorales se trastocó la tendencia nacional del electorado, que dio el primer lugar nacional al panista Felipe Calderón y el tercero al priista Roberto Madrazo.
El segundo dato es que el PAN obtuvo, en esos 27 municipios, uno de cada cinco de sus votos, mientras que la CBT, uno de cada diez.
El tercero es que la CBT llegó en segundo lugar (el sitio que ocupó a escala nacional) en apenas 11 de los 27 municipios, mientras que la Alianza por México lo hizo en 16.
Hay algo en esos municipios, en términos sociodemográficos, que indica una tendencia en las elecciones presidenciales.
Y lo que parece incidir es el control político de esos lugares. Para cuando Fox fue candidato, hace más de una década, el PAN se había hecho, por ejemplo, de los municipios mexiquenses de Cuautitlán Izcalli, Huixquilucan, Tlalnepantla, Atizapán de Zaragoza, Tecámac, Metepec, Naucalpan y Toluca. También había arrebatado Boca del Río y Veracruz al PRI, así como Torreón, Aguascalientes, Querétaro y otros municipios.
En 2006, Acción Nacional se mantenía firme en muchos de esos lugares, aunque el PRI ya daba señales de recuperación, como cuando recapturó la alcaldía de Monterrey en 2003.
¿Cómo están las cosas hoy en esos 27 municipios? Pues no pintan muy bien para el PAN. Sigue controlando su bastión leonés, además de haber recuperado Tampico y Monterrey, pero en total sólo es administración municipal en diez de esas demarcaciones. El resto de los municipios, 17, lo controla el PRI. Entre ellos, los de Torreón, Veracruz, Boca del Río, Toluca, Naucalpan, Tlalnepantla, Cuernavaca y Aguascalientes.
También puede decirse que en estos 27 municipios clave se ha ido configurando un panorama bipartidista entre panistas y priistas.
Y, finalmente, que a la izquierda —históricamente débil en la gran mayoría de esas demarcaciones— le costará mucho trabajo colarse a la casilla de cambio en la boleta presidencial.
Esta Bitácora volverá a publicarse el domingo 15 de abril.
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