Gilberto López y Rivas
Como trenes que marchan en diferentes vías y con distintos destinos, los procesos electorales en marcha están lejos de los movimientos de resistencia que defienden territorios, recursos, autogobiernos, identidades colectivas, autonomías, formas distintas de hacer política; que buscan estructuras organizativas que permitan responder de la mejor manera a la guerra integral impuesta por el gobierno de Felipe Calderón y sus mentores estadunidenses, enmarcada en el propósito general de continuar reproduciendo los sistemas de explotación y dominación del capitalismo en esta destructiva mundialización neoliberal. Acosados por las corporaciones mineras, los cárteles del narcotráfico, la presencia permanente de militares, policías y aparatos judiciales; criminalizadas sus movilizaciones y muchos de sus dirigentes perseguidos, presos o asesinados, las organizaciones sociales debaten en torno a la naturaleza de la guerra social que se cierne contra los pueblos y sobre los posibles caminos a seguir en una ruta de unidad de movimientos ante la emergencia nacional.
Nuevamente, los pueblos indígenas se encuentran mejor dotados para hacer frente a las contingencias de esta esquizofrénica realidad nacional, a este circo de dos pistas en el que en una están los payasos y en la otra los leones que amenazan con devorar a todo el auditorio. Y es que en estos tiempos de violencias, las formas colectivas de organización mantienen obvias ventajas comparativas. Frente al individualismo y la fragmentación, frente al autismo y otras sicopatías políticas, las asambleas comunitarias constituyen un bastión de resistencia que ha probado ser eficaz a lo largo de siglos. Ya Pablo González Casanova –en Las etnias coloniales y el Estado multiétnico– refiere cómo el indio trasforma su comunidad en una estructura social preparada para resistir en la larga guerra colonial. La comunidad india es mucho más que el refugio que pensaba Gonzalo Aguirre Beltrán. Es la base social para la producción, el comercio, la migración, la rebelión y la política. Una base estratégica para la resistencia o el levantamiento. La sobrevivencia de la comunidad india no puede, sin embargo, explicarse sin relacionarla con la organización colonial del trabajo. La dialéctica de la resistencia se combina con la dialéctica de la reproducción de la mano obra colonial y con diferentes formas de acumulación del capital. El fenómeno, sin embargo, se oculta hasta en las ciencias sociales, considera González Casanova; los marxistas ortodoxos generalmente pasaron por alto el papel del colonialismo interno en la acumulación de capital y en la dominación de los pueblos. Quienes hablaban de clase no hablaban de etnia y quienes hablaban de etnia llegaban a no hablar siquiera del conjunto del pueblo trabajador. Como quiera que sea, como etnias o pueblos, sufren la discriminación, la opresión y explotación del capitalismo, el imperialismo y la globalización (ver: Pablo González Casanova, De la sociología del poder a la sociología de la explotación. Pensar América Latina en el siglo XXI, Clacso Coediciones-Siglo del Hombre Editores, Bogotá, 2009).
Con estas bases históricas, a los pueblos originarios no les queda otro camino que fortalecer, reconstituir o restaurar sus formas colectivas de organización comunitaria, aun cuando una buena parte de sus jóvenes vivan en la migración o en megaurbes, dentro o fuera del país. Y si la guerra es integral, las resistencias deben tener ese carácter y, en consecuencia, no descuidar la multiplicidad de ámbitos que refuerzan las autonomías: educación, salud, cultura, comunicación, vida cotidiana, relación de géneros, de grupos de edad. Así, no se trata de pensar sólo en movilizaciones, que deben tener lugar naturalmente, sino también y prioritariamente considerar los diarios espacios del debate, la formación, la socialización de las nuevas generaciones, el uso del tiempo libre, las festividades con contenidos que refuercen los lazos colectivos. A esto le hemos denominado construcción, fortalecimiento y reproducción del sujeto autonómico.
Pero los pueblos indígenas no son los únicos sujetos y actores políticos que pueden y deben seguir los caminos de la conformación de colectividades conscientes, activas y autónomas. Precisamente por ello, la mundialización neoliberal capitalista y sus acólitos locales, incluyendo los partidos políticos que asumen la supuesta alternancia sistémica, atacaron a sindicatos, gremios, organizaciones barriales, comunidades cristianas de base, consejos de estudiantes, comités de huelga, y en la academia y en las universidades, a las formas colectivas, colegiadas y democráticas de toma de decisiones. El mercado y el sistema político que lo sostiene requieren masas informes adocenadas, receptáculos pasivos de la propaganda, individuos preocupados por su pellejo y por su ascenso social. Después de mí, el diluvio, parece ser el lema de esas generaciones que cultivan el narcisismo y el me importa un bledo como filosofía y proyecto de vida.
Para un sector, estas reflexiones son políticamente incómodas, pues pretenden que sea sólo en la pista electoral donde se decidan los destinos del país cada seis años. Y ya, desde ahora, preparan las acusaciones y los juicios sumarísimos contra quienes seremos responsables, seguramente, de sus derrotas y nuevas frustraciones. Que cada quien cumpla sus deberes ciudadanos el primero de julio como mejor convenga a su conciencia y a sus principios. Los caminos de la patria son undívagos y abiertos y deben respetarse las opciones de todos y todas. Finalmente, la realidad de un país devastado acercará a quienes consideran, como afirma Boaventura de Sousa Santos, que es necesario democratizar la democracia, porque la actual se ha dejado secuestrar por poderes antidemocráticos (Nueva carta a las izquierdas, Correo del Sur, 15 de abril de 2012).
Como trenes que marchan en diferentes vías y con distintos destinos, los procesos electorales en marcha están lejos de los movimientos de resistencia que defienden territorios, recursos, autogobiernos, identidades colectivas, autonomías, formas distintas de hacer política; que buscan estructuras organizativas que permitan responder de la mejor manera a la guerra integral impuesta por el gobierno de Felipe Calderón y sus mentores estadunidenses, enmarcada en el propósito general de continuar reproduciendo los sistemas de explotación y dominación del capitalismo en esta destructiva mundialización neoliberal. Acosados por las corporaciones mineras, los cárteles del narcotráfico, la presencia permanente de militares, policías y aparatos judiciales; criminalizadas sus movilizaciones y muchos de sus dirigentes perseguidos, presos o asesinados, las organizaciones sociales debaten en torno a la naturaleza de la guerra social que se cierne contra los pueblos y sobre los posibles caminos a seguir en una ruta de unidad de movimientos ante la emergencia nacional.
Nuevamente, los pueblos indígenas se encuentran mejor dotados para hacer frente a las contingencias de esta esquizofrénica realidad nacional, a este circo de dos pistas en el que en una están los payasos y en la otra los leones que amenazan con devorar a todo el auditorio. Y es que en estos tiempos de violencias, las formas colectivas de organización mantienen obvias ventajas comparativas. Frente al individualismo y la fragmentación, frente al autismo y otras sicopatías políticas, las asambleas comunitarias constituyen un bastión de resistencia que ha probado ser eficaz a lo largo de siglos. Ya Pablo González Casanova –en Las etnias coloniales y el Estado multiétnico– refiere cómo el indio trasforma su comunidad en una estructura social preparada para resistir en la larga guerra colonial. La comunidad india es mucho más que el refugio que pensaba Gonzalo Aguirre Beltrán. Es la base social para la producción, el comercio, la migración, la rebelión y la política. Una base estratégica para la resistencia o el levantamiento. La sobrevivencia de la comunidad india no puede, sin embargo, explicarse sin relacionarla con la organización colonial del trabajo. La dialéctica de la resistencia se combina con la dialéctica de la reproducción de la mano obra colonial y con diferentes formas de acumulación del capital. El fenómeno, sin embargo, se oculta hasta en las ciencias sociales, considera González Casanova; los marxistas ortodoxos generalmente pasaron por alto el papel del colonialismo interno en la acumulación de capital y en la dominación de los pueblos. Quienes hablaban de clase no hablaban de etnia y quienes hablaban de etnia llegaban a no hablar siquiera del conjunto del pueblo trabajador. Como quiera que sea, como etnias o pueblos, sufren la discriminación, la opresión y explotación del capitalismo, el imperialismo y la globalización (ver: Pablo González Casanova, De la sociología del poder a la sociología de la explotación. Pensar América Latina en el siglo XXI, Clacso Coediciones-Siglo del Hombre Editores, Bogotá, 2009).
Con estas bases históricas, a los pueblos originarios no les queda otro camino que fortalecer, reconstituir o restaurar sus formas colectivas de organización comunitaria, aun cuando una buena parte de sus jóvenes vivan en la migración o en megaurbes, dentro o fuera del país. Y si la guerra es integral, las resistencias deben tener ese carácter y, en consecuencia, no descuidar la multiplicidad de ámbitos que refuerzan las autonomías: educación, salud, cultura, comunicación, vida cotidiana, relación de géneros, de grupos de edad. Así, no se trata de pensar sólo en movilizaciones, que deben tener lugar naturalmente, sino también y prioritariamente considerar los diarios espacios del debate, la formación, la socialización de las nuevas generaciones, el uso del tiempo libre, las festividades con contenidos que refuercen los lazos colectivos. A esto le hemos denominado construcción, fortalecimiento y reproducción del sujeto autonómico.
Pero los pueblos indígenas no son los únicos sujetos y actores políticos que pueden y deben seguir los caminos de la conformación de colectividades conscientes, activas y autónomas. Precisamente por ello, la mundialización neoliberal capitalista y sus acólitos locales, incluyendo los partidos políticos que asumen la supuesta alternancia sistémica, atacaron a sindicatos, gremios, organizaciones barriales, comunidades cristianas de base, consejos de estudiantes, comités de huelga, y en la academia y en las universidades, a las formas colectivas, colegiadas y democráticas de toma de decisiones. El mercado y el sistema político que lo sostiene requieren masas informes adocenadas, receptáculos pasivos de la propaganda, individuos preocupados por su pellejo y por su ascenso social. Después de mí, el diluvio, parece ser el lema de esas generaciones que cultivan el narcisismo y el me importa un bledo como filosofía y proyecto de vida.
Para un sector, estas reflexiones son políticamente incómodas, pues pretenden que sea sólo en la pista electoral donde se decidan los destinos del país cada seis años. Y ya, desde ahora, preparan las acusaciones y los juicios sumarísimos contra quienes seremos responsables, seguramente, de sus derrotas y nuevas frustraciones. Que cada quien cumpla sus deberes ciudadanos el primero de julio como mejor convenga a su conciencia y a sus principios. Los caminos de la patria son undívagos y abiertos y deben respetarse las opciones de todos y todas. Finalmente, la realidad de un país devastado acercará a quienes consideran, como afirma Boaventura de Sousa Santos, que es necesario democratizar la democracia, porque la actual se ha dejado secuestrar por poderes antidemocráticos (Nueva carta a las izquierdas, Correo del Sur, 15 de abril de 2012).
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