Antonio Navalón
Un día después del inicio oficial de las campañas, justo a las siete de la mañana, Carlos Loret de Mola preguntó a Alejandro Poiré: “¿Va a usar el gobierno a la PGR en la campaña electoral?”. Poiré respondió: “El gobierno es exquisitamente respetuoso de la legalidad, y eso le lleva a que las investigaciones que tenga en curso la PGR deban continuar porque si no se estaría cometiendo un delito”.
O sea que el inicio del proceso electoral, las leyes del IFE o la confusión nacional no significan que se haya decretado una amnistía o que los malos puedan refugiarse en la marea de los votos para buscar impunidad.
Pero, por otro lado, ¿quién o cómo evitarán que si de golpe en estos días se vuelven tremendamente eficaces en la PGR no pensemos que es mucha casualidad que esto suceda en tiempos electorales?
El problema es que esta campaña nace muy desigual y esto se debe a que al final del día más allá de las palabras y los discursos no nos han dicho nada claro. Es cierto, al menos hay buenas construcciones técnicas que agradezco; por ejemplo, la campaña de Peña (mejor no preguntar sobre contenidos) es formalmente una buena campaña.
De los demás ya hablamos, pero lo que me preocupa es que mientras la gente sigue siendo asesinada en nuestras calles, mientras el miedo inunda muchas partes del país, mientras hay zonas calientes, es como si viviéramos en dos mundos, el de los electores y la felicidad democrática y el de la tristeza de sobrevivir a cada día.
¿Será que sigo equivocado y de lo que se trata no es de arreglar el secuestro, el asesinato o la absoluta indefensión del pueblo en sitios como el que por desgracia se empieza a llamar Matarrey después del fracasado desgobierno de Rodrigo Medina?
¿Será que estoy mal al pensar que la primera obligación de cualquier presidente es darle al país seguridad y certeza además de una perspectiva fiable de que no sólo dirá que hará algo, sino que de verdad lo hará?
De momento, mírenlos. Están felices, van y vienen, pero ofrecen poco. En medio de todo, ¿quién acompañará el dolor de quienes nadie protege, por ejemplo, entre Monterrey o las zonas cercanas a esta ciudad? ¿O será que los regios y las víctimas de Medina no son mexicanos?
Para el “New York Times”, la elección que empezó es, como para todos quienes la observamos, colores, nada concreto y una sociedad que se debate entre las cabezas cortadas y el crecimiento de la clase media.
Hay unanimidad en que la estrategia de la lucha contra el crimen era lo que se había que hacer. También hay unanimidad en que esa estrategia no funcionó.
Por eso me llama la atención que tanto Peña Nieto como Vázquez Mota, que son los dos candidatos que en sus plataformas iniciales quieren cambiar la imagen exterior de México, sólo nos hablen de sus deseos en vez de explicarlos cómo lo harán.
Un día después del inicio oficial de las campañas, justo a las siete de la mañana, Carlos Loret de Mola preguntó a Alejandro Poiré: “¿Va a usar el gobierno a la PGR en la campaña electoral?”. Poiré respondió: “El gobierno es exquisitamente respetuoso de la legalidad, y eso le lleva a que las investigaciones que tenga en curso la PGR deban continuar porque si no se estaría cometiendo un delito”.
O sea que el inicio del proceso electoral, las leyes del IFE o la confusión nacional no significan que se haya decretado una amnistía o que los malos puedan refugiarse en la marea de los votos para buscar impunidad.
Pero, por otro lado, ¿quién o cómo evitarán que si de golpe en estos días se vuelven tremendamente eficaces en la PGR no pensemos que es mucha casualidad que esto suceda en tiempos electorales?
El problema es que esta campaña nace muy desigual y esto se debe a que al final del día más allá de las palabras y los discursos no nos han dicho nada claro. Es cierto, al menos hay buenas construcciones técnicas que agradezco; por ejemplo, la campaña de Peña (mejor no preguntar sobre contenidos) es formalmente una buena campaña.
De los demás ya hablamos, pero lo que me preocupa es que mientras la gente sigue siendo asesinada en nuestras calles, mientras el miedo inunda muchas partes del país, mientras hay zonas calientes, es como si viviéramos en dos mundos, el de los electores y la felicidad democrática y el de la tristeza de sobrevivir a cada día.
¿Será que sigo equivocado y de lo que se trata no es de arreglar el secuestro, el asesinato o la absoluta indefensión del pueblo en sitios como el que por desgracia se empieza a llamar Matarrey después del fracasado desgobierno de Rodrigo Medina?
¿Será que estoy mal al pensar que la primera obligación de cualquier presidente es darle al país seguridad y certeza además de una perspectiva fiable de que no sólo dirá que hará algo, sino que de verdad lo hará?
De momento, mírenlos. Están felices, van y vienen, pero ofrecen poco. En medio de todo, ¿quién acompañará el dolor de quienes nadie protege, por ejemplo, entre Monterrey o las zonas cercanas a esta ciudad? ¿O será que los regios y las víctimas de Medina no son mexicanos?
Para el “New York Times”, la elección que empezó es, como para todos quienes la observamos, colores, nada concreto y una sociedad que se debate entre las cabezas cortadas y el crecimiento de la clase media.
Hay unanimidad en que la estrategia de la lucha contra el crimen era lo que se había que hacer. También hay unanimidad en que esa estrategia no funcionó.
Por eso me llama la atención que tanto Peña Nieto como Vázquez Mota, que son los dos candidatos que en sus plataformas iniciales quieren cambiar la imagen exterior de México, sólo nos hablen de sus deseos en vez de explicarlos cómo lo harán.
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