Fernando Belaunzarán
A la memoria de mi querido tío, Julio Alemán, de quien
recibí una gran lección de cariño y tolerancia.
Los debates debieran ser una actividad cotidiana en cada proceso electoral, el mecanismo idóneo para contrastar propuestas y medir capacidades, para poner a prueba lo que los candidatos proponen y lo que dicen de sí mismos. En lugar de la perniciosa “guerra sucia” que polariza, deja heridas abiertas, presagia conflictos posteriores, invita al ajuste de cuentas y hace del agravio un elemento central para decisiones que trascienden los procesos electorales, el debate hace que los cuestionamientos se hagan de frente y con la posibilidad inmediata de respuesta, de tal suerte que aunque ríspidos, duros y elocuentes, el enfrentamiento se da en buena lid e igualdad de circunstancias. Un ejercicio democrático para que los candidatos muestren sus fortalezas y exhiban las debilidades de sus adversarios. Oportunidad y riesgo.
En efecto, la oportunidad suele venir acompañada del riesgo y hay quien puede darse el lujo de renunciar a aquella para no correr éste, pero no es el caso de los que están rezagados buscando alcanzar al puntero en una elección. La situación determina la estrategia y es comprensible que quien va adelante prefiera ir a lo seguro y exponerse lo menos posible. En ese sentido, para sacarlo del camino cómodo y llevarlo a eventos que le exijan más de lo programado, que tengan un margen amplio de incertidumbre, es preciso que el costo de mantenerse en su zona de confort sea más alto que el de arriesgar. Enrique Peña Nieto no irá a ningún debate extra de los dos acartonados que organizará el IFE, a menos que le sea más oneroso no asistir.
Se trata de una apuesta mayor, pues se da por hecho que Enrique Peña Nieto es vulnerable cuando se le saca del guion y se ve obligado a improvisar para responder. El triste papel que hizo en la FIL de Guadalajara, donde no supo enumerar tres libros, se equivocó con los autores y su cantinflesca respuesta hizo evidente sus carencias, dan sustento a esa percepción, máxime cuando han trascendido recursos que utiliza para dar discursos y respuestas prefabricadas, como “chicharos” y teleprompters, y su exigencia para conocer las preguntas de antemano antes de asistir a cualquier foro. Si de por sí el puntero normalmente juega conservador, pues con esos antecedentes resulta lógico que se exceda en precauciones. Claro, una forma de quitarse esa imagen es enfrentar a sus adversarios en debates no controlados, donde la memorización resulte poco efectiva, pero nadie debe extrañarse que prefiera “caminar por la sombrita” y tratar de asegurar el triunfo que quitarse la mala fama.
Pero los otros jugadores también cuentan y -de lo que hagan o dejen de hacer- pueden mover el escenario; en ese sentido, deben buscar modificar la cómoda ruta que el puntero quisiera seguir. La diferencia no es poca y es obvio que requieren dar golpes de alto impacto y de ahí la importancia estratégica de los debates, pues estos generan una atención amplificada, de tal suerte que los aciertos y los errores pesan más. Nadie debe extrañarse, pues, que hagan suya la demanda de más debates, lo cual coincide con la expectativa de una sociedad exigente y de la necesidad democrática de promover la participación ciudadana y el voto consciente, razonado y comprometido con el proyecto de alguno de los candidatos.
El IFE sólo organizará los dos debates que por ley está obligada y que por tradición se realizan con formatos tan rígidos que se vuelven concursos de monólogos mil veces ensayados. Para que haya más, los medios de comunicación deben invitar a todos los candidatos y garantizar condiciones de equidad. Estoy enterado de que MVS, en el programa conducido por Carmen Aristegui, y Milenio Televisión, proponiendo a Carlos Puig como moderador, han hecho las invitaciones correspondientes. Como era de esperarse, Andrés Manuel López Obrador y Gabriel Quadri aceptaron de inmediato y Enrique Peña Nieto, quien muy posiblemente no quiere ir, se guarda su respuesta para administrar su negativa en una lógica de control de daños. La que extrañó con su respuesta fue Josefina Vázquez Mota, pues condicionó su presencia a la asistencia del puntero, abriéndole a éste una enorme salida para no pagar costos si, como todo parece, decide no asistir.
Algo similar se vivió hace seis años, cuando la realización de debates por parte del IFE no era obligatoria y AMLO decidió no asistir al primero de ellos. Los otros candidatos sí lo hicieron y el puntero de entonces pagó un costo por dejar la silla vacía que a la postre fue de sobra la diferencia. A pesar de esa exitosa experiencia del anterior abanderado de su partido, ahora Josefina se niega a hacer lo mismo y exhibe una estrategia conservadora en el tema que por mucho es el de mayor rentabilidad electoral, insólita para quien está a más de un dígito de distancia del primer lugar. En realidad le está haciendo un enorme favor a Enrique Peña Nieto, pues la presión para que éste asista a esos debates en los que se exige mayor conocimiento, claridad de ideas y capacidad de improvisación - precisamente en lo que se percibe como el talón de Aquiles del ex gobernador mexiquense- se reduce al mínimo. Es más, le otorga el poder de decidir cómo, cuándo y dónde se debate… y por lo mismo de frustrarlos.
Con dicha posición, en los hechos, Vázquez Mota está renunciando a que haya más debates y ayuda a Peña Nieto a no moverse de su script. El argumento que aduce acaba por justificar al priísta: “No tiene caso debatir con el tercero”. Según esa lógica, ¿por qué el primero debiera debatir con el segundo? Además, cómo va a obligar al puntero a debatir si éste ya no tiene la amenaza de que se quede su silla vacía y no hay posibilidad legal de que algún medio no invite a todos los candidatos -y qué bueno porque eso es una garantía de equidad en la contienda.
Lo más extraño de todo es que si no asistiera Peña Nieto, la que más tendría que ganar en un debate con Andrés Manuel López Obrador sería la candidata panista. Para efectos prácticos, lo de menos es quien está en segundo o tercer lugar en las encuestas, el ex jefe de Gobierno es, para bien y para mal, el político más conocido y polémico del país. A muy pocos les es indiferente. Ella podría dar la campanada, tal y como la dio el propio AMLO al enfrentar al Diego Fernández de Cevallos en un debate en el programa de Joaquín López Dóriga en el año 2000, mismo que le dio un gran impulso a su candidatura en la capital del país. Al parecer, por el temor de verse las caras con el tabasqueño en un debate en el que no podría ignorarlo, Josefina renuncia a esa oportunidad. Es más, increíble que no se dé cuenta de que con el empate gana, pues además de que López Obrador llegaría como favorito -por ser más experimentado y elocuente- el simple hecho de enfrentarlo ya significa la posibilidad de cohesionar el voto antipeje a su favor, mismo que, según encuestas, no es pequeño. Es verdad que también corre riesgos, pero está obligada por su situación a tomarlos como lo hace el candidato de las izquierdas. ¿O acaso está peleando para ser segundo lugar? No hay justificación para esa actitud medrosa y desmiente los “muchos pantalones” que presume en sus spots.
Lo grave es que si no ocurre algo que sacuda las campañas, la restauración del viejo régimen se podría consumar sin despeinar siquiera el copete del candidato que lo representa. Según algunas mediciones, el PRI pudiera obtener la mayoría absoluta en ambas cámaras y regresar a los tiempos del sometimiento del Poder Legislativo a la voluntad presidencial. La transición democrática mexicana podría frustrarse y costaría mucho esfuerzo retomarla. Por ello, espero que Josefina Vázquez Mota recapacite y exprese su voluntad de debatir con Andrés Manuel López Obrador y Gabriel Quadri, aunque el priísta no se presente -pero que cargue con la silla vacía. Nos va la democracia en ello.
Sígueme en twitter: @ferbelaunzaran
A la memoria de mi querido tío, Julio Alemán, de quien
recibí una gran lección de cariño y tolerancia.
Los debates debieran ser una actividad cotidiana en cada proceso electoral, el mecanismo idóneo para contrastar propuestas y medir capacidades, para poner a prueba lo que los candidatos proponen y lo que dicen de sí mismos. En lugar de la perniciosa “guerra sucia” que polariza, deja heridas abiertas, presagia conflictos posteriores, invita al ajuste de cuentas y hace del agravio un elemento central para decisiones que trascienden los procesos electorales, el debate hace que los cuestionamientos se hagan de frente y con la posibilidad inmediata de respuesta, de tal suerte que aunque ríspidos, duros y elocuentes, el enfrentamiento se da en buena lid e igualdad de circunstancias. Un ejercicio democrático para que los candidatos muestren sus fortalezas y exhiban las debilidades de sus adversarios. Oportunidad y riesgo.
En efecto, la oportunidad suele venir acompañada del riesgo y hay quien puede darse el lujo de renunciar a aquella para no correr éste, pero no es el caso de los que están rezagados buscando alcanzar al puntero en una elección. La situación determina la estrategia y es comprensible que quien va adelante prefiera ir a lo seguro y exponerse lo menos posible. En ese sentido, para sacarlo del camino cómodo y llevarlo a eventos que le exijan más de lo programado, que tengan un margen amplio de incertidumbre, es preciso que el costo de mantenerse en su zona de confort sea más alto que el de arriesgar. Enrique Peña Nieto no irá a ningún debate extra de los dos acartonados que organizará el IFE, a menos que le sea más oneroso no asistir.
Se trata de una apuesta mayor, pues se da por hecho que Enrique Peña Nieto es vulnerable cuando se le saca del guion y se ve obligado a improvisar para responder. El triste papel que hizo en la FIL de Guadalajara, donde no supo enumerar tres libros, se equivocó con los autores y su cantinflesca respuesta hizo evidente sus carencias, dan sustento a esa percepción, máxime cuando han trascendido recursos que utiliza para dar discursos y respuestas prefabricadas, como “chicharos” y teleprompters, y su exigencia para conocer las preguntas de antemano antes de asistir a cualquier foro. Si de por sí el puntero normalmente juega conservador, pues con esos antecedentes resulta lógico que se exceda en precauciones. Claro, una forma de quitarse esa imagen es enfrentar a sus adversarios en debates no controlados, donde la memorización resulte poco efectiva, pero nadie debe extrañarse que prefiera “caminar por la sombrita” y tratar de asegurar el triunfo que quitarse la mala fama.
Pero los otros jugadores también cuentan y -de lo que hagan o dejen de hacer- pueden mover el escenario; en ese sentido, deben buscar modificar la cómoda ruta que el puntero quisiera seguir. La diferencia no es poca y es obvio que requieren dar golpes de alto impacto y de ahí la importancia estratégica de los debates, pues estos generan una atención amplificada, de tal suerte que los aciertos y los errores pesan más. Nadie debe extrañarse, pues, que hagan suya la demanda de más debates, lo cual coincide con la expectativa de una sociedad exigente y de la necesidad democrática de promover la participación ciudadana y el voto consciente, razonado y comprometido con el proyecto de alguno de los candidatos.
El IFE sólo organizará los dos debates que por ley está obligada y que por tradición se realizan con formatos tan rígidos que se vuelven concursos de monólogos mil veces ensayados. Para que haya más, los medios de comunicación deben invitar a todos los candidatos y garantizar condiciones de equidad. Estoy enterado de que MVS, en el programa conducido por Carmen Aristegui, y Milenio Televisión, proponiendo a Carlos Puig como moderador, han hecho las invitaciones correspondientes. Como era de esperarse, Andrés Manuel López Obrador y Gabriel Quadri aceptaron de inmediato y Enrique Peña Nieto, quien muy posiblemente no quiere ir, se guarda su respuesta para administrar su negativa en una lógica de control de daños. La que extrañó con su respuesta fue Josefina Vázquez Mota, pues condicionó su presencia a la asistencia del puntero, abriéndole a éste una enorme salida para no pagar costos si, como todo parece, decide no asistir.
Algo similar se vivió hace seis años, cuando la realización de debates por parte del IFE no era obligatoria y AMLO decidió no asistir al primero de ellos. Los otros candidatos sí lo hicieron y el puntero de entonces pagó un costo por dejar la silla vacía que a la postre fue de sobra la diferencia. A pesar de esa exitosa experiencia del anterior abanderado de su partido, ahora Josefina se niega a hacer lo mismo y exhibe una estrategia conservadora en el tema que por mucho es el de mayor rentabilidad electoral, insólita para quien está a más de un dígito de distancia del primer lugar. En realidad le está haciendo un enorme favor a Enrique Peña Nieto, pues la presión para que éste asista a esos debates en los que se exige mayor conocimiento, claridad de ideas y capacidad de improvisación - precisamente en lo que se percibe como el talón de Aquiles del ex gobernador mexiquense- se reduce al mínimo. Es más, le otorga el poder de decidir cómo, cuándo y dónde se debate… y por lo mismo de frustrarlos.
Con dicha posición, en los hechos, Vázquez Mota está renunciando a que haya más debates y ayuda a Peña Nieto a no moverse de su script. El argumento que aduce acaba por justificar al priísta: “No tiene caso debatir con el tercero”. Según esa lógica, ¿por qué el primero debiera debatir con el segundo? Además, cómo va a obligar al puntero a debatir si éste ya no tiene la amenaza de que se quede su silla vacía y no hay posibilidad legal de que algún medio no invite a todos los candidatos -y qué bueno porque eso es una garantía de equidad en la contienda.
Lo más extraño de todo es que si no asistiera Peña Nieto, la que más tendría que ganar en un debate con Andrés Manuel López Obrador sería la candidata panista. Para efectos prácticos, lo de menos es quien está en segundo o tercer lugar en las encuestas, el ex jefe de Gobierno es, para bien y para mal, el político más conocido y polémico del país. A muy pocos les es indiferente. Ella podría dar la campanada, tal y como la dio el propio AMLO al enfrentar al Diego Fernández de Cevallos en un debate en el programa de Joaquín López Dóriga en el año 2000, mismo que le dio un gran impulso a su candidatura en la capital del país. Al parecer, por el temor de verse las caras con el tabasqueño en un debate en el que no podría ignorarlo, Josefina renuncia a esa oportunidad. Es más, increíble que no se dé cuenta de que con el empate gana, pues además de que López Obrador llegaría como favorito -por ser más experimentado y elocuente- el simple hecho de enfrentarlo ya significa la posibilidad de cohesionar el voto antipeje a su favor, mismo que, según encuestas, no es pequeño. Es verdad que también corre riesgos, pero está obligada por su situación a tomarlos como lo hace el candidato de las izquierdas. ¿O acaso está peleando para ser segundo lugar? No hay justificación para esa actitud medrosa y desmiente los “muchos pantalones” que presume en sus spots.
Lo grave es que si no ocurre algo que sacuda las campañas, la restauración del viejo régimen se podría consumar sin despeinar siquiera el copete del candidato que lo representa. Según algunas mediciones, el PRI pudiera obtener la mayoría absoluta en ambas cámaras y regresar a los tiempos del sometimiento del Poder Legislativo a la voluntad presidencial. La transición democrática mexicana podría frustrarse y costaría mucho esfuerzo retomarla. Por ello, espero que Josefina Vázquez Mota recapacite y exprese su voluntad de debatir con Andrés Manuel López Obrador y Gabriel Quadri, aunque el priísta no se presente -pero que cargue con la silla vacía. Nos va la democracia en ello.
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