Raymundo Riva Palacio
Las percepciones construyen realidades falsas que cuando son negativas, si no se corrigen oportunamente, se convierten en realidades ciertas. Para que las percepciones se puedan construir necesitan tener asideros a la realidad. Existe la percepción, por ejemplo, que Enrique Peña Nieto va a ser el próximo Presidente de México porque desde hace tiempo puntea holgadamente en las preferencias electorales. También existe la percepción de que es hueco, inculto y poco inteligente, producto de la televisión.
¿De dónde parte esa idea? En primer lugar, de la propaganda negativa y la cobertura crítica sobre él desde hace más de tres años, que arrastra además el repudio a Televisa en amplios sectores de la población. En segundo lugar, por su muy poca disposición para acudir a auditorios no controlados. Y en tercero, por su falta de habilidad de recursos para enfrentar a los medios en adversidades, por lo que concede muy pocas entrevistas.
En la proyección de esas percepciones, los mexicanos tendremos a Peña Nieto como Presidente, pero de no atajar la construcción de su imagen, será el único Jefe de Estado –si ganara las elecciones- que antes de asumir el poder sea considerado como un tonto. Peña Nieto no lo es, pero para consumo popular no importa. La forma aséptica con la que hace su campaña presidencial, a semejanza de cómo se comportó como gobernador mexiquense, sin correr riesgos y con negativas a debatir y enfrentar auditorios independientes de los partidos, contribuye a alimentar la creencia que es un hombre incapaz de articular ideas y de confrontarse, por miedo y mediocridad.
Las críticas van subiendo de tono. Juan Enríquez, en su colaboración quincenal en el diario Reforma, escribió: “Exportó la telenovela en su modalidad actual a todo el mundo. Y ahora lo mejor de los mejor, entre escritores, productores, maquillistas, camarógrafos, trabajan para un solo objetivo, un final feliz… Enrique Presidente”. Enríquez es una persona muy cercana al jefe de gobierno Marcelo Ebrard y al coordinador de los partidos de izquierda, Manuel Camacho. Pero es mucho más que eso. Fue director fundador del Proyecto de Ciencias de la Vida en la Escuela de Negocios de Harvard, y es una de las autoridades mundiales sobre su impacto político y económico.
El hábitat construido alrededor de Peña Nieto tampoco lo ayuda. El sábado pasado durante un mitin en Aguascalientes, el gobernador Carlos Lozano se puso una peluca de plástico para simular su copete. El domingo en Monterrey, el gobernador de Nuevo León, Rodrigo Medina, se retrató en medio de una multitud que llevaba los mismos copetes, que se ha convertido en su emblema. La imagen como producto telegénico es tan poderosa, que aparecieron cartulinas de pantallas de televisión con su cara, con un hueco para que el que desee una fotografía con él, coloque ahí su cabeza y sonría.
Peña Nieto vuela en la espalda de las percepciones hacia la Presidencia, y en la realidad verdadera, hacia la banalización de su persona. Si llegara a la Presidencia, el trecho para que se convierta en títere de los grupos de interés –a los que se les llama fácticos- será muy corto. ¿Quiere ser la cara bonita y el cerebro hueco como se está construyendo su imagen? Ya no es un asunto de costo (si se expone) y beneficio (el voto que importa es el de la masa), sino cómo quiere pasar a la historiografía política. Cambiar las percepciones es posible, pero no hay muchas opciones.
Una, la principal, es arriesgar. Tendría que aceptar todos los debates que le han propuesto universidades y medios para enfrentarse a sus adversarios. Algunos serán como emboscadas, y en todos será el objetivo de sus rivales. Pero tendrá que llenarse las manos de lodo y mostrar que está hecho de carne y hueso, y que no es un maniquí maquillado que se presenta como objeto sexual y aspiracional. Claro, existe el otro camino, que es en el que está, de no importarle lo que piensen las minorías aunque después contaminen a las mayorías, porque lo importante es ganar la Presidencia, aunque piensen de él lo que le venga en gana a todos. Finalmente, el poder será de él.
Las percepciones construyen realidades falsas que cuando son negativas, si no se corrigen oportunamente, se convierten en realidades ciertas. Para que las percepciones se puedan construir necesitan tener asideros a la realidad. Existe la percepción, por ejemplo, que Enrique Peña Nieto va a ser el próximo Presidente de México porque desde hace tiempo puntea holgadamente en las preferencias electorales. También existe la percepción de que es hueco, inculto y poco inteligente, producto de la televisión.
¿De dónde parte esa idea? En primer lugar, de la propaganda negativa y la cobertura crítica sobre él desde hace más de tres años, que arrastra además el repudio a Televisa en amplios sectores de la población. En segundo lugar, por su muy poca disposición para acudir a auditorios no controlados. Y en tercero, por su falta de habilidad de recursos para enfrentar a los medios en adversidades, por lo que concede muy pocas entrevistas.
En la proyección de esas percepciones, los mexicanos tendremos a Peña Nieto como Presidente, pero de no atajar la construcción de su imagen, será el único Jefe de Estado –si ganara las elecciones- que antes de asumir el poder sea considerado como un tonto. Peña Nieto no lo es, pero para consumo popular no importa. La forma aséptica con la que hace su campaña presidencial, a semejanza de cómo se comportó como gobernador mexiquense, sin correr riesgos y con negativas a debatir y enfrentar auditorios independientes de los partidos, contribuye a alimentar la creencia que es un hombre incapaz de articular ideas y de confrontarse, por miedo y mediocridad.
Las críticas van subiendo de tono. Juan Enríquez, en su colaboración quincenal en el diario Reforma, escribió: “Exportó la telenovela en su modalidad actual a todo el mundo. Y ahora lo mejor de los mejor, entre escritores, productores, maquillistas, camarógrafos, trabajan para un solo objetivo, un final feliz… Enrique Presidente”. Enríquez es una persona muy cercana al jefe de gobierno Marcelo Ebrard y al coordinador de los partidos de izquierda, Manuel Camacho. Pero es mucho más que eso. Fue director fundador del Proyecto de Ciencias de la Vida en la Escuela de Negocios de Harvard, y es una de las autoridades mundiales sobre su impacto político y económico.
El hábitat construido alrededor de Peña Nieto tampoco lo ayuda. El sábado pasado durante un mitin en Aguascalientes, el gobernador Carlos Lozano se puso una peluca de plástico para simular su copete. El domingo en Monterrey, el gobernador de Nuevo León, Rodrigo Medina, se retrató en medio de una multitud que llevaba los mismos copetes, que se ha convertido en su emblema. La imagen como producto telegénico es tan poderosa, que aparecieron cartulinas de pantallas de televisión con su cara, con un hueco para que el que desee una fotografía con él, coloque ahí su cabeza y sonría.
Peña Nieto vuela en la espalda de las percepciones hacia la Presidencia, y en la realidad verdadera, hacia la banalización de su persona. Si llegara a la Presidencia, el trecho para que se convierta en títere de los grupos de interés –a los que se les llama fácticos- será muy corto. ¿Quiere ser la cara bonita y el cerebro hueco como se está construyendo su imagen? Ya no es un asunto de costo (si se expone) y beneficio (el voto que importa es el de la masa), sino cómo quiere pasar a la historiografía política. Cambiar las percepciones es posible, pero no hay muchas opciones.
Una, la principal, es arriesgar. Tendría que aceptar todos los debates que le han propuesto universidades y medios para enfrentarse a sus adversarios. Algunos serán como emboscadas, y en todos será el objetivo de sus rivales. Pero tendrá que llenarse las manos de lodo y mostrar que está hecho de carne y hueso, y que no es un maniquí maquillado que se presenta como objeto sexual y aspiracional. Claro, existe el otro camino, que es en el que está, de no importarle lo que piensen las minorías aunque después contaminen a las mayorías, porque lo importante es ganar la Presidencia, aunque piensen de él lo que le venga en gana a todos. Finalmente, el poder será de él.
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