Capitalismo y neoliberalismo en la contienda electoral

Adrián Sotelo V.

Curiosamente el candidato de las estereotipadas y autonombradas "izquierdas", que por cierto carecen de un proyecto anticapitalista y alternativo de nación, ha colocado como su "enemigo principal" al candidato del PRI, justamente el puntero en todas las encuestas, dejando de lado —o en segundo plano— a la candidata de la derecha del Partido Acción Nacional. Incluso, se habla de la posibilidad de una coalición entre este último y las primeras en el proceso de la contienda electoral para "impedir" el triunfo del PRI.

Ciertamente que, desde una perspectiva crítica y revolucionaria, los dos últimos candidatos son las dos caras de la misma moneda que se llama capitalismo y neoliberalismo, y representan un poderoso proyecto a favor de las relaciones sociales de producción y de explotación, en el marco incuestionable de la dominación que ejerce Estados Unidos en el país. El tercero, por lo menos en el discurso, es una vertiente neo-desarrollista que rescata las visiones fracasadas y superadas del pasado, bajo cuya óptica ideológica se desarrolló el capitalismo dependiente mexicano y Latinoamericano mediante la industrialización sustitutiva de importaciones para el mercado interno bajo la rectoría del Estado y del gran capital nacional y extranjero.

Hoy en día esta vertiente política es una versión renovada de la socialdemocracia de corte populista que opera en nuestros países, y que pretende disputarle el poder a las fracciones neoliberales del gran capital para impulsar una especie de "capitalismo vernáculo" que, sin embargo, no excluye, de ninguna manera, las relaciones de explotación y de dependencia.

Obviamente que nadie estaría en contra de que se generen más empleos, se combata la inflación, se disminuya la pobreza, que no se privaticen las empresas públicas como las energéticas o, finalmente, combatir la corrupción y el narcotráfico y asegurar el acceso a la educación. Todas estas son consignas y promesas de campaña comunes a todos los candidatos para conseguir el voto de la población. En este sentido, no habría nada que cuestionar si no fuera porque el candidato que se dice de la "izquierda", y su partido, se adjudican la representatividad" de toda la "izquierda mexicana" pregonando que son la "única alternativa" que tiene el "pueblo" (¿?) para cambiar las cosas en nuestro país. Sin embargo, nunca aclaran que entienden por "izquierda", en qué consiste dicho cambio y si éste será uno tendiente a "modificar" el neoliberalismo, como en Bolivia y Venezuela, pero sin cambiar su injusta formación económico-social capitalista, dependiente y subdesarrollada. En esta perspectiva ideológica el vicepresidente boliviano ha escrito que su gobierno impulsa una "alternativa" de "capitalismo andino-amazónico" que muy bien recuerda a los capitalismos nacionalistas del pasado que fueron incapaces de transitar al socialismo.

En el caso de las "izquierdas" mexicanas, sus voceros alegan que su candidato y su partido constituyen la "única alternativa" que tiene el "pueblo" mexicano para mejorar las cosas, por ejemplo, para combatir el desempleo, crear siete millones de empleos (según promete el candidato de la "izquierda"), postular un proyecto más nacionalista de explotación del petróleo, aunque nunca han negado la posibilidad de que éste sea privatizado y un sinfín de promesas que, aseguran, va a cumplir el candidato una vez que llegue a la presidencia de la República.

Obviamente que, como es ya ampliamente conocido y de dominio común, después de cada elección la población se ve defraudada por el incumplimiento de las propuestas y promesas de campaña, justamente porque ellas constituyen parte de los ritos que deben cubrir los candidatos para agenciarse los votos de los ciudadanos que, perplejos, indiferentes o francamente hostiles, permanecen al margen del proceso electoral.

Por ejemplo, el actual presidente de la República, en su momento, se autoproclamó el "presidente del empleo" y hoy en día deja un saldo histórico de desempleo abierto cercano al 30% de la población económicamente activa del país, con un crecimiento exponencial de la llamada informalidad en que laboran precariamente y sin derechos laborales y sociales alrededor de 26 millones de mexicanos; una contracción del producto económico que durante el período 2006-2011 —que cubre cinco de los seis años del actual sexenio presidencial—sólo creció en promedio 1,58% anual, cifra completamente insuficiente, siquiera, para generar el millón 300 mil nuevos empleos por año que se requieren para satisfacer la demanda de quienes naturalmente se incorporan al mercado de trabajo.

Además hay que considerar el voluminoso crecimiento del endeudamiento externo y el sistémico déficit de la balanza comercial y de pagos del país que se traduce en la contratación de nuevos préstamos externos que vulneran seriamente la economía nacional dañando seriamente a todas las formas del empleo. Pero la lógica del sistema económico capitalista no es volcarse a la satisfacción de las necesidades de la población; más bien, reposa en los intereses de clase del gran capital nacional y extranjero, y de la burguesía que gobiernan el país y de los intereses de las empresas trasnacionales que se encargan de ensamblar la dependencia estructural de la economía mexicana con la de Estados Unidos.

Esta lógica del sistema electoral, controlado por el Estado, por los partidos políticos registrados, y manipulado por los medios masivos de comunicación a través de sus cadenas televisivas, radiofónicas y la prensa escrita, ha logrado crear una imagen pública que revela, supuestamente, que en México existen y actúan las principales fuerzas políticas de un sistema presuntamente democrático: la izquierda electoral, el centro y la derecha, por lo que cualquier otra fuerza político-social y alternativa que emane e interactúe fuera del sistema, no tiene razón de ser o simplemente se debe considerar como "subversiva", "irracional", del orden existente.

Pero más allá del show mediático y de estas imágenes escatológicas de la democracia y de la participación social que ella implica, el verdadero objetivo que se persigue consiste en legitimar a cualquiera de los candidatos que resulte ganador de la presidencia de la República. Y aquí no importa el color del partido, ni su ideología que, por supuesto, corresponde a una ideología de clase, ni el futuro gabinete presidencial que se forme, porque todo esto es motivo del acuerdo y la negociación entre las cúpulas de la partidocracia mexicana que, de esta forma, se reparten el poder cada seis años y, después de las elecciones intermedias, entre sus membresías y burocracias que, de este modo, se ven beneficiados para continuar con el mismo esquema económico basado en las relaciones de mercado, en la explotación del trabajo por el capital y en la sujeción a los intereses geoestratégicos, económicos y políticos de Estados Unidos.

Así, por ejemplo, nadie ha planteado revisar sustancialmente el injusto y neo-panamericanista Tratado Libre Comercio de América del Norte (TLC) impuesto por el gobierno de Estados Unidos y de Canadá con sus trasnacionales a México, en una supuesta negociación donde el gran ausente fue justamente la mayoría de los ciudadanos y de los trabajadores mexicanos.

También brillan por su ausencia propuestas, objetivos y acciones concretas tendientes a desmantelar la estructura de la dependencia y del atraso que permean las relaciones históricas de México con Estados Unidos, por lo menos desde el siglo XIX en que este último país le arrebató a México la mitad de su territorio: más de dos millones de Km2, a cambio de una irrisoria ¡compensación! de 15 millones de dólares por los daños causados por la guerra con ese país.

Y los ejemplos se podrían multiplicar sin que aparezcan en las agendas de la partidocracia, la cual está metida en cuerpo y alma en la lógica mediática del poder y del compromiso de la futura transición presidencial.

Por todas estas razones constituye un craso error por parte de quienes piensan realmente desde una perspectiva crítica y de izquierda, considerar que del simple voto en una coyuntura electoral, pudiera realmente cambiar la situación de millones de personas por obra y gracia de simples candidatos y líderes que se sienten iluminados y usurpan la representación popular para encuadrarla en sus intereses de clase y particulares.

Esto se acusa aún más en un país como México donde los partidos no son partidos de masas, independientes del Estado y del capital; sino corporativos, autoritarios y centralizados, generalmente creados por los propios personeros del sistema, y que actúan como mecanismos de presión en el régimen político y en la sociedad para obtener canonjías y privilegios y todo tipo de beneficios para las cúpulas y las élites de sus agremiados.

Todo lo anterior indica que por parte del sistema político no habrá cambios substanciales, efectivos, que mejoren las condiciones de vida y de trabajo de las grandes masas de la población. Por el contrario, aún en la hipótesis, por cierto improbable, de que el candidato del también denominado "movimiento progresista" ganara la contienda electoral, difícilmente impulsaría una política que, más allá de representar alguna modalidad diferente al neoliberalismo —que en México se ha aplicado sistemáticamente desde hace tres décadas— redundara en cambios substanciales que atentaran contra la lógica de la reproducción del sistema y pusiera en jaque al sistema de dominación vigente en el país.

Por todas estas razones pensamos que más allá de las coyunturas electorales, el pueblo y los trabajadores deberán organizarse y luchar por construir un proyecto anticapitalista, alternativo e independiente del Estado, del capital y de la partidocracia, capaz de forjar un sistema social con un modo de vida, de cultura y de trabajo que sea la antítesis del modo de producción capitalista tal y como lo conocemos.

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