Jorge Diaz
No sé qué pasa cuando un simple mortal asciende a la presidencia de México, pero debe ser algo grave. Escuchar a Felipe Calderón en el marco de la ceremonia conmemorativa del 98 Aniversario de la defensa del puerto de Veracruz, da la impresión que los mueve de toda proporción.
Ahí declaró que “no está dispuesto a cederle la plaza a ningún enemigo”, y que “México no se rinde y no se rendirá, antes bien, avanzará contundentemente hasta la victoria”.
Estará pensando que le quedan otros seis años para quizá alcanzar a debilitar al crimen organizado en alguno de sus frentes, porque de otra forma no podría prometer llegar a la victoria contundente, no cabe duda que está muy lejos de la realidad.
El problema de la criminalidad en México en la modalidad que él viene atacando, el narcotráfico, comenzó mucho antes de que tomara la presidencia y es tan complejo que dista mucho de ser resuelto mediante la solución de una sola vía, como la que escogió casi desde el principio de su administración.
Es más, los resultados oficiales y extraoficiales de su hazaña, no dan la impresión siquiera de estar comenzando a ofrecer esperanza, por el contrario, cada vez son más los mexicanos que consideran que un alto al derramamiento de sangre, será precisamente su salida de la presidencia para esperar que el nuevo mandatario lleve a cabo estrategias diferentes y con ello, regresar la paz a las poblaciones más golpeadas por el avispero que Calderón alborotó, aunque sea de manera negociada, para después enfrentar el problema desde una perspectiva moderna, más eficaz y menos sangrienta.
Hace poco vimos un extraordinario cambio respecto de la forma en que otros países en Latinoamérica están proponiendo enfrentar el problema; reunidos casi todos los mandatarios del continente, fuimos testigos de un Barack Obama contenido y lejos de la cerrazón y prepotencia que caracterizaba a los gringos cuando se trataba de tirar línea en su patio trasero, manifestando que era legítimo comenzar una discusión para explorar alternativas; sin embargo, Calderón se marginó, seguro ya estaba pensando en lo que iba a ser su respuesta a la propuesta de cambio de estrategia en esa Cumbre, vía Veracruz.
Típico en él. Qué tiene esa silla que los saca de la realidad.
Por lo menos, la actitud del presidente debiera ser la de estar consciente de su intento y qué será la historia la que juzgue sus actos y nadie más. Ser consciente de que en poco tiempo (si no es que ya) y por la manera en que está diseñada la dinámica de sucesión en nuestro país, sus palabras ya no cuentan y todo lo que haga de aquí al primero de Diciembre, sólo puede empeorar las cosas. Admitir que muy probablemente, la única persona que puede garantizar continuidad a sus políticas está en clara desventaja para llegar a sucederlo y que por lo tanto, quien ascienda al poder se distanciará de cualquier medida que no haya dado resultados.
Pero no, él sigue en lo suyo como si fuera eterno, empeorando las cosas. Qué tiene esa silla que los saca de la realidad.
No sé qué pasa cuando un simple mortal asciende a la presidencia de México, pero debe ser algo grave. Escuchar a Felipe Calderón en el marco de la ceremonia conmemorativa del 98 Aniversario de la defensa del puerto de Veracruz, da la impresión que los mueve de toda proporción.
Ahí declaró que “no está dispuesto a cederle la plaza a ningún enemigo”, y que “México no se rinde y no se rendirá, antes bien, avanzará contundentemente hasta la victoria”.
Estará pensando que le quedan otros seis años para quizá alcanzar a debilitar al crimen organizado en alguno de sus frentes, porque de otra forma no podría prometer llegar a la victoria contundente, no cabe duda que está muy lejos de la realidad.
El problema de la criminalidad en México en la modalidad que él viene atacando, el narcotráfico, comenzó mucho antes de que tomara la presidencia y es tan complejo que dista mucho de ser resuelto mediante la solución de una sola vía, como la que escogió casi desde el principio de su administración.
Es más, los resultados oficiales y extraoficiales de su hazaña, no dan la impresión siquiera de estar comenzando a ofrecer esperanza, por el contrario, cada vez son más los mexicanos que consideran que un alto al derramamiento de sangre, será precisamente su salida de la presidencia para esperar que el nuevo mandatario lleve a cabo estrategias diferentes y con ello, regresar la paz a las poblaciones más golpeadas por el avispero que Calderón alborotó, aunque sea de manera negociada, para después enfrentar el problema desde una perspectiva moderna, más eficaz y menos sangrienta.
Hace poco vimos un extraordinario cambio respecto de la forma en que otros países en Latinoamérica están proponiendo enfrentar el problema; reunidos casi todos los mandatarios del continente, fuimos testigos de un Barack Obama contenido y lejos de la cerrazón y prepotencia que caracterizaba a los gringos cuando se trataba de tirar línea en su patio trasero, manifestando que era legítimo comenzar una discusión para explorar alternativas; sin embargo, Calderón se marginó, seguro ya estaba pensando en lo que iba a ser su respuesta a la propuesta de cambio de estrategia en esa Cumbre, vía Veracruz.
Típico en él. Qué tiene esa silla que los saca de la realidad.
Por lo menos, la actitud del presidente debiera ser la de estar consciente de su intento y qué será la historia la que juzgue sus actos y nadie más. Ser consciente de que en poco tiempo (si no es que ya) y por la manera en que está diseñada la dinámica de sucesión en nuestro país, sus palabras ya no cuentan y todo lo que haga de aquí al primero de Diciembre, sólo puede empeorar las cosas. Admitir que muy probablemente, la única persona que puede garantizar continuidad a sus políticas está en clara desventaja para llegar a sucederlo y que por lo tanto, quien ascienda al poder se distanciará de cualquier medida que no haya dado resultados.
Pero no, él sigue en lo suyo como si fuera eterno, empeorando las cosas. Qué tiene esa silla que los saca de la realidad.
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