Ricardo Alemán
Hace unas horas, durante su etapa de proselitismo por el municipio de Nezahualcóyotl, el candidato de las izquierdas descubrió el hilo negro al reconocer que ese sector político enfrenta serios problemas de unidad que ponen en riesgo su candidatura presidencial.
Por eso, a gritos, en la plaza pública, les dijo a los peleoneros: “Hagan una tregua, si quieren se siguen peleando luego que ganemos, pero hoy dejen de pelear”.
Eso sí, nada dijo del origen de los pleitos. Pero no era necesario, todos saben que en las llamadas izquierdas existe una gran inconformidad por el ingreso de priistas a quienes les han dado puestos de elección popular. Y el mejor ejemplo se llama Manuel Bartlett, entre muchos otros.
También hace unas cuantas horas, tanto en entrevista como en la plaza pública, López Obrador repudió la violencia que se vive en Nuevo León y, en especial, en Monterrey.
Y en alusión al gobernador estatal, el priista Rodrigo Medina, dijo a sus seguidores que, cuando sea presidente, “le voy a estar hablando todos los días a la seis de la mañana… para que me diga cómo están las cosas… y vamos a estar aquí cada 15 días, con todos los funcionarios del gabinete de seguridad, como medida para acabar con la inseguridad”.
Nada dijo de la división de poderes y, claro, menos explicó que un gobernador, como el de Nuevo León —o cualquier otro—, no es empleado del presidente en turno. Pero acaso lo peor del asunto es que, tanto el candidato López Obrador como Peña Nieto y Josefina Vázquez Mota pregonan por todo el país que sus respectivos gobiernos emprenderán una cruzada contra el crimen, en la que pareciera que no existen los alcaldes y tampoco los gobernadores.
En pocas palabras, que si bien AMLO no actuará igual que lo hace Felipe Calderón, sí asumirá que la criminalidad es un problema sólo de la Federación, como si no existieran los tres órdenes de gobierno, los Tres Poderes de la Unión; como si no existiera el Congreso y como si todo se pudiera hacer por obra y gracia del centralismo. Es decir, que todo estará en manos de “papa gobierno”.
Pero, además, desde hace días, en distintas entidades del país, el señor López Obrador ha señalado que el candidato del PRI, el señor Enrique Peña Nieto, convertirá en secretaria de Educación a la señora Elba Esther Gordillo. ¿De dónde saca esa descocada versión el candidato de las izquierdas? Es evidente que eso no sale más que de su imaginación.
Y es que resulta descabellado suponer que, si Peña Nieto decidió romper con la señora Gordillo en la campaña, luego pretenda sumar a Gordillo a su potencial gabinete. En realidad, AMLO se aventó una más de sus frecuentes mentiras con las que intenta debilitar la imagen de su principal adversario. Y, claro, el objetivo único es ganar votos.
Vienen a cuento las tres anteriores “perlas” de la campaña de AMLO porque, conforme avanza la contienda presidencial, el candidato de las izquierdas eleva el nivel de mentiras, despropósitos y promesas disparatadas. Pero al mismo tiempo confirma su profundo autoritarismo, su desprecio por el equilibrio de los tres órdenes de gobierno, el desdén al Congreso y a la paridad de los Tres Poderes y, por si fuera poco, ofende la inteligencia elemental de los electores.
¿De verdad AMLO cree que los ciudadanos en general —más allá de sus feligreses— se tragarán tamañas mentiras?
En el fondo, queda claro que AMLO es capaz de cualquier cosa en sus afanes político-electorales. Y claro, cualquier cosa es… todo; mentiras, engaños, despropósitos y la gran simulación del amor. Sin embargo, vale recordar que el tabasqueño se localiza en la tercera posición, precisamente por los fantasmas que lo persiguen. ¿Y cuáles son esos fantasmas?
Todos los conocen: los escándalos de Bejarano, Ponce y Carlos Ímaz; el ocultamiento de los gastos de los segundos pisos; el “cállate, chachalaca”, que le recetó a Vicente Fox en los previos a la elección de 2006 y que le costó caro. El haberles llamado a los empresarios “ladrones de cuello blanco”, que provocó que la iniciativa privada lo crucificara como un peligro para México.
Además del plantón de Reforma, de haber “mandado al diablo a las instituciones”; de la ridícula y grotesca toma de posesión como presidente legítimo y la guerra que por seis años lanzó contra “el espurio”, Felipe Calderón. En realidad, AMLO construyó su propia tumba. O si se quiere, es autor de su propio retrato.
Y acaso por eso el más reciente spot de Enrique Peña Nieto responde a AMLO con un sonoro: “Yo no voy a dividir al país”. Al tiempo.
Hace unas horas, durante su etapa de proselitismo por el municipio de Nezahualcóyotl, el candidato de las izquierdas descubrió el hilo negro al reconocer que ese sector político enfrenta serios problemas de unidad que ponen en riesgo su candidatura presidencial.
Por eso, a gritos, en la plaza pública, les dijo a los peleoneros: “Hagan una tregua, si quieren se siguen peleando luego que ganemos, pero hoy dejen de pelear”.
Eso sí, nada dijo del origen de los pleitos. Pero no era necesario, todos saben que en las llamadas izquierdas existe una gran inconformidad por el ingreso de priistas a quienes les han dado puestos de elección popular. Y el mejor ejemplo se llama Manuel Bartlett, entre muchos otros.
También hace unas cuantas horas, tanto en entrevista como en la plaza pública, López Obrador repudió la violencia que se vive en Nuevo León y, en especial, en Monterrey.
Y en alusión al gobernador estatal, el priista Rodrigo Medina, dijo a sus seguidores que, cuando sea presidente, “le voy a estar hablando todos los días a la seis de la mañana… para que me diga cómo están las cosas… y vamos a estar aquí cada 15 días, con todos los funcionarios del gabinete de seguridad, como medida para acabar con la inseguridad”.
Nada dijo de la división de poderes y, claro, menos explicó que un gobernador, como el de Nuevo León —o cualquier otro—, no es empleado del presidente en turno. Pero acaso lo peor del asunto es que, tanto el candidato López Obrador como Peña Nieto y Josefina Vázquez Mota pregonan por todo el país que sus respectivos gobiernos emprenderán una cruzada contra el crimen, en la que pareciera que no existen los alcaldes y tampoco los gobernadores.
En pocas palabras, que si bien AMLO no actuará igual que lo hace Felipe Calderón, sí asumirá que la criminalidad es un problema sólo de la Federación, como si no existieran los tres órdenes de gobierno, los Tres Poderes de la Unión; como si no existiera el Congreso y como si todo se pudiera hacer por obra y gracia del centralismo. Es decir, que todo estará en manos de “papa gobierno”.
Pero, además, desde hace días, en distintas entidades del país, el señor López Obrador ha señalado que el candidato del PRI, el señor Enrique Peña Nieto, convertirá en secretaria de Educación a la señora Elba Esther Gordillo. ¿De dónde saca esa descocada versión el candidato de las izquierdas? Es evidente que eso no sale más que de su imaginación.
Y es que resulta descabellado suponer que, si Peña Nieto decidió romper con la señora Gordillo en la campaña, luego pretenda sumar a Gordillo a su potencial gabinete. En realidad, AMLO se aventó una más de sus frecuentes mentiras con las que intenta debilitar la imagen de su principal adversario. Y, claro, el objetivo único es ganar votos.
Vienen a cuento las tres anteriores “perlas” de la campaña de AMLO porque, conforme avanza la contienda presidencial, el candidato de las izquierdas eleva el nivel de mentiras, despropósitos y promesas disparatadas. Pero al mismo tiempo confirma su profundo autoritarismo, su desprecio por el equilibrio de los tres órdenes de gobierno, el desdén al Congreso y a la paridad de los Tres Poderes y, por si fuera poco, ofende la inteligencia elemental de los electores.
¿De verdad AMLO cree que los ciudadanos en general —más allá de sus feligreses— se tragarán tamañas mentiras?
En el fondo, queda claro que AMLO es capaz de cualquier cosa en sus afanes político-electorales. Y claro, cualquier cosa es… todo; mentiras, engaños, despropósitos y la gran simulación del amor. Sin embargo, vale recordar que el tabasqueño se localiza en la tercera posición, precisamente por los fantasmas que lo persiguen. ¿Y cuáles son esos fantasmas?
Todos los conocen: los escándalos de Bejarano, Ponce y Carlos Ímaz; el ocultamiento de los gastos de los segundos pisos; el “cállate, chachalaca”, que le recetó a Vicente Fox en los previos a la elección de 2006 y que le costó caro. El haberles llamado a los empresarios “ladrones de cuello blanco”, que provocó que la iniciativa privada lo crucificara como un peligro para México.
Además del plantón de Reforma, de haber “mandado al diablo a las instituciones”; de la ridícula y grotesca toma de posesión como presidente legítimo y la guerra que por seis años lanzó contra “el espurio”, Felipe Calderón. En realidad, AMLO construyó su propia tumba. O si se quiere, es autor de su propio retrato.
Y acaso por eso el más reciente spot de Enrique Peña Nieto responde a AMLO con un sonoro: “Yo no voy a dividir al país”. Al tiempo.
Comentarios