Acosta Chaparro: entre la venganza y el perdón

Jorge Fernández Menéndez

El asesinato del general Mario Arturo Acosta Chaparro no es un hecho más en la espiral de violencia que vive el país. Acosta Chaparro fue literalmente cazado y ejecutado en una forma muy diferente a la utilizada por los grupos del narcotráfico: no hubo camionetas, no hubo armas de alto poder, ni siquiera una metralleta. Un joven se acercó al general en un taller mecánico donde estaban reparando uno de sus carros, y en plena calle le disparó en el tórax y en la cabeza, se subió a la motocicleta que le esperaba y huyó. El custodia de Acosta Chaparro, descansando en su carro, no atinó siquiera a bajarse del automóvil.

Acosta Chaparro es uno de esos militares y policías que durante muchos años se movieron en una zona gris donde la legalidad se difuminaba por completo. Se infiltraron en grupos guerrilleros para conocerlos mejor, luego los combatieron de forma brutal. Al mismo tiempo, mientras estaban en las áreas de seguridad, asistieron, y algunos participaron, en la reconversión de la Dirección Federal de Seguridad y otras instituciones similares, en estructuras que se encargaron durante años del control del tráfico de drogas. Acosta Chaparro presumía de todo ello: del control de los grupos armados, utilizando todo tipo de métodos, hasta del control de los principales narcos, mediante el conocimiento que había trabado con ellos desde aquellos años.

Junto con el general Francisco Humberto Quirós Hermosillo, Acosta Chaparro navegó entre las distintas áreas de seguridad siempre con tareas perfectamente encomendadas y pocas veces divulgadas, operando siempre en las zonas grises de la ley. En los 90 fueron pasando un poco al olvido, aunque se asegura que Acosta Chaparro mantuvo una estrecha relación con varios hombres del narcotráfico y sobre todo con Amado Carrillo, el llamado Señor de los Cielos (incluso años después fue acusado, condenado y más tarde exonerado por ese presunto delito). Pero con el levantamiento armado del zapatismo, en 1994, Acosta y Quirós Hermosillo volvieron al plano público, en parte como asesores gubernamentales de una guerrilla de la que se sabía muy poco, en parte porque esos mismos grupos armados hicieron denuncias públicas de muy alto tenor contra ellos.

Poco antes de dejar el poder, en un proceso de ajustes que incluían la salida del PRI de Los Pinos, que se daría apenas unas semanas después, ambos, Quirós y Acosta Chaparro fueron detenidos, luego fueron absueltos y poco después volvieron a ser procesados durante el gobierno de Vicente Fox y, después de muchas vicisitudes legales, Quirós Hermosillo murió de cáncer en prisión, mientras que Acosta Chaparro fue exonerado, reincorporado al Ejército y se acababa de retirar con honores.

El sentir del Ejército con motivo de las capturas de esos dos militares me lo transmitió en forma indisimulada el entonces secretario de la Defensa Nacional, el general Ricardo Clemente Vega García, cuando me ofreció una entrevista en su despacho en pleno apogeo de aquella comisión de la verdad que llegó a tan escasos resultados durante el gobierno de Vicente Fox. En esos días, el general había hablado de conciliación. Pero cuando me ofreció la entrevista me dijo que quería hablar de una palabra que había sacado del discurso del Día del Ejército. La palabra que había quitado de su discurso del 19 de febrero era la del perdón. ¿De qué perdón estaba hablando?

Me lo imagino en dos lógicas: por una parte, la de dejar de mirar hacia el pasado para mirar hacia el futuro. Se debían cerrar capítulos, historias, que jamás se cierran y se van acumulando como un lastre para cualquier futuro viable del país.

La otra lectura estaba relacionada, viniendo del secretario de la Defensa, con las investigaciones del pasado, particularmente de la llamada guerra sucia. El general Vega lo reconocía implícitamente en esa entrevista y hasta proponía una salida digna a ese capítulo: de la misma forma en que se realizó en su momento una amnistía para los hombres y mujeres que tomaron las armas, la misma se debía ampliar a quienes cometieron abusos en esos años, bajo órdenes superiores.

El mecanismo era válido: una amnistía implica reconocer los delitos y perdonar respecto a ellos. Implica establecer una verdad histórica y definir una salida jurídica. Buscar mecanismos para resarcir los daños y establecer incluso las excepciones que no se incluirían en ese proceso. Pero ese capítulo se debía cerrar con una óptica y una lógica políticas. No fue así: la comisión fracasó, las detenciones terminaron lastimando sobre todo al Ejército.

Pero cuando los capítulos no se cierran adecuadamente, la historia persigue a sus protagonistas. Algunos creen que la muerte de Acosta Chaparro fue provocada por el narcotráfico, sin proporcionar un solo dato cierto sobre el tema. Me temo que estamos ante un ajuste de cuentas del pasado de alguno de los grupos armados que desde hace años habían prometido asesinar a Acosta Chaparro. Cuando no hay justicia, conciliación y perdón, prima la venganza.

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