Jorge Diaz
En estas épocas abundan las opiniones de carácter político-electoral para tratar de explicar, desenmarañar o confundir aun más sobre lo que pasa con cada candidato, partido y equipo de campaña. Algunos intentan leer el futuro y otros, ensuciarlo por anticipado. Ciertamente, hay análisis muy profundos que motivan reflexiones que uno a veces no se plantea para razonar sobre lo que hará el día de las elecciones. De todas formas, son pocos (existen cifras) los que estamos a la caza de artículos periodísticos en nuestro país, la mayoría está inmersa en su día a día, como quiera que éste sea y poco o nada se informan de las plataformas, trayectorias, propuestas de los aspirantes y todo lo que se necesita para ir construyendo su criterio.
Me llamó la atención hace poco tiempo escuchar a expertos comentar sobre el hábito de muchos de decidir a quién darán su voto el mismo día de la elección y decir que todos ellos, prácticamente lo deciden en base al humor con el que despertaron ese día. No cabe duda que es un fenómeno interesante a estudiar, para saber cuántos lo hacen de esa manera.
Tomando en cuenta los datos anteriores; es decir, que una parte del electorado (la mayoría) no se interesa en documentar su reflexión y otros deciden en el momento mismo de estar frente a la boleta, es innegable que la batalla importante se desarrolla en la arena del escándalo, la percepción y la habilidad de los opositores al régimen gobernante de transformar la realidad (cualquiera que sea) en algo peor. No tendrán mucha dificultad en esto último, ya que nuestra realidad (la de los muertos de la guerra de Calderón y las infames condiciones económicas y de desempleo) supera la ficción.
Es en esa necesidad que tienen los políticos de ofrecer estímulos en lugar de proponer soluciones bien sustentadas en todos los ámbitos, donde me parece que la mayor cantidad de responsabilidad recae en la ciudadanía toda. Nosotros les hemos marcado la pauta de la superficialidad a los actores políticos, somos nosotros quienes les enviamos un mensaje todos los días: “llama mi atención con un buen chisme o escándalo o no haré ningún esfuerzo por interesarme por ti”.
En la medida que esto no cambie, no habrá campaña sin guerra sucia, injurias y escandalillos de quinta. Me atrevo a decir que es falso el dicho de que las encuestas son herramientas que influyen en el elector para llevarlo con la corriente, las encuestas son más bien, una llamada de atención periódica hacia los equipos de campaña para indicarles si deben seguir por el mismo camino, aumentar la intensidad de los ataques bajos o variar la estrategia de escándalos que tienen bajo la manga y nada más.
Mientras el mexicano siga votando práctico (si me vale el término), al “ahí se va” o en función del entretenimiento que genera cualquier escándalo; en lugar de hacerlo motivado por la gran importancia que reviste el darle las riendas de nuestro futuro a alguien por años, la clase política seguirá regalándonos estas campañas mediocres, mediáticas y medio políticas, porque finalmente ellos responden a la máxima de cualquier vendedor: “al cliente lo que pida”. Como están las cosas ¿se vale quejarse?
En estas épocas abundan las opiniones de carácter político-electoral para tratar de explicar, desenmarañar o confundir aun más sobre lo que pasa con cada candidato, partido y equipo de campaña. Algunos intentan leer el futuro y otros, ensuciarlo por anticipado. Ciertamente, hay análisis muy profundos que motivan reflexiones que uno a veces no se plantea para razonar sobre lo que hará el día de las elecciones. De todas formas, son pocos (existen cifras) los que estamos a la caza de artículos periodísticos en nuestro país, la mayoría está inmersa en su día a día, como quiera que éste sea y poco o nada se informan de las plataformas, trayectorias, propuestas de los aspirantes y todo lo que se necesita para ir construyendo su criterio.
Me llamó la atención hace poco tiempo escuchar a expertos comentar sobre el hábito de muchos de decidir a quién darán su voto el mismo día de la elección y decir que todos ellos, prácticamente lo deciden en base al humor con el que despertaron ese día. No cabe duda que es un fenómeno interesante a estudiar, para saber cuántos lo hacen de esa manera.
Tomando en cuenta los datos anteriores; es decir, que una parte del electorado (la mayoría) no se interesa en documentar su reflexión y otros deciden en el momento mismo de estar frente a la boleta, es innegable que la batalla importante se desarrolla en la arena del escándalo, la percepción y la habilidad de los opositores al régimen gobernante de transformar la realidad (cualquiera que sea) en algo peor. No tendrán mucha dificultad en esto último, ya que nuestra realidad (la de los muertos de la guerra de Calderón y las infames condiciones económicas y de desempleo) supera la ficción.
Es en esa necesidad que tienen los políticos de ofrecer estímulos en lugar de proponer soluciones bien sustentadas en todos los ámbitos, donde me parece que la mayor cantidad de responsabilidad recae en la ciudadanía toda. Nosotros les hemos marcado la pauta de la superficialidad a los actores políticos, somos nosotros quienes les enviamos un mensaje todos los días: “llama mi atención con un buen chisme o escándalo o no haré ningún esfuerzo por interesarme por ti”.
En la medida que esto no cambie, no habrá campaña sin guerra sucia, injurias y escandalillos de quinta. Me atrevo a decir que es falso el dicho de que las encuestas son herramientas que influyen en el elector para llevarlo con la corriente, las encuestas son más bien, una llamada de atención periódica hacia los equipos de campaña para indicarles si deben seguir por el mismo camino, aumentar la intensidad de los ataques bajos o variar la estrategia de escándalos que tienen bajo la manga y nada más.
Mientras el mexicano siga votando práctico (si me vale el término), al “ahí se va” o en función del entretenimiento que genera cualquier escándalo; en lugar de hacerlo motivado por la gran importancia que reviste el darle las riendas de nuestro futuro a alguien por años, la clase política seguirá regalándonos estas campañas mediocres, mediáticas y medio políticas, porque finalmente ellos responden a la máxima de cualquier vendedor: “al cliente lo que pida”. Como están las cosas ¿se vale quejarse?
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