Videgaray, bajo fuego

Raymundo Riva Palacio

La historia contada en los cuartos de guerra en el PAN es sobre mafias. Y va así:

En los momentos en que se palomeaban las candidaturas al Senado y al Congreso en el PRI, con Luis Videgaray, coordinador de la campaña presidencial de Enrique Peña Nieto, como dedo supremo de quién viviría y quién no, Emilio Gamboa, dirigente del Sector Popular del partido, lo fue a ver. “Bájale”, le dijo, en la versión que circula en los corrillos del poder. “Hay un enorme expediente tuyo. Es de Santander; es sobre tu mamá”.

Como resultado, Gamboa, de quien desconfía Peña Nieto por su compadrazgo con el senador Manlio Fabio Beltrones, que había sido enviado al ostracismo a finales del año pasado e ignorado por el equipo del candidato, recuperaba el poder por la vía de la extorsión. Primer pago: eliminar a otro viejo amigo suyo, Francisco Rojas, líder de la fracción priista en la Cámara de Diputados, de la lista para el Senado y que fuera él, en un triple salto hacia la cima, quien encabezara la lista de plurinominales con lo cual tendría asegurado prácticamente el escaño y el liderazgo del PRI en la Cámara Alta.

La historia es espectacular, por lo que significaba para la campaña presidencial del puntero en las preferencias electorales. El hombre fuerte de Peña Nieto, a quien deposita tanta confianza que le dio control vertical de todas las demás áreas de la campaña, había sido puesto en jaque mate por Gamboa, quien no sólo lo doblegó a Videgaray, sino al propio candidato a aceptar los términos de su chantaje político. De esta manera, el futuro senador se elevaba con un poder y una herramienta de coerción que podría ser utilizada en cualquier momento.

Para los cuartos de guerra era la gran historia de la precampaña, una donde podían quitarle el brazo derecho a Peña Nieto y seguir acumulando lodo en su contra. La semana pasada comenzó a circular entre las élites como una información cierta, que le daba verosimilitud por las posiciones alcanzadas por Gamboa en las listas de plurinominales y la sorpresiva ausencia de Rojas y otros diputados mexiquenses que sirvieron con lealtad a Peña Nieto: Emilio Chuayfett y Alfonso Navarrete Prida. El problema de la historia es que no es cierta. O cuando menos, es falsa en los términos como está siendo elaborada.

Es cierto que el gobierno del estado de México refinanció en 2008 su deuda pública. El dos de mayo de ese año se anunció la operación por 25 mil 175 millones de pesos, que significaba el 87% del total de la deuda pública. El gobernador era Peña Nieto y su secretario de Finanzas, ingeniero de la operación, Videgaray. Es cierto también que participó Santander en el andamiaje financiero, pero no como lo están planteando.

Según Videgaray, fueron ocho bancos comerciales los que intervinieron. El documento público de la época lo confirma. Dexia –un grupo franco-belga- aportó siete mil millones de pesos, BBVA Bancomer seis mil, Banamex cinco mil 215 millones, Banorte tres mil, HSBC mil 500, Santander mil 370, Interacciones 590 e Inbursa 500, que aceptaron una reducción de tasas, ampliar el perfil de las amortizaciones y una serie de swaps de tasa variable de 16.3 años, con Santander.


Quien hizo la operación en Santander fue al área de la mesa de dinero, que también había refinanciado el crédito bancario. Pero Videgaray niega completamente que algún familiar suyo haya estado, o esté trabajando, en la mesa de dinero de Santander. No desmintió que su madre trabajó en la institución española, como directora del fiduciario, pero precisó que esa área no estuvo involucrada en el refinanciamiento. “Ningún familiar mío participó”, subrayó, para dejar las cosas más claras.

La historia del chantaje de Gamboa a cambio de posiciones, es muy atractiva en términos mediáticos y poderosa en impacto político. Este es un estudio de caso de cómo funciona la guerra sucia a través de medias verdades y verosimilitudes. No hay nada de qué sorprenderse. Sucede en todo el mundo, aunque en México existe un caldo de cultivo para este tipo de propaganda por la costumbre en los medios de difundir sin antes verificar. Si otra hubiera sido la realidad de los medios en 2006, la herida que produjo aquella elección presidencial, no sería tan profunda. Esto no hay que olvidarlo ahora.

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