Alejandra Cullen Benítez
Es ofensivo ver al Papa llamar a “proteger y cuidar a los niños” cuando se negó a escuchar a las víctimas de abuso sexual de los sacerdotes. Manda mensajes de esperanza sin enfrentar las heridas de las víctimas de su iglesia. Quiere reavivar los valores, pero no ha hecho los ajustes institucionales adecuados para evitar que esos excesos se repitan.
La iglesia católica mexicana ha sido tibia ante los abusos sexuales de muchos sacerdotes. Niegan lo más que pueden, encubren a los agresores, minimizan a las víctimas. De la mano, nuestras autoridades, como siempre que algo les incomoda, hacen caso omiso del tema aunque se trate de delitos que debieran perseguir. Presentan al Papa a las víctimas del crimen organizado pero no las de su iglesia.
En otros países, el Papa escucha a las víctimas de pederastia y pide perdón porque sus gobiernos, en defensa de sus ciudadanos, lo llevan a ello. En México, el gobierno que busca votos se dobla ante el invitado a costa de las víctimas. Niegan lo evidente para no ofenderlo en vez de confrontarlo y hacerlo reaccionar ¿Por qué negarle la atención a las víctimas? Ni el gobierno ni las autoridades eclesiásticas osan atender el problema.
El escándalo de los Legionarios de Cristo hace evidente las coincidencias de los gobiernos de México y el Vaticano. No les gusta meterse con las élites y prefieren dejar los abusos a los niños opacados por la mercadotecnia de la Fe.
Maciel era uno de los discípulos predilectos del Juan Pablo II y se volvió intocable. Como García Luna para Calderón, Maciel generaba al Vaticano, recursos y seguidores a pesar de que sus procedimientos no eran precisamente éticos. Coinciden en su principio de justicia el Vaticano, y Presidencia de la República. Ambos entienden su misión en la vida como una lucha del bien contra el mal. Las formas no les importan cuando de atrapar supuestos malos se trata y, garantizan cualquier excusa para solapar los abusos de sus colaboradores.
Les importan la imagen y las encuestas. Aquí, la Secretaría de Seguridad Pública genera policías y los Legionarios forman sacerdotes. Unos hablan de justicia cívica otros de justicia divina. Unos luchan contra la delincuencia organizada, otros contra los demonios del infierno. Ambos llevan su lucha a su manera, no permiten intromisión ni cuestionamiento. Ninguno reconoce el origen de los males que combaten. Sus procedimientos dejan víctimas de las sólo se habla genéricamente sin garantizar atención.
El respeto a la creencia ajena es la paz. No se trata de criticar la devoción de los mexicanos ni de decir que todos los sacerdotes sean malos. Lo inadmisible es que nuestras autoridades cívicas y eclesiásticas usen la fe y el dolor de los mexicanos para priorizar la propaganda sobre la justicia. Aprovechan la euforia católica para negar los abusos que gestan la violencia. Se sirven de mercadotecnia sin propuesta para disfrazar los problemas de una falsa esperanza.
El país se desangra. Padecemos una guerra intestina producto de la impunidad donde la negación es lo que nos impide avanzar. Autoridades cívicas y religiosas aseguran que todo está bien como si las atrocidades e injusticias que presenciamos cotidianamente fueran mentira. Olvidan que esa negación es la semilla de la mata que desgarra el tejido social. Hablan de las víctimas sin reconocer a los victimarios. El Vaticano y el Gobierno de México encubren el abuso sexual y el abuso de autoridad. La negación es política la principal política de Estado que frena el desarrollo.
Es ofensivo ver al Papa llamar a “proteger y cuidar a los niños” cuando se negó a escuchar a las víctimas de abuso sexual de los sacerdotes. Manda mensajes de esperanza sin enfrentar las heridas de las víctimas de su iglesia. Quiere reavivar los valores, pero no ha hecho los ajustes institucionales adecuados para evitar que esos excesos se repitan.
La iglesia católica mexicana ha sido tibia ante los abusos sexuales de muchos sacerdotes. Niegan lo más que pueden, encubren a los agresores, minimizan a las víctimas. De la mano, nuestras autoridades, como siempre que algo les incomoda, hacen caso omiso del tema aunque se trate de delitos que debieran perseguir. Presentan al Papa a las víctimas del crimen organizado pero no las de su iglesia.
En otros países, el Papa escucha a las víctimas de pederastia y pide perdón porque sus gobiernos, en defensa de sus ciudadanos, lo llevan a ello. En México, el gobierno que busca votos se dobla ante el invitado a costa de las víctimas. Niegan lo evidente para no ofenderlo en vez de confrontarlo y hacerlo reaccionar ¿Por qué negarle la atención a las víctimas? Ni el gobierno ni las autoridades eclesiásticas osan atender el problema.
El escándalo de los Legionarios de Cristo hace evidente las coincidencias de los gobiernos de México y el Vaticano. No les gusta meterse con las élites y prefieren dejar los abusos a los niños opacados por la mercadotecnia de la Fe.
Maciel era uno de los discípulos predilectos del Juan Pablo II y se volvió intocable. Como García Luna para Calderón, Maciel generaba al Vaticano, recursos y seguidores a pesar de que sus procedimientos no eran precisamente éticos. Coinciden en su principio de justicia el Vaticano, y Presidencia de la República. Ambos entienden su misión en la vida como una lucha del bien contra el mal. Las formas no les importan cuando de atrapar supuestos malos se trata y, garantizan cualquier excusa para solapar los abusos de sus colaboradores.
Les importan la imagen y las encuestas. Aquí, la Secretaría de Seguridad Pública genera policías y los Legionarios forman sacerdotes. Unos hablan de justicia cívica otros de justicia divina. Unos luchan contra la delincuencia organizada, otros contra los demonios del infierno. Ambos llevan su lucha a su manera, no permiten intromisión ni cuestionamiento. Ninguno reconoce el origen de los males que combaten. Sus procedimientos dejan víctimas de las sólo se habla genéricamente sin garantizar atención.
El respeto a la creencia ajena es la paz. No se trata de criticar la devoción de los mexicanos ni de decir que todos los sacerdotes sean malos. Lo inadmisible es que nuestras autoridades cívicas y eclesiásticas usen la fe y el dolor de los mexicanos para priorizar la propaganda sobre la justicia. Aprovechan la euforia católica para negar los abusos que gestan la violencia. Se sirven de mercadotecnia sin propuesta para disfrazar los problemas de una falsa esperanza.
El país se desangra. Padecemos una guerra intestina producto de la impunidad donde la negación es lo que nos impide avanzar. Autoridades cívicas y religiosas aseguran que todo está bien como si las atrocidades e injusticias que presenciamos cotidianamente fueran mentira. Olvidan que esa negación es la semilla de la mata que desgarra el tejido social. Hablan de las víctimas sin reconocer a los victimarios. El Vaticano y el Gobierno de México encubren el abuso sexual y el abuso de autoridad. La negación es política la principal política de Estado que frena el desarrollo.
Comentarios