PRI, ¿cambió?

Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder

Los cambios políticos radicales no siempre pasan a través de una revolución. Las transiciones no necesariamente son tersas, de terciopelo. El retroceso puede ser causa de violencia, muerte, inercia que conduce al Estado fallido, al vacío de poder, al corrimiento de los estamentos que solían establecer las políticas públicas.

Lo peor es la simulación, la impostura que permite a la sociedad percibir la imposibilidad del cambio, pero ¿cómo se manifiesta ese deseo, esa intención de modificar el modelo político, de iniciar una pospuesta transición, de dar un salto hacia adelante con la intención de asegurar el futuro, dar continuidad a la historia, conservar la vigencia del concepto de patria, con el propósito de que una sociedad reconciliada, cohesionada, confíe en sus políticos, en sus partidos, en sus instituciones? ¿Es con ideas? ¿Son nuevos rostros? ¿Es con actitudes? ¿Con la aplicación de la ley y la observancia del mandato constitucional?

Las listas de los candidatos del PRI al Congreso nos indican que ese partido parece no comprender lo que de él se espera, lo que anhela la sociedad, ni la manera de dejar asentado que no es el viejo instituto político que se traicionó a sí mismo, al permitir que se diferenciaran las políticas públicas de los documentos básicos de su ideología, de su programa.

Parecen no entender, quienes participaron en la elaboración de esas listas, que México está en el umbral de la decisión electoral que lo definirá durante el siglo XXI, y que en esa medida debe responder, como lo plantea María Zambrano: “En las épocas en que se produce un cambio violento o una crisis, o las dos cosas, como ahora, las generaciones son consumidas y son además portadoras de nuevas esperanzas y nuevas desesperaciones. No hay continuidad. Y al no haberla, sucede que restos de generaciones ya pasadas se eternicen en el poder y que su desaparición produzca el efecto de una catástrofe, porque no hay otra preparada y las que llegan, separadas como están de las que aún mandan, no pueden continuarlas. Estas generaciones más jóvenes no han recibido la herencia de la inmediata anterior desaparecida, viven en una situación un tanto extraña, extranjera. Se encuentran ante una realidad a la que no se han aproximado por sus pasos contados…”

Más que nuevos rostros deben ofertar innovadoras propuestas; fundamentalmente debe notarse el comportamiento, la firme decisión de cumplir la ley y obedecer el mandato constitucional, pero sobre todo hacer un corte de caja con el pasado, para deslindarse política y judicialmente de los rastros dejados por la sangre de los crímenes de lesa humanidad, el hambre, la pésima educación, la falta de los servicios básicos y la profundización de la pobreza. Es lo que se espera del priismo: desmarcarse de Zedillo y Calderón.

Los electores, el primero de julio, se enfrentarán a una alternativa irrevocable: transición, o dictadura.

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