Política a la griega (low cost)

Fausto Pretelín

La recesión europea elimina la posibilidad de conjugar verbos en futuro. La figura de los políticos low cost (Grecia) comienza a surgir, al parecer, para evitar el sonrojo de los eurócratas frente a los 20 millones de desempleados que se distribuyen en los 27 países de la Unión Europea (en particular en España, Italia, Portugal y Grecia).

La política ha sido desacralizada por los incrédulos que sienten mermas de calidad de vida de manera súbita. Ahora, para ellos, los políticos se han convertido en sus válvulas de escape (agrupaciones radicales) y motivos ambientalistas en redes sociales.

En pocas palabras, los politólogos corren el riesgo de desaparecer como, en su momento, lo hicieron los dinosaurios. Serán los paleontólogos, y no los políticos, quienes se encarguen de inspeccionar la cantidad de fósiles que van quedando en el camino. Entre sus temas de investigación se encontrarán los siguientes:

- Tácticas del pensamiento político de Silvio Berlusconi.
- Alquimia macroeconómica griega.
- Optimismo antropológico; caso de análisis de los gobiernos de José Luis Rodríguez Zapatero.
- Las Olimpiadas que Mario Monti no quiso organizar.

Es noticia el amontonamiento de dígitos en los recibos de pago quincenales de funcionarios (supongamos me refiero a los mexicanos) pero, al parecer, no es noticia cuando un primer ministro deja de cobrar su quincena por alguna razón crítica. Sin duda alguna, estamos muy lejos de Grecia.

Lucas Papademos llegó en noviembre a la jefatura del gobierno griego para tratar de resolver los desastres que le heredaron sus antecesores: falsificación de datos macroeconómicos, leyes paternalistas, obesidad burocrática, metástasis de gasto público, pensiones de fantasía, y lo peor, desprecio por las generaciones vendieras bajo la idea (muy a la mexicana) de que el futuro no cabe en la retórica. Por si fuera poco, la negociación de Papademos con la troika (Banco Central Europeo, Comisión Europea y Fondo Monetario Internacional) sobre el segundo préstamo equivalente a 130 mil millones de euros, ha monopolizado, de manera aletargada (al menos hasta el 9 de marzo), las agendas política, social, laboral, y por su puesto, económica de un país gobernado desde Bruselas (sede de la Comisión Europea). En medio del caos una posición sensata y nada presuntuosa se convirtió como símbolo de la neo-filosofía política.

Uno de los colaboradores de Papademos declaró el viernes pasado que el primer ministro “no quiso hacer público (la decisión de no cobrar) porque no pretendía que fuese una cuestión de debate público, sino que se trata de una elección personal”. El sueldo anual del primer ministro griego es de 105 mil euros (1 millón 890 mil pesos).

El caso de Papademos no es un caso aislado. El presidente griego, Karolos Papulias, también renunció a su cómodo sueldo de 400 mil euros anuales (7.2 millones de pesos) pues consideró que el suceso es un “gesto simbólico y solidario con la gente” en un país cuya deuda supera los 360 mil millones de euros.

La presión que ejerce Angela Merkel (una especie de rebobinamiento de la memoria nos dibuja el nombre Margaret Thatcher) sobre Grecia en materia de recortes de gasto público (es algo más que incomprensible para los soberanistas de pasarela como lo son Hugo Chávez, Evo Morales, Rafael Correa, Cristina Kirchner, Raúl Castro y Daniel Ortega, pero no así para los griegos racionalistas que fueron traicionados por sus propios gobernantes) ha envejecido al joven gobierno de Papdemos. Finalmente, y por si fuera poco, el jueves pasado el Eurogrupo (ministros de finanzas y economía de los países de la zona euro, el comisario de Finanzas de la Comisión Europea, el director del Banco Central Europeo y el presidente de la Unión Europea), desairó a Grecia al introducir elementos melodramáticos al ya trágico caso griego, al no entregarle el 50% de los 130 mil millones de euros hasta arreglar unos asuntos pendientes con el primer ministro. Me imagino que entre los asuntos pendientes se encontrará la creación de la plaza: Comisario belga en el parlamento griego.

La recesión y los recortes presupuestales convierten en inverosímiles las voces de los profetas que aseguran que no existe tratamiento alternativo a la crisis del euro (Merkel, Olli Rehn, Draghi, Barroso) en épocas donde el consumo concentra la esperanza de los industriales.

Si la democracia de bajo costo llegara a presenciar el final de la crisis europea, el camino tortuoso habrá valido la pena, y la troika tendría que recibir un premio por haber practicado el primer gran estrangulamiento de gasto público en el siglo XXI. En ese posible escenario, las tarjetas de crédito se convertirán en credenciales de identificación y las rebajas desaparecerán porque no existirán los aspiracionistas, ese grupo de personajes cuya afición de vida es vivir en la ficción.

Mario Monti se adelantó a su tiempo. En febrero anunció que el sueño por organizar los Juegos Olímpicos de 2020 en Roma había concluido. Aspirar a ellos dijo, no es lo más realista porque su Gobierno no se siente capaz de asumir el compromiso de sumir garantías financieras. Algo similar sucede con el tarjetahabiente que frente a una mascada Hermès es torturado por la pesadilla posible en la que un ejecutivo del banco le llama por teléfono para recordarle su deuda.

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