Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder
Desarmar un motor sin saber reconstruirlo de nuevo, es lo que hicieron durante los últimos 18 años los presidentes de México. Al conducir el país sintieron que algo andaba mal, fueron incapaces de diagnosticarlo y decidieron abrirlo todo; asumieron que se requiere un modelo político nuevo, pero carecieron de los instrumentos y conocimientos para concebirlo e iniciarlo. Dejaron el tiradero.
Quienes hoy aspiran a la silla del águila saben que de fracasar otra vez se perderá el siglo XXI, se destinará a México al subdesarrollo eterno, a la disparidad abisal entre ricos y pobres, al degüello y la violencia como manifestación de descontento, a pesar de las más feroces fuerzas del orden. También están conscientes de que si ganan la Presidencia de la República no tendrán el Congreso.
Los hechos, entonces, muestran que Manlio Fabio Beltrones tiene razón. Para ir hacia adelante y destrabar el impasse en el que la impericia panista en la conducción de hombres y en la administración pública colocó a la transición, se requiere de un gobierno de coalición de facto, que facilite la reconstrucción del tejido social, la de las correas de transmisión del poder y el andamiaje político, jurisdiccional y económico que abra los cauces a una transición que no se puede posponer.
Sesudos analistas hablan de un pacto -Calderón nunca los cumple-. No es posible, establecerlo equivale a anudar complicidades, éstas facilitarían que Ernesto Zedillo Ponce de León se fuese al olvido sin asumir la responsabilidad que lo corresponde por la matanza de Acteal, se ensancharían las posibilidades de que Felipe Calderón entregue el poder con la certeza de que no habrá de rendir cuentas por los miles de muertos que nada resolvieron en beneficio del país, que profundizaron la humillación de los mexicanos y su dependencia de Estados Unidos.
Si los priistas que están llamados a regresar asumen su responsabilidad, construirán una coalición para recuperar la gobernabilidad e iniciar la reconstrucción del Estado.
Escribe Simone Weil un anticipo de lo que significa la corresponsabilidad de Enrique Peña Nieto y Manlio Fabio Beltrones: “Los sentimientos personales desempeñan en los grandes acontecimientos del mundo un papel que nunca se vislumbra en toda su extensión. Que haya o no amistad entre dos hombres, entre dos medios sociales, puede resultar decisivo en ciertos casos para el destino (del país)”.
Ambos tienen una obligación con México, y es a quien se hará con el poder a quien corresponde el gesto de generosidad, a quien corresponde descender para ser el primero y adquirir la autoridad ética para convocar, además de a la transición, al cierre de filas, al ajuste de cuentas sin el cual la sociedad le negará su respaldo para emprender cualquiera de las políticas públicas que decida, porque sería imposible la reconciliación nacional.
Desarmar un motor sin saber reconstruirlo de nuevo, es lo que hicieron durante los últimos 18 años los presidentes de México. Al conducir el país sintieron que algo andaba mal, fueron incapaces de diagnosticarlo y decidieron abrirlo todo; asumieron que se requiere un modelo político nuevo, pero carecieron de los instrumentos y conocimientos para concebirlo e iniciarlo. Dejaron el tiradero.
Quienes hoy aspiran a la silla del águila saben que de fracasar otra vez se perderá el siglo XXI, se destinará a México al subdesarrollo eterno, a la disparidad abisal entre ricos y pobres, al degüello y la violencia como manifestación de descontento, a pesar de las más feroces fuerzas del orden. También están conscientes de que si ganan la Presidencia de la República no tendrán el Congreso.
Los hechos, entonces, muestran que Manlio Fabio Beltrones tiene razón. Para ir hacia adelante y destrabar el impasse en el que la impericia panista en la conducción de hombres y en la administración pública colocó a la transición, se requiere de un gobierno de coalición de facto, que facilite la reconstrucción del tejido social, la de las correas de transmisión del poder y el andamiaje político, jurisdiccional y económico que abra los cauces a una transición que no se puede posponer.
Sesudos analistas hablan de un pacto -Calderón nunca los cumple-. No es posible, establecerlo equivale a anudar complicidades, éstas facilitarían que Ernesto Zedillo Ponce de León se fuese al olvido sin asumir la responsabilidad que lo corresponde por la matanza de Acteal, se ensancharían las posibilidades de que Felipe Calderón entregue el poder con la certeza de que no habrá de rendir cuentas por los miles de muertos que nada resolvieron en beneficio del país, que profundizaron la humillación de los mexicanos y su dependencia de Estados Unidos.
Si los priistas que están llamados a regresar asumen su responsabilidad, construirán una coalición para recuperar la gobernabilidad e iniciar la reconstrucción del Estado.
Escribe Simone Weil un anticipo de lo que significa la corresponsabilidad de Enrique Peña Nieto y Manlio Fabio Beltrones: “Los sentimientos personales desempeñan en los grandes acontecimientos del mundo un papel que nunca se vislumbra en toda su extensión. Que haya o no amistad entre dos hombres, entre dos medios sociales, puede resultar decisivo en ciertos casos para el destino (del país)”.
Ambos tienen una obligación con México, y es a quien se hará con el poder a quien corresponde el gesto de generosidad, a quien corresponde descender para ser el primero y adquirir la autoridad ética para convocar, además de a la transición, al cierre de filas, al ajuste de cuentas sin el cual la sociedad le negará su respaldo para emprender cualquiera de las políticas públicas que decida, porque sería imposible la reconciliación nacional.
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