Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder
El comportamiento de los responsables políticos en la conducción de la seguridades pública, interna, nacional, geográfica y regional, es bíblico. Se comportan en sus declaraciones y presentaciones públicas como sepulcros blanqueados.
La ONU únicamente denuncia cuando la opinión pública mundial -siempre con el oído atento a la estadounidense, en primer lugar- ha volcado su atención sobre alguno de los temas que los medios destacan -para distraer de problemas fundamentales, o por instrucciones de interés político de los directorios de la globalización-, pero que no necesariamente le conciernen de manera directa, o lo hacen tangencialmente en cuanto afecta la economía o su divertimento.
El tráfico de armas tiene sin cuidado a los estadounidenses, porque ejercer el derecho a portarlas es parte de su atuendo y su estilo de vida, pero sobre todo porque de alguna manera ha de mantenerse viva la que creció como economía de guerra, aunque sin tomar en cuenta que las armas le permiten mantener una beligerancia entre Estados o dentro de naciones cuyo control es vital para la seguridad del Imperio.
Las equívocas políticas de derechos humanos son parte fundamental de su intromisión en la administración política interna de Estados “independientes”, pero en ésta no se incluye la trata, ni los acuerdos migratorios ni todo aquello que garantiza el trabajo esclavo o ilegal que facilita el desarrollo interno del mercado estadounidense y su economía.
Denunciar el tráfico de drogas, la violencia en la cual se desarrolla, es otra manera de intervenir internamente en naciones que, de acuerdo a las necesidades de su seguridad regional o interna, deben ser controladas, como es el caso de México y Centro América.
Para la ONU el narcotráfico es ya un fenómeno al que es necesario contener, pero ¿qué mayor control necesitan de su flujo, si México el año 2000 decomisó 748 toneladas, y en 2010 únicamente 9.4 toneladas? Los acuerdos están establecidos, porque todos, absolutamente todos se benefician del producto económico del narcotráfico, de otra manera lo que decomisarían sería dólares o euros.
Las cifras del dinero que mueve anualmente el narcotráfico permitirían rescatar económicamente varias veces la eurozona, saldar la deuda externa de México, abatir el hambre en África y otras regiones del mundo, pero eso no es del interés de quienes administran la globalización y el flujo de efectivo, porque lo que está en juego es el dominio mundial.
De allí su interés por -con el pretexto del Acuerdo Mérida, el combate al narco y la buena vecindad- tener un pie metido en los asuntos internos de México, porque el petróleo que necesitan, las nuevas reservas probadas están en territorio de esta aterida nación, y les urge para que sus refinerías continúen produciendo lo que después venden a los mexicanos a precio de oro.
El comportamiento de los responsables políticos en la conducción de la seguridades pública, interna, nacional, geográfica y regional, es bíblico. Se comportan en sus declaraciones y presentaciones públicas como sepulcros blanqueados.
La ONU únicamente denuncia cuando la opinión pública mundial -siempre con el oído atento a la estadounidense, en primer lugar- ha volcado su atención sobre alguno de los temas que los medios destacan -para distraer de problemas fundamentales, o por instrucciones de interés político de los directorios de la globalización-, pero que no necesariamente le conciernen de manera directa, o lo hacen tangencialmente en cuanto afecta la economía o su divertimento.
El tráfico de armas tiene sin cuidado a los estadounidenses, porque ejercer el derecho a portarlas es parte de su atuendo y su estilo de vida, pero sobre todo porque de alguna manera ha de mantenerse viva la que creció como economía de guerra, aunque sin tomar en cuenta que las armas le permiten mantener una beligerancia entre Estados o dentro de naciones cuyo control es vital para la seguridad del Imperio.
Las equívocas políticas de derechos humanos son parte fundamental de su intromisión en la administración política interna de Estados “independientes”, pero en ésta no se incluye la trata, ni los acuerdos migratorios ni todo aquello que garantiza el trabajo esclavo o ilegal que facilita el desarrollo interno del mercado estadounidense y su economía.
Denunciar el tráfico de drogas, la violencia en la cual se desarrolla, es otra manera de intervenir internamente en naciones que, de acuerdo a las necesidades de su seguridad regional o interna, deben ser controladas, como es el caso de México y Centro América.
Para la ONU el narcotráfico es ya un fenómeno al que es necesario contener, pero ¿qué mayor control necesitan de su flujo, si México el año 2000 decomisó 748 toneladas, y en 2010 únicamente 9.4 toneladas? Los acuerdos están establecidos, porque todos, absolutamente todos se benefician del producto económico del narcotráfico, de otra manera lo que decomisarían sería dólares o euros.
Las cifras del dinero que mueve anualmente el narcotráfico permitirían rescatar económicamente varias veces la eurozona, saldar la deuda externa de México, abatir el hambre en África y otras regiones del mundo, pero eso no es del interés de quienes administran la globalización y el flujo de efectivo, porque lo que está en juego es el dominio mundial.
De allí su interés por -con el pretexto del Acuerdo Mérida, el combate al narco y la buena vecindad- tener un pie metido en los asuntos internos de México, porque el petróleo que necesitan, las nuevas reservas probadas están en territorio de esta aterida nación, y les urge para que sus refinerías continúen produciendo lo que después venden a los mexicanos a precio de oro.
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