Carlos Ramírez / Indicador Político
Si alguna duda cabía en que México ha profundizado su reinserción en la lógica de la seguridad nacional de los Estados Unidos, la cola de precandidatos presidenciales mexicanos para reunirse con el vicepresidente estadounidense Joe Biden confirmó el papel estratégico mexicano y la ausencia de una reflexión política sobre los verdaderos intereses geopolíticos de México.
La visita de Biden cerró la primera fase del ciclo de penetración de los EU en México en el doble escenario de las elecciones presidenciales respectivas en ambos países. De hecho, los precandidatos mexicanos --que aún no reciben el registro oficial del IFE-- ya se comprometieron ante el operador de Barack Obama a mantenerse en la órbita de los intereses estratégicos estadounidenses y a no dar ninguna sorpresa con giros diplomáticos repentinos.
La que podría llamarse Operación México de Obama comenzó el 31 de diciembre pasado con la firma de la Ley de Defensa Nacional de los EU, que de alguna manera involucró a México por el tema de seguridad, terrorismo, narcotráfico e indocumentados y terminó con la visita de Biden para recibir a los precandidatos presidenciales mexicanos para conocer en privado sus puntos de vista sobre los EU, antes de darlos a conocer a los mexicanos.
En el espacio político de dos meses, la Casa Blanca envió a México mensajes claros y directos de su papel en la estrategia de seguridad nacional de los EU: el 19 de enero visitó México el nuevo director general de la CIA, general David H. Petraeus, anterior comandante general en Irak durante el gobierno de George W. Bush; el 24 de enero arribó al DF la secretaria de Estado, Hillary Clinton; el 24 de febrero estuvo aquí la secretaria de Seguridad Interior, Janet Napolitano; y ayer 5 de marzo estuvo el vicepresidente Biden. La agenda estadounidense de estos eventos dejó muy claro que México es todavía un asunto --¿problema?-- de seguridad nacional de los Estados Unidos. Por tanto, el tema central de Biden en su encuentro con los precandidatos a la Presidencia de la República fue el tema de la seguridad y la geopolítica, evidentemente desde los intereses de Washington.
Las prioridades estadounidenses están fuera de toda duda: la Ley de Defensa Nacional no tiene que ver solamente con el presupuesto militar “para la defensa de los EU y sus intereses en el extranjero”, sino que involucra temas y leyes especiales para combatir el terrorismo dentro y fuera del territorio, algunas de ellas aprobadas con el apoyo demócrata en el gobierno de George W. Bush y que violan flagrantemente los derechos humanos y constitucionales no sólo de los estadounidenses, sino de los extranjeros sospechosos de terrorismo.
Ninguno de los cuatro precandidatos mexicanos a la Presidencia de la República tiene experiencia en enfoques de seguridad nacional, aunque en descargo Barack Obama tampoco la tiene; sólo que en los EU el control de las decisiones estratégicas no está en el presidente, sino se localiza en las oficinas de inteligencia y seguridad nacional y Obama ha aceptado esas reglas del juego, mientras él le dedica atención a los pobres con programas populistas que buscan garantizarle votos para su reelección.
En este contexto, en su afán por conseguir fotos que deriven en votos, los precandidatos mexicanos carecieron de una evaluación estratégica de la visita y menos aún la insertaron en las presencias previas de operadores de seguridad nacional del gobierno de Obama. Por su condición de precandidatos aún sin el registro oficial en el IFE, Enrique Peña Nieto, Josefina Vázquez Mota, Andrés Manuel López Obrador y Gabriel Quadri debieron ser más cuidadosos con los mensajes que quedaron en el ambiente político.
Por la filtración de indicios, los precandidatos presidenciales trataron de agradar al poderoso visitante y de venderle la idea de que ninguno de ellos provocaría un sobresalto en las relaciones bilaterales. Sin embargo, por la formación política de los cuatro, ninguno ha entendido que las relaciones de México con los Estados Unidos no son de vecindad, sino de geoestrategia y de seguridad nacional mutua, además de que el conflicto histórico alimenta la percepción de que esa relación se basa en la dialéctica dominación-resistencia. Al final, Biden vino a recoger el compromiso de los precandidatos de que no habría variación en la política exterior de México, cuyo pivote ha sido la relación con los Estados Unidos.
El dato más revelador del interés de los EU en México fue sin duda la visita publicitada del director general de la CIA y de sus reuniones con funcionarios del área de seguridad mexicana, cuando esa relación tradicionalmente se lleva secretamente a través del Centro de Investigación y Seguridad Nacional y nunca abiertamente con funcionarios de mayor jerarquía. Pero el general Petraeus traía la representación directa del presidente Obama, por lo que también se publicitó el encuentro del director de la CIA con el presidente Calderón.
En escasos dos meses Obama ya dejó en claro el papel de México en la órbita de la seguridad nacional de Washington: el sometimiento. Y el encuentro de Biden con los precandidatos presidenciales mexicanos ocurrió en los tres temas principales de la agenda estadounidense: seguridad nacional, terrorismo y narcotráfico, sin tocar por cierto el tema de interés mexicano de la migración y la promesa incumplida de Obama de una reforma migratoria.
Lo grave para los precandidatos presidenciales es que aún no revelan públicamente sus propuestas personales sobre el tema de las relaciones con los Estados Unidos, y ya dejaron en el ambiente político la suspicacia de su reunión privada con el segundo en la jerarquía de la Casa Blanca, y que ninguno de ellos tiene una agenda de soberanía nacional que pase primero por la definición de los intereses de la seguridad nacional de México y de los principios de política exterior, en un mundo en reorganización en el que Washington está imponiendo su nueva hegemonía.
Si alguna duda cabía en que México ha profundizado su reinserción en la lógica de la seguridad nacional de los Estados Unidos, la cola de precandidatos presidenciales mexicanos para reunirse con el vicepresidente estadounidense Joe Biden confirmó el papel estratégico mexicano y la ausencia de una reflexión política sobre los verdaderos intereses geopolíticos de México.
La visita de Biden cerró la primera fase del ciclo de penetración de los EU en México en el doble escenario de las elecciones presidenciales respectivas en ambos países. De hecho, los precandidatos mexicanos --que aún no reciben el registro oficial del IFE-- ya se comprometieron ante el operador de Barack Obama a mantenerse en la órbita de los intereses estratégicos estadounidenses y a no dar ninguna sorpresa con giros diplomáticos repentinos.
La que podría llamarse Operación México de Obama comenzó el 31 de diciembre pasado con la firma de la Ley de Defensa Nacional de los EU, que de alguna manera involucró a México por el tema de seguridad, terrorismo, narcotráfico e indocumentados y terminó con la visita de Biden para recibir a los precandidatos presidenciales mexicanos para conocer en privado sus puntos de vista sobre los EU, antes de darlos a conocer a los mexicanos.
En el espacio político de dos meses, la Casa Blanca envió a México mensajes claros y directos de su papel en la estrategia de seguridad nacional de los EU: el 19 de enero visitó México el nuevo director general de la CIA, general David H. Petraeus, anterior comandante general en Irak durante el gobierno de George W. Bush; el 24 de enero arribó al DF la secretaria de Estado, Hillary Clinton; el 24 de febrero estuvo aquí la secretaria de Seguridad Interior, Janet Napolitano; y ayer 5 de marzo estuvo el vicepresidente Biden. La agenda estadounidense de estos eventos dejó muy claro que México es todavía un asunto --¿problema?-- de seguridad nacional de los Estados Unidos. Por tanto, el tema central de Biden en su encuentro con los precandidatos a la Presidencia de la República fue el tema de la seguridad y la geopolítica, evidentemente desde los intereses de Washington.
Las prioridades estadounidenses están fuera de toda duda: la Ley de Defensa Nacional no tiene que ver solamente con el presupuesto militar “para la defensa de los EU y sus intereses en el extranjero”, sino que involucra temas y leyes especiales para combatir el terrorismo dentro y fuera del territorio, algunas de ellas aprobadas con el apoyo demócrata en el gobierno de George W. Bush y que violan flagrantemente los derechos humanos y constitucionales no sólo de los estadounidenses, sino de los extranjeros sospechosos de terrorismo.
Ninguno de los cuatro precandidatos mexicanos a la Presidencia de la República tiene experiencia en enfoques de seguridad nacional, aunque en descargo Barack Obama tampoco la tiene; sólo que en los EU el control de las decisiones estratégicas no está en el presidente, sino se localiza en las oficinas de inteligencia y seguridad nacional y Obama ha aceptado esas reglas del juego, mientras él le dedica atención a los pobres con programas populistas que buscan garantizarle votos para su reelección.
En este contexto, en su afán por conseguir fotos que deriven en votos, los precandidatos mexicanos carecieron de una evaluación estratégica de la visita y menos aún la insertaron en las presencias previas de operadores de seguridad nacional del gobierno de Obama. Por su condición de precandidatos aún sin el registro oficial en el IFE, Enrique Peña Nieto, Josefina Vázquez Mota, Andrés Manuel López Obrador y Gabriel Quadri debieron ser más cuidadosos con los mensajes que quedaron en el ambiente político.
Por la filtración de indicios, los precandidatos presidenciales trataron de agradar al poderoso visitante y de venderle la idea de que ninguno de ellos provocaría un sobresalto en las relaciones bilaterales. Sin embargo, por la formación política de los cuatro, ninguno ha entendido que las relaciones de México con los Estados Unidos no son de vecindad, sino de geoestrategia y de seguridad nacional mutua, además de que el conflicto histórico alimenta la percepción de que esa relación se basa en la dialéctica dominación-resistencia. Al final, Biden vino a recoger el compromiso de los precandidatos de que no habría variación en la política exterior de México, cuyo pivote ha sido la relación con los Estados Unidos.
El dato más revelador del interés de los EU en México fue sin duda la visita publicitada del director general de la CIA y de sus reuniones con funcionarios del área de seguridad mexicana, cuando esa relación tradicionalmente se lleva secretamente a través del Centro de Investigación y Seguridad Nacional y nunca abiertamente con funcionarios de mayor jerarquía. Pero el general Petraeus traía la representación directa del presidente Obama, por lo que también se publicitó el encuentro del director de la CIA con el presidente Calderón.
En escasos dos meses Obama ya dejó en claro el papel de México en la órbita de la seguridad nacional de Washington: el sometimiento. Y el encuentro de Biden con los precandidatos presidenciales mexicanos ocurrió en los tres temas principales de la agenda estadounidense: seguridad nacional, terrorismo y narcotráfico, sin tocar por cierto el tema de interés mexicano de la migración y la promesa incumplida de Obama de una reforma migratoria.
Lo grave para los precandidatos presidenciales es que aún no revelan públicamente sus propuestas personales sobre el tema de las relaciones con los Estados Unidos, y ya dejaron en el ambiente político la suspicacia de su reunión privada con el segundo en la jerarquía de la Casa Blanca, y que ninguno de ellos tiene una agenda de soberanía nacional que pase primero por la definición de los intereses de la seguridad nacional de México y de los principios de política exterior, en un mundo en reorganización en el que Washington está imponiendo su nueva hegemonía.
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