Samuel García
¿Ha jugado alguna vez con alguien que cuando va ganando la partida todo va bien, pero a la menor señal de que se encamina a una derrota parcial, busca cualquier pretexto para detener el juego, para cambiar las reglas o, simplemente, para montar en cólera?
Yo sí, y estoy seguro que muchos hemos reconocido o vivido una conducta así. Es frecuente entre los niños por su natural sinceridad, pero también muy recurrida entre los adultos aunque con mucho más trampas para no ser descubiertos en el berrinche.
Pues bien, el gobierno brasileño que encabeza Dilma Rousseff ha mostrado esa conducta infantil en su política comercial.
Mientras que el Acuerdo de Complementación Económica 55 (ACE-55) le fue favorable con generosos superávits comerciales, sus sucesivos gobiernos estuvieron contentos; pero tan pronto como vieron el primer asomo de que sus superávits se convertirían en déficits –cosa que ocurrió apenas el año pasado, en 2011- entonces decidieron hacer berrinche, dieron un golpe en la mesa, se envalentonaron para cambiar las reglas del juego y amenazaron con tirar todas las piezas si no se hacía lo que querían.
Caricatura o no, eso ocurrió en las últimas semanas.
Tomo las cifras y la cita prestada del artículo de Luz María de la Mora que publicó Reforma el martes pasado y que ejemplifica la conducta brasileña: “Desde 1998 el lado deficitario ha estado con México; en 2006 este llegó a 4,400 millones de dólares y solo en 2011 México logró un modesto superávit de 330 millones de dólares…si vemos la película completa, vemos entonces que el superávit que México ha logrado por la venta de autos a Brasil se compensa con sus compras en otros sectores”.
Así fue. El berrinche brasileño se tradujo en tres exigencias que impuso el gobierno de Dilma Rousseff a México y que ayer el gobierno del Presidente Felipe Calderón aceptó para –dice textualmente el diplomático comunicado del gobierno mexicano- “preservar el ACE 55 y negociar un régimen transitorio con valores incrementales únicamente por un periodo de tres años, para regresar al libre comercio transcurrido dicho plazo y evitar la denuncia”.
Brasil había exigido cambiar las reglas del Acuerdo en: 1.Modificación del contenido regional de los automóviles mexicanos del 30% actual, al 40%, 2. Limitar las importaciones de automóviles mexicanos libres de arancel, y 3. Ampliar el Acuerdo para camiones y autobuses en los que Brasil tiene ventajas sobre México.
De las tres condiciones brasileñas, las dos primeras fueron aceptadas por México, y la tercera quedó sujeta a “llevar a cabo consultas para un acceso recíproco”. Así quedaron los acuerdos que entrarán en vigor el 19 de marzo: 1. Se modificará el contenido regional de los automóviles mexicanos de 30% a 35% en el primer año (o sea, ¡ya!), y a 40% en el quinto año. 2. Se limitarán por tres años las importaciones de automóviles mexicanos a Brasil al valor que tuvieron en 2010, es decir, el año cuando Brasil todavía fue superavitario frente a México, y 3. Se estudiará el Acuerdo para vehículos pesados.
En suma, al berrinche brasileño se le dio gusto, porque a México le interesa preservar las inversiones que se han hecho en los últimos años. Cuestión entendible.
La pregunta es si esa conducta del berrinche va a cambiar. Si en tres años el gobierno de Brasil regresará al libre comercio con las reglas anteriores, sin chistar aunque pierda. Mi experiencia de dos décadas como padre, me dice que no.
¿Ha jugado alguna vez con alguien que cuando va ganando la partida todo va bien, pero a la menor señal de que se encamina a una derrota parcial, busca cualquier pretexto para detener el juego, para cambiar las reglas o, simplemente, para montar en cólera?
Yo sí, y estoy seguro que muchos hemos reconocido o vivido una conducta así. Es frecuente entre los niños por su natural sinceridad, pero también muy recurrida entre los adultos aunque con mucho más trampas para no ser descubiertos en el berrinche.
Pues bien, el gobierno brasileño que encabeza Dilma Rousseff ha mostrado esa conducta infantil en su política comercial.
Mientras que el Acuerdo de Complementación Económica 55 (ACE-55) le fue favorable con generosos superávits comerciales, sus sucesivos gobiernos estuvieron contentos; pero tan pronto como vieron el primer asomo de que sus superávits se convertirían en déficits –cosa que ocurrió apenas el año pasado, en 2011- entonces decidieron hacer berrinche, dieron un golpe en la mesa, se envalentonaron para cambiar las reglas del juego y amenazaron con tirar todas las piezas si no se hacía lo que querían.
Caricatura o no, eso ocurrió en las últimas semanas.
Tomo las cifras y la cita prestada del artículo de Luz María de la Mora que publicó Reforma el martes pasado y que ejemplifica la conducta brasileña: “Desde 1998 el lado deficitario ha estado con México; en 2006 este llegó a 4,400 millones de dólares y solo en 2011 México logró un modesto superávit de 330 millones de dólares…si vemos la película completa, vemos entonces que el superávit que México ha logrado por la venta de autos a Brasil se compensa con sus compras en otros sectores”.
Así fue. El berrinche brasileño se tradujo en tres exigencias que impuso el gobierno de Dilma Rousseff a México y que ayer el gobierno del Presidente Felipe Calderón aceptó para –dice textualmente el diplomático comunicado del gobierno mexicano- “preservar el ACE 55 y negociar un régimen transitorio con valores incrementales únicamente por un periodo de tres años, para regresar al libre comercio transcurrido dicho plazo y evitar la denuncia”.
Brasil había exigido cambiar las reglas del Acuerdo en: 1.Modificación del contenido regional de los automóviles mexicanos del 30% actual, al 40%, 2. Limitar las importaciones de automóviles mexicanos libres de arancel, y 3. Ampliar el Acuerdo para camiones y autobuses en los que Brasil tiene ventajas sobre México.
De las tres condiciones brasileñas, las dos primeras fueron aceptadas por México, y la tercera quedó sujeta a “llevar a cabo consultas para un acceso recíproco”. Así quedaron los acuerdos que entrarán en vigor el 19 de marzo: 1. Se modificará el contenido regional de los automóviles mexicanos de 30% a 35% en el primer año (o sea, ¡ya!), y a 40% en el quinto año. 2. Se limitarán por tres años las importaciones de automóviles mexicanos a Brasil al valor que tuvieron en 2010, es decir, el año cuando Brasil todavía fue superavitario frente a México, y 3. Se estudiará el Acuerdo para vehículos pesados.
En suma, al berrinche brasileño se le dio gusto, porque a México le interesa preservar las inversiones que se han hecho en los últimos años. Cuestión entendible.
La pregunta es si esa conducta del berrinche va a cambiar. Si en tres años el gobierno de Brasil regresará al libre comercio con las reglas anteriores, sin chistar aunque pierda. Mi experiencia de dos décadas como padre, me dice que no.
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