Jorge Diaz
En las últimas encuestas entregadas por las diferentes casas encuestadoras en nuestro país, se refleja un aumento en el número de indecisos. Seguramente el querido lect@r ha escuchado a muchos analistas y comentaristas decir que en esa franja del electorado se encuentra la diferencia entre ganar o perder para los candidatos.
También se menciona que es en ese grupo de potenciales electores donde está el gran reto para los equipos de campaña y que en la lectura adecuada que se haga de lo que piensan y sienten los que ahí se encuentran, radica el tamaño de su éxito.
Convencerlos a través de la persuasión, el miedo y la seducción será la tarea que a partir de Abril deberán hacer los aspirantes a la presidencia y en el caso del segundo y tercer lugar, es simplemente vital atenderlos.
Sin embargo, lo que nadie dice hasta ahora respecto de ese grupo de indecisos, son sus intenciones reales de participar o no en las elecciones, o bien, de cruzar la boleta electoral en sentido de la anulación de su voto.
Son cada vez más las voces en cualquier lugar del país que manifiestan su desencanto sobre la política, los políticos, el gobierno, los partidos y la utopía en la que se convirtió la democracia, que la indecisión que externan, no es con respecto de por quién votarán, sino acerca de si votarán o no, lo cual es muy grave pero es una realidad.
Lo interesante sería en todo caso, poder dividir el grupo de los indecisos entre quienes efectivamente votarán a favor de algún candidato pero todavía no están seguros de quién será y los que aunque se presenten en las urnas, todavía no saben si votarán por alguien o simplemente anularán el voto. Si tuviéramos esa posibilidad técnica para dividir en cifras lo anterior, probablemente caeríamos en la cuenta de que no son muchos los votos que ahí se pueden ganar.
Estoy seguro que al final de la elección se tendrán cifras precisas de cuántos anularon su voto y cuántos se abstuvieron de votar y de inmediato aparecerán las voces de reproche hacia este grupo, con el argumento de haber dejado a unos pocos decidir lo que afecta a todos, sin embargo, es menester de los actores políticos echar a andar su imaginación para involucrar a los ciudadanos desencantados por el manejo que hacen de la política y la función pública y no caer en la descalificación fácil sobre quienes legítimamente deciden no participar.
En las últimas encuestas entregadas por las diferentes casas encuestadoras en nuestro país, se refleja un aumento en el número de indecisos. Seguramente el querido lect@r ha escuchado a muchos analistas y comentaristas decir que en esa franja del electorado se encuentra la diferencia entre ganar o perder para los candidatos.
También se menciona que es en ese grupo de potenciales electores donde está el gran reto para los equipos de campaña y que en la lectura adecuada que se haga de lo que piensan y sienten los que ahí se encuentran, radica el tamaño de su éxito.
Convencerlos a través de la persuasión, el miedo y la seducción será la tarea que a partir de Abril deberán hacer los aspirantes a la presidencia y en el caso del segundo y tercer lugar, es simplemente vital atenderlos.
Sin embargo, lo que nadie dice hasta ahora respecto de ese grupo de indecisos, son sus intenciones reales de participar o no en las elecciones, o bien, de cruzar la boleta electoral en sentido de la anulación de su voto.
Son cada vez más las voces en cualquier lugar del país que manifiestan su desencanto sobre la política, los políticos, el gobierno, los partidos y la utopía en la que se convirtió la democracia, que la indecisión que externan, no es con respecto de por quién votarán, sino acerca de si votarán o no, lo cual es muy grave pero es una realidad.
Lo interesante sería en todo caso, poder dividir el grupo de los indecisos entre quienes efectivamente votarán a favor de algún candidato pero todavía no están seguros de quién será y los que aunque se presenten en las urnas, todavía no saben si votarán por alguien o simplemente anularán el voto. Si tuviéramos esa posibilidad técnica para dividir en cifras lo anterior, probablemente caeríamos en la cuenta de que no son muchos los votos que ahí se pueden ganar.
Estoy seguro que al final de la elección se tendrán cifras precisas de cuántos anularon su voto y cuántos se abstuvieron de votar y de inmediato aparecerán las voces de reproche hacia este grupo, con el argumento de haber dejado a unos pocos decidir lo que afecta a todos, sin embargo, es menester de los actores políticos echar a andar su imaginación para involucrar a los ciudadanos desencantados por el manejo que hacen de la política y la función pública y no caer en la descalificación fácil sobre quienes legítimamente deciden no participar.
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