Raymundo Riva Palacio
Hace casi seis años, Felipe Calderón salió a dar la cara ante el electorado y le dijo que iba 10 puntos debajo de su adversario Andrés Manuel López Obrador y que cambiaría toda la estrategia de su campaña. Hizo a un lado a Josefina Vázquez Mota como coordinadora y entró Juan Camilo Mouriño. Despidió a Francisco Ortiz, publirrelacionista de Vicente Fox, e incorporó a Antonio Solá. Le dijo adiós a los spots vestido con suéteres, y se fue a “es un peligro para México”. El cambio funcionó.
La encuesta de Covarrubias y Asociados, que trabajaba para López Obrador, registraba un empate técnico entre ambos hacia el final de la contienda –la diferencia de 10 puntos que decía tener el candidato de la izquierda era una estrategia, no un dato real-, y el día de la elección, la propia directora de la empresa, Ana Cristina Covarrubias, llegó a reconocer que su encuesta de salida le daba una ligera ventaja a su cliente, pero en el conteo rápido se invertía el resultado a favor de Calderón. En tres meses la pelea se había empatado.
Seis años después, quien llevaba a la derrota a Calderón se está llevando a sí mismo a la derrota. El capital que acumuló el PAN en su contienda interna que impulsó a Vázquez Mota, se ha evaporado. Tras ganar la nominación presidencial, La candidata había subido su preferencia electoral en casi seis puntos y alcanzar el voto duro del PAN. Sin embargo, ha fracasado en atraer el voto no panista y, peor aún, sus negativos se han elevado a 17 puntos, según la encuesta quincenal de Consulta Mitofsky.
La prognosis es que se le infectó el pie y le está subiendo la gangrena. Vázquez Mota no ha amputado lo que tiene podrido en su campaña, y a diferencia de Calderón en 2006, tampoco ha dado un golpe de timón. En la intercampaña, donde lo único que tenía que haber hecho era flotar, se hundió. La estrategia en la veda electoral le estaba resultando positiva, con presencia en redes, pero su debacle comenzó con la toma de protesta, donde el coordinador de la campaña, Roberto Gil, fracasó en la organización y la logística. Este episodio exacerbó las tensiones en el equipo de campaña y el conflicto con Gil.
Abrumada y rebasada, Vázquez Mota no metió orden en su equipo. No era la candidata del Presidente, y en el proceso de sanación de las heridas con el equipo de Ernesto Cordero, cometió dos errores en forma simultánea: abrió las puertas a corderistas a cambio de sacrificar a quienes pelearon con ella en los momentos más aciagos, y al mismo tiempo a algunos de los corderistas los marginó en tareas que le resultarían funcionales. El resultado es que continuó la caída en las percepciones, ayudando a construir la imagen de que es una perdedora.
Tampoco ha sabido procesar el deslinde con Calderón. No puede repudiarlo como hizo Luis Echeverría con Gustavo Díaz Ordaz en 1970 por la matanza en Tlatelolco, pero tampoco ha hecho una ruptura pactada, como la hizo Luis Donaldo Colosio con Carlos Salinas en 1994. Vázquez Mota ha hecho lo peor. Rompió con el Presidente cuando dijo que “ella no gobernaría con amigos”, en una crítica directa al estilo de gobernar de Calderón, pero tan mal presentada, que en el único lugar que lo notaron fue en Los Pinos, que se molestaron porque no notificó del deslinde. Faena completa en su desastre.
En la mayoría de los escándalos en los que se ha metido en las dos últimas semanas, ella ha tenido que amortiguar los golpes, ante un equipo ausente. Ella es pararrayos de sus propios errores y de los de sus colaboradores, pero sólo ella paga. No aprendió la lección en carne propia de 2006, y camina hacia la derrota. No es irreversible que pierda, pero sin dar un manotazo sobre la mesa y pensar que la voz suave y la tolerancia a las fallas es la forma, ese será el destino de la candidata Vázquez Mota.
Hace casi seis años, Felipe Calderón salió a dar la cara ante el electorado y le dijo que iba 10 puntos debajo de su adversario Andrés Manuel López Obrador y que cambiaría toda la estrategia de su campaña. Hizo a un lado a Josefina Vázquez Mota como coordinadora y entró Juan Camilo Mouriño. Despidió a Francisco Ortiz, publirrelacionista de Vicente Fox, e incorporó a Antonio Solá. Le dijo adiós a los spots vestido con suéteres, y se fue a “es un peligro para México”. El cambio funcionó.
La encuesta de Covarrubias y Asociados, que trabajaba para López Obrador, registraba un empate técnico entre ambos hacia el final de la contienda –la diferencia de 10 puntos que decía tener el candidato de la izquierda era una estrategia, no un dato real-, y el día de la elección, la propia directora de la empresa, Ana Cristina Covarrubias, llegó a reconocer que su encuesta de salida le daba una ligera ventaja a su cliente, pero en el conteo rápido se invertía el resultado a favor de Calderón. En tres meses la pelea se había empatado.
Seis años después, quien llevaba a la derrota a Calderón se está llevando a sí mismo a la derrota. El capital que acumuló el PAN en su contienda interna que impulsó a Vázquez Mota, se ha evaporado. Tras ganar la nominación presidencial, La candidata había subido su preferencia electoral en casi seis puntos y alcanzar el voto duro del PAN. Sin embargo, ha fracasado en atraer el voto no panista y, peor aún, sus negativos se han elevado a 17 puntos, según la encuesta quincenal de Consulta Mitofsky.
La prognosis es que se le infectó el pie y le está subiendo la gangrena. Vázquez Mota no ha amputado lo que tiene podrido en su campaña, y a diferencia de Calderón en 2006, tampoco ha dado un golpe de timón. En la intercampaña, donde lo único que tenía que haber hecho era flotar, se hundió. La estrategia en la veda electoral le estaba resultando positiva, con presencia en redes, pero su debacle comenzó con la toma de protesta, donde el coordinador de la campaña, Roberto Gil, fracasó en la organización y la logística. Este episodio exacerbó las tensiones en el equipo de campaña y el conflicto con Gil.
Abrumada y rebasada, Vázquez Mota no metió orden en su equipo. No era la candidata del Presidente, y en el proceso de sanación de las heridas con el equipo de Ernesto Cordero, cometió dos errores en forma simultánea: abrió las puertas a corderistas a cambio de sacrificar a quienes pelearon con ella en los momentos más aciagos, y al mismo tiempo a algunos de los corderistas los marginó en tareas que le resultarían funcionales. El resultado es que continuó la caída en las percepciones, ayudando a construir la imagen de que es una perdedora.
Tampoco ha sabido procesar el deslinde con Calderón. No puede repudiarlo como hizo Luis Echeverría con Gustavo Díaz Ordaz en 1970 por la matanza en Tlatelolco, pero tampoco ha hecho una ruptura pactada, como la hizo Luis Donaldo Colosio con Carlos Salinas en 1994. Vázquez Mota ha hecho lo peor. Rompió con el Presidente cuando dijo que “ella no gobernaría con amigos”, en una crítica directa al estilo de gobernar de Calderón, pero tan mal presentada, que en el único lugar que lo notaron fue en Los Pinos, que se molestaron porque no notificó del deslinde. Faena completa en su desastre.
En la mayoría de los escándalos en los que se ha metido en las dos últimas semanas, ella ha tenido que amortiguar los golpes, ante un equipo ausente. Ella es pararrayos de sus propios errores y de los de sus colaboradores, pero sólo ella paga. No aprendió la lección en carne propia de 2006, y camina hacia la derrota. No es irreversible que pierda, pero sin dar un manotazo sobre la mesa y pensar que la voz suave y la tolerancia a las fallas es la forma, ese será el destino de la candidata Vázquez Mota.
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