martes, marzo 06, 2012

La noche de Xochicalco

Alejandra Cullen Benítez

Salir del DF hacia el estado de Morelos es, hoy, una hazaña. El tráfico de sábado es agotador pero la autopista es siempre un placer. Con las historias de violencia que se escuchan cotidianamente, la primera reacción al ver al primer par de esas inmensas e imponentes patrullas de la policía federal, es una sensación de tranquilidad. La paz se merma cuando pasa una camioneta Lincoln, último modelo, beige con vidrios polarizados, sin placas ni permiso, a toda velocidad y ninguno de los tres contingentes policíacos la detienen. No queda más que suponer, que, aunque se trate de una autopista federal, andar en un vehículo sin placas es un delito menor y, en el extremo, potestad de las autoridades estatales ¿o no?. Después nos preguntamos por qué no encuentran a los delincuentes.

Al caer la tarde, se juntan en las ruinas de Xochicalco siete parejas de amigos, sexagenarios. Matrimonios viejos y nuevos, amigos de antaño. Disfrutan las ruinas y, al anochecer, van al espectáculo de luz y sonido. Al terminar, llegan al hotel, a unos kilómetros del sitio arqueológico, ávidos por un tequila y una buena cena.

El hotelito es una vieja casa convertida en hotel. No es un hotel excéntrico. Tiene alberca, cuartos sencillos y bien cuidados. Su principal atractivo es la cercanía de las ruinas y la belleza del lugar.

Los amigos celebran su reunión. La dueña los esperaba, con todo listo en la palapa central, incluso ofreció, a una de las comensales, pasar a escoger el vino. La noche se desarrollaba de maravilla, hasta que una huésped vio dos ojos tras un pasamontañas negro. Antes de comentarlo, se encontraron cercados por siete encapuchados, con armas de alto calibre (lucecita roja incluida). A partir de ahí, la cena fue de bajada.

Los encerraron a todos en un cuarto. Les quitaron relojes, bolsos, celulares, alhajas, llaves de los autos y zapatos. A la que visitó la cava, le exigieron el reloj que horas antes traía puesto. Los tiraron al piso, los cubrieron con una sábana al son de amenazas e insultos…. Mientras, llevaron al hijo de la dueña a revisar las habitaciones que saquearon. Los asaltantes agarraron un vehículo, su botín y partieron. Quedaron los comensales aterrados, la dueña desamparada y los asaltantes encantados.

Seguramente ni las autoridades estatales ni las federales harán nada. Los asaltantes traían armas de alto calibre, pero el asalto es delito es del fuero común y no hubo muertos. A los comensales de la noche de Xochicalco, no les queda más que dar las gracias a los asaltantes por no lastimarlos o secuestrarlos. La dueña del hotel seguramente verá mermado su negocio y los futuros visitantes de las ruinas quedarán vulnerables ante nuevos posibles ataques.

A río revuelto, ganancia de pescadores. En un país donde se prioriza la persecución de los vendedores de drogas sobre los atentados contra el ciudadano, donde nadie asume su responsabilidad, y estados y federación son incapaces de lograr acuerdos básicos, nadie se hará cargo de nuestra seguridad. Sólo nos queda la esperanza de nunca padecer una noche como la de Xochicalco.

POST DATA

Ayer, la SSP envió a este diario una carta afirmando que mentí la semana pasada. El texto no contiene mentiras, simplemente, por ser un espacio de opinión no abunda en detalles. El eje del texto es tratar de entender porque, tras cinco años de guerra, el jefe de la estrategia de la “lucha por la seguridad” invariablemente evade su responsabilidad sobre los muertos y la endosa a otros poderes

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