Guadalajara: perfiles de una guerra

Jorge Carrillo Olea

Como tantas cosas que ha iniciado desde la ignorancia, cuando Calderón bautizó como guerra a su acometida contra el crimen ni idea tuvo de lo que hacía. Menos aún sabía de las implicaciones que una guerra, cualquier guerra, tiene sobre el pueblo y las estructuras de un Estado. Hoy está aprendiendo a costa de los mexicanos. Una muestra es Guadalajara.

Echó a andar una pesadilla, todavía no estimada en sus alcances, sin saber qué estaba haciendo. Sus asesores Sedena, Semar, SSP y PGR callaron obsecuentes y lo dejaron rodar. Esto se ha dicho mil veces, pero nunca serán demasiadas ante el brutal daño histórico del que no conocemos su alcance final.

Para el fin de esta administración, como resultado de la violencia que desató, habrán muerto 60 mil personas y resultado desplazadas, en busca de seguridad, más de 220 mil, sólo de Ciudad Juárez, según el Internal Displacement Monitoring Center, centro noruego especializado en la materia, que nos ha puesto en el mapa mundial de los desplazados junto con Somalia, Libia e Irak.

El ritornelo de Calderón es que no se puede dejar de combatir al crimen. Pues resulta que en más de cinco años nadie se lo ha pedido. Lo que hubiera sido deseable es que combatiera al crimen con un mínimo de perspicacia, inteligencia y cordura, lo que no hizo. Nos ha metido en una guerra totalmente atípica, pero en una guerra. Si alguien lo duda debe ver las escenas de los conflictos en Guadalajara. Que nos diga cuáles diferencias encuentra con lo visto en El Cairo, Irak o Afganistán. Hay beligerantes, hay muertos contendientes e inocentes, incluidos menores, hay uso de armas de guerra, de tácticas, operaciones o cómo se quieran llamar. Hay muerte, heridos, población que huye, destrucción de bienes de la población, ¿entonces?

Pero hay más: en Guadalajara, como se propaga en el país, hay un enorme desasosiego social. Se creó una sociedad del miedo y con ello un individualismo cruel y egoísta, una distensión de los tradicionales anudamientos sociales llamados cohesión, solidaridad, que fueron tan ricos de siempre en nuestra sociedad. Hoy parece que anímicamente el lema es sálvese quien pueda. Es el miedo actuando.

Las instituciones federales y estatales han sufrido merma en su prestigio y con toda razón. Como el Ejército y la Armada, la PGR, las policías, las procuradurías y tribunales locales no estaban preparados para el esfuerzo que sin cálculo se les exigió. El sistema penitenciario reventó. Reventó porque se le adjudicaron cargas de control que ni remotamente podría resistir. Como en pocos casos, la corrupción, maridada con la ineficiencia, déficit de infraestructura y la ausencia de sistemas tecnológicos, hizo explotar los ya existentes vicios. Así, la cadena prevención, procuración, proceso, sentencia y compurgación de penas sencillamente estalló en la cara de los mexicanos.

Éstos serían los daños más visibles. Hay otros de los que aún se habla poco: el desprestigio internacional, la pérdida de presencia moral en los organismos internacionales, el presupuesto público erogado, cuidadosamente disfrazado por la administración. La caída de la productividad en servicios, industria y campo, la pérdida de empleo por cierre de múltiples fuentes por la inviabilidad en que cayeron a causa de la inseguridad o bien por la extorsión, delito en plena expansión. El alza del crimen común, resultado de la corrupción oficial y de la impunidad, es otro resultante.

La inseguridad anímica de la población subsistirá mientras no haya un proyecto de reconstrucción de su cohesión. Subsistirá porque observa la destrucción moral de las estructuras oficiales, empezando por los máximos representantes del poder. La autoridad ante el pueblo perdió respetabilidad y confianza. La guerra dejará sentimientos que se proyectarán a futuras generaciones. Ya se produjeron grandes retrasos en la educación y cultura, daño mayor para los individuos desplazados. Se está formando un país con la sensibilidad de estar en riesgo permanente y a la defensiva, y creyente de que todo futuro es nefasto.

El inacabado balance será terriblemente negativo. No son solamente las lastimosas escenas de fuego y muertes de Guadalajara; ésas son lamentablemente repetitivas. Llegará el momento en que se organice, complemente y exponga tal arqueo, y en ese momento las responsabilidades de Calderón y su gabinete serán expuestas debidamente al juicio de la historia. ¡Se habla de acabar con la impunidad! Habría que empezar por ahí.

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