Enrique Campos Suárez
Y ahora llegan los argentinos a tocar la puerta mexicana y exigir su propia renegociación del respectivo acuerdo comercial en materia automotriz.
Inspirados en los brasileños y quizá atendiendo a que la presidenta Dilma Rousseff parece hacer todo lo posible por parecerse a Cristina Fernández, levantan la voz diciendo que como ya no les conviene lo que habían acordado, pues se quieren echar para atrás.
Pero Argentina no es Brasil y la respuesta que consiguieron de la Secretaría de Economía de México fue inmediata y, por supuesto, negativa.
Y no sólo eso, la advertencia desde este país y que retumbó hasta la Patagonia es que si los argentinos incumplen el pacto, México los demandará ante las instancias internacionales, como la Organización Mundial de Comercio o la Asociación Latinoamericana de Integración.
Argentina ha tomado desde hace mucho tiempo la determinación de que otros paguen sus propias carencias, desde la suspensión de pagos de su deuda en el 2001, que alcanzó a sus propios ciudadanos con el corralito, ha sido una forma de actuar.
Ahora, la política del gobierno de la señora Fernández para suplir la falta de competitividad ha sido el acuerdo “uno a uno”, en donde por cada importación en determinados sectores se tiene que exportar otro dólar con el objetivo de mantener un equilibrio artificial de la balanza comercial.
Ahora, tanto en el caso de Brasil como en de Argentina y sus respectivos Acuerdos de Complementación Económica en materia automotriz (ACE 55), más que una negociación entre países, se trata de una recomposición de las armadoras automotrices.
En el fondo, los que negocian sus altas o bajas tasas de competitividad son las mismas firmas automotrices que no tienen las mismas tasas de eficiencia en diferentes mercados.
Porque es un hecho que en el llamado cuarto de junto de las negociaciones comerciales están los mismos estadounidenses, alemanes y japoneses, tanto del lado mexicano como del brasileño cuando se renegoció ese ACE 55.
Total que la negativa a Argentina a renegociar como México sí accedió a hacerlo con Brasil muestra que “depende el sapo es la pedrada” comercial.
Era obvio que Brasil cometía un abuso en contra de México exigiendo un cambio en un pacto del que ya habían sacado provecho cuando exportaban más que este país. Pero también el cálculo del tamaño de la pérdida para México por enfrentar comercialmente a los cariocas hizo a México aplicar más prudencia que orgullo.
Claro que la siguiente parte de la reacción mexicana le agrega dignidad y sentido común a la inapropiada impertinencia brasileña de faltar a su palabra, México ya dijo no a un Tratado de Libre Comercio con ese país sudamericano ante la imposibilidad de confiar en este socio.
Porque tal parece que Brasil con este gobierno de Rousseff está en un proceso de redefinición de su manera de proceder. Están en esa disyuntiva de ser un gobierno que mantenga los cambios estructurales que de hecho han tenido desde los tiempos de Fernando Henrique Cardoso y Lula, o bien, inclinarse por un estilo más argentino o hasta venezolano de llevar sus relaciones exteriores.
Repasemos estos dos hechos para marcar un tercer caso de la reacción mexicana. Con Argentina, ni hablar, no se negocia. Con Brasil, se acortan los alcances del ACE 55, pero imposible avanzar más.
Pero, ¿qué hay de Estados Unidos?
Nuestro principal socio comercial nunca nos pidió renegociar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte para que los camiones de carga mexicanos no entraran en su territorio tal como estaba contemplado en el texto comercial.
De hecho, simplemente dijeron no al paso de los transportes mexicanos y lo hicieron desde el primer día de vigencia del acuerdo. México aguantó, sin reclamos, hasta este sexenio.
Hoy, que se supone que ya hay un acuerdo para regularizar esta situación incumplida desde hace casi 18 años, México impone castigos a diferentes productos de ese país para obligarlos a cumplir.
Pero es un hecho que el trato dado a argentinos, brasileños y estadounidenses no es el mismo dependiendo el grado de interés de México, lo cual conforma claramente que en materia comercial, “del tamaño del sapo es la pedrada”, pero si el sapo es gringo a lo mejor ni piedra hay.
Y ahora llegan los argentinos a tocar la puerta mexicana y exigir su propia renegociación del respectivo acuerdo comercial en materia automotriz.
Inspirados en los brasileños y quizá atendiendo a que la presidenta Dilma Rousseff parece hacer todo lo posible por parecerse a Cristina Fernández, levantan la voz diciendo que como ya no les conviene lo que habían acordado, pues se quieren echar para atrás.
Pero Argentina no es Brasil y la respuesta que consiguieron de la Secretaría de Economía de México fue inmediata y, por supuesto, negativa.
Y no sólo eso, la advertencia desde este país y que retumbó hasta la Patagonia es que si los argentinos incumplen el pacto, México los demandará ante las instancias internacionales, como la Organización Mundial de Comercio o la Asociación Latinoamericana de Integración.
Argentina ha tomado desde hace mucho tiempo la determinación de que otros paguen sus propias carencias, desde la suspensión de pagos de su deuda en el 2001, que alcanzó a sus propios ciudadanos con el corralito, ha sido una forma de actuar.
Ahora, la política del gobierno de la señora Fernández para suplir la falta de competitividad ha sido el acuerdo “uno a uno”, en donde por cada importación en determinados sectores se tiene que exportar otro dólar con el objetivo de mantener un equilibrio artificial de la balanza comercial.
Ahora, tanto en el caso de Brasil como en de Argentina y sus respectivos Acuerdos de Complementación Económica en materia automotriz (ACE 55), más que una negociación entre países, se trata de una recomposición de las armadoras automotrices.
En el fondo, los que negocian sus altas o bajas tasas de competitividad son las mismas firmas automotrices que no tienen las mismas tasas de eficiencia en diferentes mercados.
Porque es un hecho que en el llamado cuarto de junto de las negociaciones comerciales están los mismos estadounidenses, alemanes y japoneses, tanto del lado mexicano como del brasileño cuando se renegoció ese ACE 55.
Total que la negativa a Argentina a renegociar como México sí accedió a hacerlo con Brasil muestra que “depende el sapo es la pedrada” comercial.
Era obvio que Brasil cometía un abuso en contra de México exigiendo un cambio en un pacto del que ya habían sacado provecho cuando exportaban más que este país. Pero también el cálculo del tamaño de la pérdida para México por enfrentar comercialmente a los cariocas hizo a México aplicar más prudencia que orgullo.
Claro que la siguiente parte de la reacción mexicana le agrega dignidad y sentido común a la inapropiada impertinencia brasileña de faltar a su palabra, México ya dijo no a un Tratado de Libre Comercio con ese país sudamericano ante la imposibilidad de confiar en este socio.
Porque tal parece que Brasil con este gobierno de Rousseff está en un proceso de redefinición de su manera de proceder. Están en esa disyuntiva de ser un gobierno que mantenga los cambios estructurales que de hecho han tenido desde los tiempos de Fernando Henrique Cardoso y Lula, o bien, inclinarse por un estilo más argentino o hasta venezolano de llevar sus relaciones exteriores.
Repasemos estos dos hechos para marcar un tercer caso de la reacción mexicana. Con Argentina, ni hablar, no se negocia. Con Brasil, se acortan los alcances del ACE 55, pero imposible avanzar más.
Pero, ¿qué hay de Estados Unidos?
Nuestro principal socio comercial nunca nos pidió renegociar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte para que los camiones de carga mexicanos no entraran en su territorio tal como estaba contemplado en el texto comercial.
De hecho, simplemente dijeron no al paso de los transportes mexicanos y lo hicieron desde el primer día de vigencia del acuerdo. México aguantó, sin reclamos, hasta este sexenio.
Hoy, que se supone que ya hay un acuerdo para regularizar esta situación incumplida desde hace casi 18 años, México impone castigos a diferentes productos de ese país para obligarlos a cumplir.
Pero es un hecho que el trato dado a argentinos, brasileños y estadounidenses no es el mismo dependiendo el grado de interés de México, lo cual conforma claramente que en materia comercial, “del tamaño del sapo es la pedrada”, pero si el sapo es gringo a lo mejor ni piedra hay.
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