Adrián Sotelo V.
En el contexto del proceso electoral mexicano que culmina con la elección del presidente de la República el 01 de julio 2012 —y al igual que en 2006— se constituyó una "corriente de opinión" que sostiene que el voto se debe canalizar al candidato de las autodenominadas "izquierdas", dado que el no hacerlo, o abstenerse, significa "hacerle el juego a la derecha". Esta es la postura reiterada, por ejemplo, de varios articulistas del diario La jornada, que piensan que esta es la única salida posible para poder transformar al país en el futuro.
Desde distintas perspectivas y enfoques se plantea y con una alta dosis ideológica fuertemente impregnada de presidencialismo y corporativismo, se considera al "pueblo" como un menor de edad, manipulable, que es incapaz de forjar, adoptar e implementar sus posturas y decisiones propias y que, por eso, requiere de la "ayuda" y de la "guía" de los líderes mesiánicos e iluminados únicos capaces de conducirlo por el camino justo y libertario. Algún escritor del diario citado anteriormente, rayando en el ridículo, comparó al candidato de las autodenominadas "izquierdas" con Mahatma Gandhi y lo tildó de " líder espiritual" de las masas mexicanas (véase: José Agustín Pinchetti, "El despertar", en: La jornada on line: http://www.jornada.unam.mx/2012/01/15/politica/010o1pol, 15 de enero de 2012 ).
Esa "corporificación" del líder, ubicado en esta dimensión mesiánica y espiritualista en el caso concreto del sistema político, encarnaría en el "presidente electo" de esas izquierdas que promueve una presunta y cándida "república amorosa" como proyecto de campaña y que, junto con una burocracia política elegida previamente por él entre sus personeros más allegados y de confianza (una especie de "científicos" comtianos), serían los encargados de plasmar la voluntad del líder y modificar, de este modo, la situación global del país marcando, al mismo tiempo, los cambios que consideraran pertinentes. Sin embargo, no se plantea una definición de conceptos como los de "izquierda", "derecha", "transformación" y, el más importante, el "proyecto alternativo de nación".
Como hemos dicho, se habla de crear empleos, de combatir la corrupción, de privatizar "menos" que los gobiernos francamente neoliberales (pero finalmente hacerlo en la lógica de los sagrados principios del mercado, de la competitividad y la productividad); mejorar los ingresos de los salarios a través de políticas públicas (como, por ejemplo, las que en su momento implementó el presidente Lula en Brasil mediante decretos de aumentos salariales y extensión del crédito popular para adquirir productos como los de la industria de bienes de consumo durables, etc.); de "regresar" paulatinamente a sus cuarteles al ejército, generar políticas de seguridad pública, etc. etc.
Más que un proyecto alternativo de nación —que implicaría, por ejemplo, impulsar una alternativa socialista democrática y libertaria tendiente a suprimir, y no solamente a suavizar y destensar, como proponen las políticas reformistas, las injustas relaciones de explotación y de dominación que ejerce una clase social sobre la mayoría, — lo que se plantea son medidas y buenos deseos para "mejorar" las condiciones de vida y de trabajo de algunos sectores de la sociedad, pero sin profundizar y atacar a fondo las raíces estructurales, así como las causas, de la pobreza, el desempleo la desigualdad y, por ende, las maneras e instrumentos concretos para superar estas condiciones propicias del régimen capitalista de producción.
Porque en el fondo más que discutir a nivel conceptual el discurso electoral, supuestamente progresista, se estaciona y encuadra en un prontuario de propuestas descriptivas, no analíticas, que si uno las desmenuza terminan por coincidir con los temas y propuestas que esgrimen los candidatos de los partidos considerados de la derecha, uno de los cuales (PRI), hasta ahora, por cierto encabeza por amplio margen las preferencias electorales en las encuestas.
Por eso insistimos en que, en México, nunca hubo lo que se ha denominado "transición a la democracia", que supuestamente ocurrió cuando la derecha del Partido Acción Nacional (PAN), ganó las elecciones presidenciales, por vez primera después de 71 años de dominación priista, en el año 2000, sencillamente porque no se desmanteló el tradicional sistema político mexicano fundado en el autoritarismo, el presidencialismo y en el corporativismo que domina burocráticamente a las principales organizaciones obreras, campesinas y populares que siguen manteniendo a dicho sistema. Lo que sí ocurrió fue lo que llamamos una transición pactada y negociada entre los miembros y partidos de la partidocracia mexicana, a tal grado que en la coyuntura electoral del año 2000, fue precisamente el presidente saliente, Ernesto Zedillo connotado miembro del PRI, quien anunció oficialmente el triunfo del candidato presidencial de la derecha, Vicente Fox. A partir de aquí no ocurrió nada más que continuar con las políticas neoliberales inauguradas sistemáticamente, dieciocho años antes, por el presidente, también del PRI, Miguel de la Madrid.
Los partidos políticos de México que se mueven en la arena electoral en verdad son partidos de contubernio, de presión política, de negociación y, como alguien los ha denominado, verdaderas franquicias familiares donde quienes los comandan, es decir los líderes —para el caso de la "izquierda" incluso se habla de un "líder moral" del partido— son quienes desde arriba, y a espaldas de una militancia petrificada, toman los acuerdos fundamentales que comprometen a todos, hacen las negociaciones entre ellos mismos y con las autoridades gubernamentales; deciden el reparto y los candidatos de los puestos públicos y, finalmente, determinan los rumbos que habrá de seguir el partido. Es decir, se trata de partidos centralizados, autoritarios y con alta dosis de corrupción para mantener la hegemonía de los liderazgos y las prebendas de los beneficiarios del sistema.
Es este el perfil de México en la hora actual de las elecciones que van a ocurrir y donde, para los propósitos partidarios, se utilizan todo tipo de mecanismos y acciones como el acarreo de las personas, la entrega de despensas y de vales intercambiables por alimentos, compra de votos, chantajes y presiones de todo tipo a la población; inversiones millonarias en campañas publicitarias para "convencer" al electorado de los "beneficios" que les otorgan los partidos políticos y un cúmulo de medidas y subterfugios encaminados a convencer a los ciudadanos con tal que les entreguen su voto. Y éstas son prácticas comunes de todos los partidos y candidatos sin excepción.
En los límites de tolerancia que marca el sistema político electoral mexicano, controlado por el gobierno federal a través de su Instituto Federal Electoral (IFE), la población no tiene más alternativa que "elegir" entre las tres " opciones" que corresponden a los tres partidos corporativos más importantes del país. A esto se reduce la sacrosanta "democracia" y las ínfimas posibilidades que plantea y proporciona para realizar algunos cambios que pudieran realmente beneficiar a la población. Pero lo esencial, las relaciones de explotación, la miseria, el desempleo, la política draconiana en materia salarial, la vivienda, la educación, la alimentación que corresponden geométricamente a las políticas neoliberales vigentes en el país, se mantienen intactas, incluso, con la posibilidad de profundizarse —agravadas por la crisis capitalista mundial— obviamente en detrimento de la mayoría de la población y de la ciudadanía en general.
Por eso resulta una fantasía panglossiana el rito que se efectúa cada seis años simplemente para cambiar a la persona que comanda el Ejecutivo Federal, mientras se mantienen y reproducen las instituciones y el modo capitalista de producción dependiente en que ellas reposan.
Entender crítica y políticamente esta configuración histórico-estructural del sistema político mexicano, es un primer paso para construir opciones de cambio y de transformación desde abajo, permanentes, que verdaderamente permitan avanzar en la construcción y promoción de un proyecto alternativo de país y de nación que no necesariamente esté sujeto a las vicisitudes, vicios y limitaciones del proceso electoral que controla y delimita el sistema.
En este sentido la abstención crítica y propositiva por parte de los sectores descontentos con el contenido y las formas del sistema electoral y político mexicano, adquiere significado y validez —y se inscribe— dentro de un movimiento social de resistencia y construcción de alternativas populares y de los trabajadores que sea representativo de sus intereses de clase y de la nación.
En el contexto del proceso electoral mexicano que culmina con la elección del presidente de la República el 01 de julio 2012 —y al igual que en 2006— se constituyó una "corriente de opinión" que sostiene que el voto se debe canalizar al candidato de las autodenominadas "izquierdas", dado que el no hacerlo, o abstenerse, significa "hacerle el juego a la derecha". Esta es la postura reiterada, por ejemplo, de varios articulistas del diario La jornada, que piensan que esta es la única salida posible para poder transformar al país en el futuro.
Desde distintas perspectivas y enfoques se plantea y con una alta dosis ideológica fuertemente impregnada de presidencialismo y corporativismo, se considera al "pueblo" como un menor de edad, manipulable, que es incapaz de forjar, adoptar e implementar sus posturas y decisiones propias y que, por eso, requiere de la "ayuda" y de la "guía" de los líderes mesiánicos e iluminados únicos capaces de conducirlo por el camino justo y libertario. Algún escritor del diario citado anteriormente, rayando en el ridículo, comparó al candidato de las autodenominadas "izquierdas" con Mahatma Gandhi y lo tildó de " líder espiritual" de las masas mexicanas (véase: José Agustín Pinchetti, "El despertar", en: La jornada on line: http://www.jornada.unam.mx/2012/01/15/politica/010o1pol, 15 de enero de 2012 ).
Esa "corporificación" del líder, ubicado en esta dimensión mesiánica y espiritualista en el caso concreto del sistema político, encarnaría en el "presidente electo" de esas izquierdas que promueve una presunta y cándida "república amorosa" como proyecto de campaña y que, junto con una burocracia política elegida previamente por él entre sus personeros más allegados y de confianza (una especie de "científicos" comtianos), serían los encargados de plasmar la voluntad del líder y modificar, de este modo, la situación global del país marcando, al mismo tiempo, los cambios que consideraran pertinentes. Sin embargo, no se plantea una definición de conceptos como los de "izquierda", "derecha", "transformación" y, el más importante, el "proyecto alternativo de nación".
Como hemos dicho, se habla de crear empleos, de combatir la corrupción, de privatizar "menos" que los gobiernos francamente neoliberales (pero finalmente hacerlo en la lógica de los sagrados principios del mercado, de la competitividad y la productividad); mejorar los ingresos de los salarios a través de políticas públicas (como, por ejemplo, las que en su momento implementó el presidente Lula en Brasil mediante decretos de aumentos salariales y extensión del crédito popular para adquirir productos como los de la industria de bienes de consumo durables, etc.); de "regresar" paulatinamente a sus cuarteles al ejército, generar políticas de seguridad pública, etc. etc.
Más que un proyecto alternativo de nación —que implicaría, por ejemplo, impulsar una alternativa socialista democrática y libertaria tendiente a suprimir, y no solamente a suavizar y destensar, como proponen las políticas reformistas, las injustas relaciones de explotación y de dominación que ejerce una clase social sobre la mayoría, — lo que se plantea son medidas y buenos deseos para "mejorar" las condiciones de vida y de trabajo de algunos sectores de la sociedad, pero sin profundizar y atacar a fondo las raíces estructurales, así como las causas, de la pobreza, el desempleo la desigualdad y, por ende, las maneras e instrumentos concretos para superar estas condiciones propicias del régimen capitalista de producción.
Porque en el fondo más que discutir a nivel conceptual el discurso electoral, supuestamente progresista, se estaciona y encuadra en un prontuario de propuestas descriptivas, no analíticas, que si uno las desmenuza terminan por coincidir con los temas y propuestas que esgrimen los candidatos de los partidos considerados de la derecha, uno de los cuales (PRI), hasta ahora, por cierto encabeza por amplio margen las preferencias electorales en las encuestas.
Por eso insistimos en que, en México, nunca hubo lo que se ha denominado "transición a la democracia", que supuestamente ocurrió cuando la derecha del Partido Acción Nacional (PAN), ganó las elecciones presidenciales, por vez primera después de 71 años de dominación priista, en el año 2000, sencillamente porque no se desmanteló el tradicional sistema político mexicano fundado en el autoritarismo, el presidencialismo y en el corporativismo que domina burocráticamente a las principales organizaciones obreras, campesinas y populares que siguen manteniendo a dicho sistema. Lo que sí ocurrió fue lo que llamamos una transición pactada y negociada entre los miembros y partidos de la partidocracia mexicana, a tal grado que en la coyuntura electoral del año 2000, fue precisamente el presidente saliente, Ernesto Zedillo connotado miembro del PRI, quien anunció oficialmente el triunfo del candidato presidencial de la derecha, Vicente Fox. A partir de aquí no ocurrió nada más que continuar con las políticas neoliberales inauguradas sistemáticamente, dieciocho años antes, por el presidente, también del PRI, Miguel de la Madrid.
Los partidos políticos de México que se mueven en la arena electoral en verdad son partidos de contubernio, de presión política, de negociación y, como alguien los ha denominado, verdaderas franquicias familiares donde quienes los comandan, es decir los líderes —para el caso de la "izquierda" incluso se habla de un "líder moral" del partido— son quienes desde arriba, y a espaldas de una militancia petrificada, toman los acuerdos fundamentales que comprometen a todos, hacen las negociaciones entre ellos mismos y con las autoridades gubernamentales; deciden el reparto y los candidatos de los puestos públicos y, finalmente, determinan los rumbos que habrá de seguir el partido. Es decir, se trata de partidos centralizados, autoritarios y con alta dosis de corrupción para mantener la hegemonía de los liderazgos y las prebendas de los beneficiarios del sistema.
Es este el perfil de México en la hora actual de las elecciones que van a ocurrir y donde, para los propósitos partidarios, se utilizan todo tipo de mecanismos y acciones como el acarreo de las personas, la entrega de despensas y de vales intercambiables por alimentos, compra de votos, chantajes y presiones de todo tipo a la población; inversiones millonarias en campañas publicitarias para "convencer" al electorado de los "beneficios" que les otorgan los partidos políticos y un cúmulo de medidas y subterfugios encaminados a convencer a los ciudadanos con tal que les entreguen su voto. Y éstas son prácticas comunes de todos los partidos y candidatos sin excepción.
En los límites de tolerancia que marca el sistema político electoral mexicano, controlado por el gobierno federal a través de su Instituto Federal Electoral (IFE), la población no tiene más alternativa que "elegir" entre las tres " opciones" que corresponden a los tres partidos corporativos más importantes del país. A esto se reduce la sacrosanta "democracia" y las ínfimas posibilidades que plantea y proporciona para realizar algunos cambios que pudieran realmente beneficiar a la población. Pero lo esencial, las relaciones de explotación, la miseria, el desempleo, la política draconiana en materia salarial, la vivienda, la educación, la alimentación que corresponden geométricamente a las políticas neoliberales vigentes en el país, se mantienen intactas, incluso, con la posibilidad de profundizarse —agravadas por la crisis capitalista mundial— obviamente en detrimento de la mayoría de la población y de la ciudadanía en general.
Por eso resulta una fantasía panglossiana el rito que se efectúa cada seis años simplemente para cambiar a la persona que comanda el Ejecutivo Federal, mientras se mantienen y reproducen las instituciones y el modo capitalista de producción dependiente en que ellas reposan.
Entender crítica y políticamente esta configuración histórico-estructural del sistema político mexicano, es un primer paso para construir opciones de cambio y de transformación desde abajo, permanentes, que verdaderamente permitan avanzar en la construcción y promoción de un proyecto alternativo de país y de nación que no necesariamente esté sujeto a las vicisitudes, vicios y limitaciones del proceso electoral que controla y delimita el sistema.
En este sentido la abstención crítica y propositiva por parte de los sectores descontentos con el contenido y las formas del sistema electoral y político mexicano, adquiere significado y validez —y se inscribe— dentro de un movimiento social de resistencia y construcción de alternativas populares y de los trabajadores que sea representativo de sus intereses de clase y de la nación.
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