José Carreño Figueras
Sea quien gane la Presidencia de la República en julio, uno de sus trabajos principales deberá ser la definición de una nueva doctrina de política exterior para México.
El verbo “debe” no refleja necesariamente la urgencia de hacerlo. Después de todo, desde el fin de la “Guerra Fría” y el mundo bipolar México ha sobrevivido 20 años sin delinear nuevas tesis ni marcos de referencia para sus actividades internacionales; el país puede sobrevivir algo mas sin ellos.
Pero sobrevivir no basta. No en este mundo actual donde la “Doctrina Estrada” quedó rebasada por la muerte del mundo bipolar, donde el país ha tenido que copar con la realidad en la que el “Hegemón” es nuestro vecino inmediato y en el que el mundo multipolar por el que algunos suspiran, al estilo de la Europa del siglo 19, está todavía por nacer.
La geografía, la economía y la sociedad nos colocan a querer o no cerca de los Estados Unidos, con el que al margen de unión geográfica y ambiental, y a gustar o no, tenemos crecientes lazos económicos, comerciales, políticos, culturales y sociales.
Entonces, sea quien gane la presidencia de la República, deberá al menos acometer una tarea que tal vez no sea plenamente de su agrado, un trabajo de Estado, no de gobierno.
Al menos uno de los aspirantes -Andrés Manuel López Obrador- tiene al parecer decidido ya quien será su Secretario de Relaciones Exteriores y recurrió a un veterano exSubsecretario y miembro del servicio, el embajador retirado Jorge Eduardo Navarrete.
Las calificaciones de Navarrete están mas allá de duda. Pero al igual que los demás -quienes sean- será “secretario”: el título no es casualidad.
Otros posibles, se dice, son el embajador Jorge Montaño, que hubiera sido el encargado del despacho si Luis Donaldo Colosio hubiera llegado a la Presidencia y es ahora asesor de temas internacionales de Enrique Peña Nieto, candidato del Partido Revolucionario Institucional (PRI). Fue representante de México ante las Naciones Unidas y en Washington.
Y como él, la mayoría de los nombres que se barajan son de personajes del Servicio en funciones o en activo retiro, como el Embajador Emérito Carlos de Icaza, los embajadores Juan José Bremer Martino y Arturo Sarukhán, el exSubsecretario Enrique Berruga, la Subsecretaria Lourdes Aranda Bezaury.
De Icaza ha sido embajador en Tokio, en Paris y en Washington, por sólo citar algunos puestos. Es hombre del servicio y de sólida formación. Es uno del puñado -no mas de cinco- de Embajadores Eméritos en el Servicio Exterior. Tiene enorme prestigio entre sus colegas, mexicanos y no.
Bremer no es del Servicio pero como si lo fuera. Su carrera lo ha llevado, entre otras cosas, a estar presente en la desaparecida Unión Soviética (1988-1990) y Alemania de 1990 a 1998 en las críticas etapas de la crisis y disolución de la URSS y la reunificación de Alemania. Era embajador en Washington el 11 de Septiembre de 2001 y luego pasó all Reno Unido. Un escritor con un profundo entendimiento de geopolítica y derecho internacional.
Sin restar merecimientos a otros, Sarukhán ha resultado tal vez el embajador mexicano mas apto para jugar en el rarificado ambiente político de Washington y por tanto manejar las críticas relaciones con Estados Unidos. Es el mas joven y miembro del servicio, y aunque esencialmente no-partidista su madurez profesional ha coincidido con los gobiernos del Partido de Acción Nacional (PAN). Es también el blanco de considerables resentimientos y envidias.
Enrique Berruga es diplomático de carrera y llegó a subsecretario y representante de México ante Naciones Unidas, hasta que “alguien” decidió enviarlo a una embajada de importancia relativamente menor. Pasó a ser director de comunicaciones de una empresa cervecera y ahora dirige el Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales (COMEXI).
Lourdes Aranda es embajadora de carrera y aunque no ha sido destacada como tal a ningún puesto en el exterior es una adepta jugadora de la política internacional y ha sido la negociadora de México en grupos como el G-5 (formado por Brasil, China, India, México y Sudáfrica) y para el diálogo con el G-8 (formado por Alemania, Canadá, Estados Unidos Francia, Gran Bretaña, Italia, Japón y Rusia). Tiene una maestría en Defensa Continental.
Probablemente no sean los únicos. Hay nombres -como el de Andrés Rozental o como Beatriz Paredes- que son citados casi automáticamente cuando se habla de relevos en la SRE y es importante para México que exista un “pool” de talento de esa categoría.
Por eso la interrogante no está en sus capacidades sino en el grado de libertad que el próximo Secretario pueda tener para buscar la creación de una nueva doctrina de política exterior que concite el acuerdo mayoritario, si no la unanimidad de los mexicanos y desarrolle una tesis no de gobierno sino de Estado.
La pregunta va mas allá de una respuesta simple y hasta de la voluntad de quien sea presidente para entrar al corazón de un cuerpo político que aún está por probar su capacidad para ver mas allá de sus intereses.
Sea quien gane la Presidencia de la República en julio, uno de sus trabajos principales deberá ser la definición de una nueva doctrina de política exterior para México.
El verbo “debe” no refleja necesariamente la urgencia de hacerlo. Después de todo, desde el fin de la “Guerra Fría” y el mundo bipolar México ha sobrevivido 20 años sin delinear nuevas tesis ni marcos de referencia para sus actividades internacionales; el país puede sobrevivir algo mas sin ellos.
Pero sobrevivir no basta. No en este mundo actual donde la “Doctrina Estrada” quedó rebasada por la muerte del mundo bipolar, donde el país ha tenido que copar con la realidad en la que el “Hegemón” es nuestro vecino inmediato y en el que el mundo multipolar por el que algunos suspiran, al estilo de la Europa del siglo 19, está todavía por nacer.
La geografía, la economía y la sociedad nos colocan a querer o no cerca de los Estados Unidos, con el que al margen de unión geográfica y ambiental, y a gustar o no, tenemos crecientes lazos económicos, comerciales, políticos, culturales y sociales.
Entonces, sea quien gane la presidencia de la República, deberá al menos acometer una tarea que tal vez no sea plenamente de su agrado, un trabajo de Estado, no de gobierno.
Al menos uno de los aspirantes -Andrés Manuel López Obrador- tiene al parecer decidido ya quien será su Secretario de Relaciones Exteriores y recurrió a un veterano exSubsecretario y miembro del servicio, el embajador retirado Jorge Eduardo Navarrete.
Las calificaciones de Navarrete están mas allá de duda. Pero al igual que los demás -quienes sean- será “secretario”: el título no es casualidad.
Otros posibles, se dice, son el embajador Jorge Montaño, que hubiera sido el encargado del despacho si Luis Donaldo Colosio hubiera llegado a la Presidencia y es ahora asesor de temas internacionales de Enrique Peña Nieto, candidato del Partido Revolucionario Institucional (PRI). Fue representante de México ante las Naciones Unidas y en Washington.
Y como él, la mayoría de los nombres que se barajan son de personajes del Servicio en funciones o en activo retiro, como el Embajador Emérito Carlos de Icaza, los embajadores Juan José Bremer Martino y Arturo Sarukhán, el exSubsecretario Enrique Berruga, la Subsecretaria Lourdes Aranda Bezaury.
De Icaza ha sido embajador en Tokio, en Paris y en Washington, por sólo citar algunos puestos. Es hombre del servicio y de sólida formación. Es uno del puñado -no mas de cinco- de Embajadores Eméritos en el Servicio Exterior. Tiene enorme prestigio entre sus colegas, mexicanos y no.
Bremer no es del Servicio pero como si lo fuera. Su carrera lo ha llevado, entre otras cosas, a estar presente en la desaparecida Unión Soviética (1988-1990) y Alemania de 1990 a 1998 en las críticas etapas de la crisis y disolución de la URSS y la reunificación de Alemania. Era embajador en Washington el 11 de Septiembre de 2001 y luego pasó all Reno Unido. Un escritor con un profundo entendimiento de geopolítica y derecho internacional.
Sin restar merecimientos a otros, Sarukhán ha resultado tal vez el embajador mexicano mas apto para jugar en el rarificado ambiente político de Washington y por tanto manejar las críticas relaciones con Estados Unidos. Es el mas joven y miembro del servicio, y aunque esencialmente no-partidista su madurez profesional ha coincidido con los gobiernos del Partido de Acción Nacional (PAN). Es también el blanco de considerables resentimientos y envidias.
Enrique Berruga es diplomático de carrera y llegó a subsecretario y representante de México ante Naciones Unidas, hasta que “alguien” decidió enviarlo a una embajada de importancia relativamente menor. Pasó a ser director de comunicaciones de una empresa cervecera y ahora dirige el Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales (COMEXI).
Lourdes Aranda es embajadora de carrera y aunque no ha sido destacada como tal a ningún puesto en el exterior es una adepta jugadora de la política internacional y ha sido la negociadora de México en grupos como el G-5 (formado por Brasil, China, India, México y Sudáfrica) y para el diálogo con el G-8 (formado por Alemania, Canadá, Estados Unidos Francia, Gran Bretaña, Italia, Japón y Rusia). Tiene una maestría en Defensa Continental.
Probablemente no sean los únicos. Hay nombres -como el de Andrés Rozental o como Beatriz Paredes- que son citados casi automáticamente cuando se habla de relevos en la SRE y es importante para México que exista un “pool” de talento de esa categoría.
Por eso la interrogante no está en sus capacidades sino en el grado de libertad que el próximo Secretario pueda tener para buscar la creación de una nueva doctrina de política exterior que concite el acuerdo mayoritario, si no la unanimidad de los mexicanos y desarrolle una tesis no de gobierno sino de Estado.
La pregunta va mas allá de una respuesta simple y hasta de la voluntad de quien sea presidente para entrar al corazón de un cuerpo político que aún está por probar su capacidad para ver mas allá de sus intereses.
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