Jorge Camil
El poder implica responsabilidades. Por eso los errores, corrupción o mala fe de los gobernantes deben tener consecuencias. Debe existir castigo para los partidos que promueven candidatos que traicionan la confianza de los electores. No todo se arregla con echar las cosas al juicio de la historia, porque en el siglo XXI, donde reinan la tecnología y la comunicación, la historia es aquí y ahora. No obstante, para George W. Bush, el ranchero que aguarda impasible el juicio de la historia en Crawford, Texas, la historia nos alcanzará cuando todos estemos muertos. Con esa misma confianza el PAN, Vicente Fox y Felipe Calderón esperan la llegada de la historia. Sin temores, sin prisas. Conscientes de que llegaron al poder haiga sido como haiga sido y gobernaron un país al que jamás le rindieron cuentas.
En un partido fundado en 1939 sobre principios y valores, pero que habría de caer en manos de empresarios neopanistas, Fox y Calderón, los primeros mandatarios salidos de esa institución, entronizaron el pragmatismo político, insinuado en el socarrón ¿y yo por qué? de Vicente Fox, y abrazado abiertamente en el haiga sido como haiga sido de Calderón (el fin justifica los medios…). Con 60 mil muertos y 60 millones de pobres necesitamos gobernantes comprometidos.
No es cierto que la frivolidad de Fox democratizó la Presidencia. Únicamente le restó dignidad. Y Calderón, intransigente y autoritario como pocos, suplió la legitimidad que le negaron las urnas con el estilo de gobierno de Gustavo Díaz Ordaz. Pero fue más allá. Con asesores inexpertos se echó en brazos de políticos y militares estadunidenses, que a cambio de las migajas de la Iniciativa Mérida buscaban conocer nuestros sistemas de seguridad para blindar su frontera sur y extenderla hasta Centroamérica (esta semana nuestros secretarios de Defensa y Marina se reunieron con sus contrapartes de Canadá y Estados Unidos para fijar el plan de seguridad: http://bit.ly/GR63Mz. Ahí, el secretario Leon Panetta de Estados Unidos declaró que un informe detallado de los mexicanos mostraba que los muertos han sido 150 mil: http://bit.ly/GYvj1m.) ¡Más que en Irak!
Así se fue urdiendo la trama del monstruo apocalíptico del narcotráfico: un espantajo que creció incontrolable hasta convertirse en nuestro equivalente de las armas de destrucción masiva inventadas por Bush. Igual que Bush en Irak, Calderón desató sin conocimiento de causa una guerra civil de iguales proporciones. Eso le permitió gobernar bajo un régimen militar y ostentarse como adalid.
Rubén Aguilar y Jorge G. Castañeda demostraron en El narco: la guerra fallida, que “la razón primordial de la declaración de guerra (…) fue política: lograr la legitimación supuestamente perdida en las urnas y los plantones, a través de la guerra en los plantíos, las calles y las carreteras, ahora pobladas por mexicanos uniformados”.
Con Fox y Calderón los panistas abandonaron el bien común. Hoy vuelven a manos de consultores extranjeros y hacen campañas mediáticas desprovistas de ideología. Por eso, la traicionada transición democrática, el desafuero, las correrías de la pareja presidencial, los hijos de Marta, el fraude electoral, el contrabando de armas, los sobrevuelos de la CIA, la fallida separación de poderes y la muerte de 60 mil (¿o 150 mil?) mexicanos no han tenido consecuencias. El PAN prepara sin temores las elecciones de 2012. Pero no deberían premiarse la incompetencia, intransigencia y frivolidad con otro periodo presidencial.
La desaparición de 10 mil mexicanos, y los 3 mil casos de tortura investigados por organizaciones de derechos humanos, no son parte de la agenda oficial porque Calderón niega los hechos. Tampoco importa el ataque frontal al Estado laico, disfrazado de libertad religiosa. A Raúl Vera, obispo de Saltillo, le sorprendió que Calderón asistiera a la misa papal con una cola de 60 mil muertos. Y declaró que “le da vergüenza que tengamos al frente de México a una persona que se confiesa (…) católica y que está llevando una estrategia con ausencia de procuración de justicia, con el Ejército en las calles, con las denuncias que tiene de violaciones a derechos humanos y con el crecimiento terrible de la corrupción” (http://bit.ly/GJPKja).
En 2006 el IFE decidió que las irregularidades de Fox no afectaron la elección. Ahora tampoco fue violación la encuesta sobre los cuatro puntos de Josefina presentada a 700 consejeros de Banamex (http://bit.ly/zOq2qM). ¿Y la visita papal, disfrazada de visita de Estado, a una entidad panista, yunquista y cristera en plena campaña presidencial? ¿Y las presiones para detener la sentencia de Florence Cassez hasta después de las elecciones? Son sólo ejemplos de pragmatismo panista…
Con 15 millones más de pobres el presidente del PRI, basado en un estudio del Tecnológico de Monterrey, afirmó que el PAN dejará el país al borde de un colapso social (http://bit.ly/GVHQYq). Nuestras opciones parecen limitadas al voto de castigo. En dos sexenios sucesivos el PAN ha defraudado a los mexicanos. Eso debiera reflejarse en las urnas.
El poder implica responsabilidades. Por eso los errores, corrupción o mala fe de los gobernantes deben tener consecuencias. Debe existir castigo para los partidos que promueven candidatos que traicionan la confianza de los electores. No todo se arregla con echar las cosas al juicio de la historia, porque en el siglo XXI, donde reinan la tecnología y la comunicación, la historia es aquí y ahora. No obstante, para George W. Bush, el ranchero que aguarda impasible el juicio de la historia en Crawford, Texas, la historia nos alcanzará cuando todos estemos muertos. Con esa misma confianza el PAN, Vicente Fox y Felipe Calderón esperan la llegada de la historia. Sin temores, sin prisas. Conscientes de que llegaron al poder haiga sido como haiga sido y gobernaron un país al que jamás le rindieron cuentas.
En un partido fundado en 1939 sobre principios y valores, pero que habría de caer en manos de empresarios neopanistas, Fox y Calderón, los primeros mandatarios salidos de esa institución, entronizaron el pragmatismo político, insinuado en el socarrón ¿y yo por qué? de Vicente Fox, y abrazado abiertamente en el haiga sido como haiga sido de Calderón (el fin justifica los medios…). Con 60 mil muertos y 60 millones de pobres necesitamos gobernantes comprometidos.
No es cierto que la frivolidad de Fox democratizó la Presidencia. Únicamente le restó dignidad. Y Calderón, intransigente y autoritario como pocos, suplió la legitimidad que le negaron las urnas con el estilo de gobierno de Gustavo Díaz Ordaz. Pero fue más allá. Con asesores inexpertos se echó en brazos de políticos y militares estadunidenses, que a cambio de las migajas de la Iniciativa Mérida buscaban conocer nuestros sistemas de seguridad para blindar su frontera sur y extenderla hasta Centroamérica (esta semana nuestros secretarios de Defensa y Marina se reunieron con sus contrapartes de Canadá y Estados Unidos para fijar el plan de seguridad: http://bit.ly/GR63Mz. Ahí, el secretario Leon Panetta de Estados Unidos declaró que un informe detallado de los mexicanos mostraba que los muertos han sido 150 mil: http://bit.ly/GYvj1m.) ¡Más que en Irak!
Así se fue urdiendo la trama del monstruo apocalíptico del narcotráfico: un espantajo que creció incontrolable hasta convertirse en nuestro equivalente de las armas de destrucción masiva inventadas por Bush. Igual que Bush en Irak, Calderón desató sin conocimiento de causa una guerra civil de iguales proporciones. Eso le permitió gobernar bajo un régimen militar y ostentarse como adalid.
Rubén Aguilar y Jorge G. Castañeda demostraron en El narco: la guerra fallida, que “la razón primordial de la declaración de guerra (…) fue política: lograr la legitimación supuestamente perdida en las urnas y los plantones, a través de la guerra en los plantíos, las calles y las carreteras, ahora pobladas por mexicanos uniformados”.
Con Fox y Calderón los panistas abandonaron el bien común. Hoy vuelven a manos de consultores extranjeros y hacen campañas mediáticas desprovistas de ideología. Por eso, la traicionada transición democrática, el desafuero, las correrías de la pareja presidencial, los hijos de Marta, el fraude electoral, el contrabando de armas, los sobrevuelos de la CIA, la fallida separación de poderes y la muerte de 60 mil (¿o 150 mil?) mexicanos no han tenido consecuencias. El PAN prepara sin temores las elecciones de 2012. Pero no deberían premiarse la incompetencia, intransigencia y frivolidad con otro periodo presidencial.
La desaparición de 10 mil mexicanos, y los 3 mil casos de tortura investigados por organizaciones de derechos humanos, no son parte de la agenda oficial porque Calderón niega los hechos. Tampoco importa el ataque frontal al Estado laico, disfrazado de libertad religiosa. A Raúl Vera, obispo de Saltillo, le sorprendió que Calderón asistiera a la misa papal con una cola de 60 mil muertos. Y declaró que “le da vergüenza que tengamos al frente de México a una persona que se confiesa (…) católica y que está llevando una estrategia con ausencia de procuración de justicia, con el Ejército en las calles, con las denuncias que tiene de violaciones a derechos humanos y con el crecimiento terrible de la corrupción” (http://bit.ly/GJPKja).
En 2006 el IFE decidió que las irregularidades de Fox no afectaron la elección. Ahora tampoco fue violación la encuesta sobre los cuatro puntos de Josefina presentada a 700 consejeros de Banamex (http://bit.ly/zOq2qM). ¿Y la visita papal, disfrazada de visita de Estado, a una entidad panista, yunquista y cristera en plena campaña presidencial? ¿Y las presiones para detener la sentencia de Florence Cassez hasta después de las elecciones? Son sólo ejemplos de pragmatismo panista…
Con 15 millones más de pobres el presidente del PRI, basado en un estudio del Tecnológico de Monterrey, afirmó que el PAN dejará el país al borde de un colapso social (http://bit.ly/GVHQYq). Nuestras opciones parecen limitadas al voto de castigo. En dos sexenios sucesivos el PAN ha defraudado a los mexicanos. Eso debiera reflejarse en las urnas.
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