El fin de esta guerra

Jorge Carrillo Olea

Fin es propósito o límite. Como propósito, corresponde a Calderón, y ya es tarde, explicar racionalmente qué quiso alcanzar con su guerra. Su explicación de no se puede pedir el no combatir al crimen es dialécticamente inaceptable. ¡Claro que no! Pero nadie se lo ha pedido. El desacuerdo es en el cómo. ¿Entonces?

Sí se sabe la razón de su guerra, pero es necesario que él la declare: necesitaba hacerse del poder que no obtuvo en las urnas, necesitaba proyectarse como lo que no logró alcanzar en legitimidad. Fue un acto fallido, una pobre imitación a Salinas con La Quina, Barragán y Jonguitud.

La otra acepción de la palabra es como límite. La que se refiere a un final, a una terminación. Esa se pierde en las nieblas de los tiempos del próximo sexenio. Calderón destapó el albañal y ahora se va. Una prueba de su terrible error es simple: nada está mejor en términos de seguridad, justicia, paz y estado de ánimo social y prestigio internacional que al inicio de su mandato. Nada.

¡Quién y cómo acabará esta guerra! Imposible preverlo. Ojalá se dijera que el próximo gobierno. Así esta esperanza tomaría cuerpo si pudiera advertirse algo racional sobre ello entre los presuntos jefes de Estado. Pero no, se han limitado a expresiones tan vagas como desconsideradas por ello mismo. ¡Regresaré las tropas a sus cuarteles! Declaración que aunque alentadora, tampoco propone el fin de la guerra, requisito previo al retorno de las tropas, porque nadie piensa en una superpolicía sólo para continuar la guerra.

Al momento la liza de Calderón con el crimen es una derrota ética, legal, política, cultural, militar y material. Ante estas circunstancias es imposible pensar en que el gobierno fijará condiciones para su terminación. Voltear la situación por hoy es impensable y mañana, ya se dijo, la única idea expresada es volver el Ejército a sus cuarteles, que independientemente de su propia complejidad, nada nos dice de cómo la presunta superpolicía hoy inexistente cumpliría con el objetivo de regresar la paz. Hay una trabazón en su dialéctica.

Ese sería el objetivo: devolver el país a un estado de derecho hasta hoy fracturado frecuentemente por el propio gobierno. Pretender el fin de una guerra sin haber diseñado metódicamente cómo, y no sólo de respuesta al mecanismo a aplicar, sino como respuesta a en qué condiciones, parece que no es promisorio. Cómo es que deseamos a esta nación al término del conflicto. En qué condiciones de gobernabilidad, con qué nuevas leyes formales, proyectos de reconstrucción social y económica de las regiones asoladas y de vuelta a la tranquilidad ciudadana.

Parecería tal vez una exageración, pero el futuro presidente no sólo debe terminar la guerra, sino disponer de un proyecto de país a su terminación. Cómo será su Plan Marshall, si valiera el decirlo así. Recordar que éste fue establecido para la reconstrucción económica de Europa, pero en los países afectados recreó instituciones y un sentido de nación distintos a los de la preguerra. Hoy por ningún lado asoma una idea de ese propósito.

Sería tranquilizador decir que no han llegado esos tiempos. La verdad es que por sus efectos ante el futuro del país, debería empezar a discutirse hoy. No hacerlo es confiar la especie a la inercia. Ya nos ha pasado. Queremos que la guerra termine, pero no sólo eso, queremos que termine bien, queremos que termine como mejor le convenga al país, que sea un proyecto hacia el mejor siglo XXI posible, y eso demanda de un diseño que como necesidad histórica ni siquiera se ha vislumbrado. Será otro parteaguas nacional. Sin vislumbrar aún que una siguiente administración pueda resolver guerra y posguerra, si es tiempo de empezar a inquietarse. Calderón se va y deja todo tirado.

Al llegar al puente lo cruzaremos, podría replicar un ponderado observador. Sí, pero para ello debemos saber de qué características deseamos que sea el puente y si nos conduce al sitio conveniente. Nada de esto importará en el relámpago del arranque de las campañas y tal vez sea irremediable. Sin embargo, reconociendo prioridades, también hay que advertir que siempre, en toda guerra, alguien se quedó atrás para echar la mirada hacia la planeación del futuro deseado.

Queremos que la guerra acabe, sí, pero, ¡oh paradoja!, hoy no sabemos ni cómo terminarla como método, ni cómo terminarla como fin. Si no sabemos qué hacer con la guerra, tampoco sabemos qué hacer con la paz.

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