El ciudadano Gómez

Jacobo Zabludovsky / Bucareli

“Chespirito” recibe esta semana un homenaje continental.

El autor de este Bucareli se une al reconocimiento y abunda en los elogios, pero le expresa su admiración y agradecimiento por su mayor logro: haber entrado a millones de hogares americanos sin valerse de símbolos o invocaciones religiosas. La vecindad de “Chespirito” es un mundo laico en que los personajes actúan conforme a los sentimientos y principios de seres racionales cuyos problemas encuentran solución en la inteligencia, tolerancia y buena voluntad de los vecinos que obran de acuerdo a su razón, sin consignas, temores ni traumas extralógicos. Vamos por partes. Un homenaje continental.

No encuentro precedente al reconocimiento que 17 países americanos rinden a una figura de la televisión en español. La causa puede hallarse en la autenticidad de su origen: Roberto Gómez Bolaños bordó su personaje, su entorno, su mundo, con el hilo que hilvana las existencias de esas familias de clase media iguales en cualquier ciudad del continente. El escenario ficticio es producto de la realidad de su vida y en él se desarrollan las pequeñas y grandes tragedias y alegrías que convierten la colonia Del Valle mexicana en cualquier barrio de clase media y a sus habitantes en algo más que marionetas animadas: vecinos de carne y hueso.

Ninguna otra figura creada por la televisión en español en sus seis décadas de vida resiste la agresión del tiempo y las distancias con la frescura del “Chavo del 8”. El retrato de la vida cotidiana en la vecindad no se basa en estereotipos, sino en ideas, en una dimensión sin límites, en un espacio en que se mezclan con profundo respeto caracteres diversos en anécdotas ingenuas y blancas donde se reflejan los actos de millones de hombres, mujeres, niños y ancianos a quienes identifica algo más que el idioma común.

En sus memorias llamadas “Sin querer queriendo”, Gómez Bolaños narra su decisión de abandonar la carrera de ingeniería y su búsqueda de algo distinto mediante consulta del aviso clasificado, según corresponde a un personaje cualquiera: “Se solicita aprendiz de radio y televisión y aprendiz de escritor de lo mismo”, y así llegó a Publicidad D’Arcy, al mando de Carlos Riverol del Prado, creador del “Monje Loco”, “la Bruja Maldita”, “Carlos Lacroix” y otros programas de radio y televisión que hicieron época. Su primera serie, “El ciudadano Gómez”, para Canal 8, presagia al cronista de la coexistencia en una sociedad plural y es indispensable para entender la génesis de su obra y el motivo de su éxito.

América Latina es una región donde el cine y la televisión, principales medios de manejo de masas, sirven de conductos permanentes del mensaje religioso. Son excepcionales las películas y series de TV donde no se decoren comedor, salas, pasillos y patios con algún símbolo religioso. Como de paso, se recibe el recado no pedido. Y no hay problema que no se resuelva rezando ni enfermedad que una plegaria no alivie y a esto siga, consecuencia obligada, una oración de gracias por la curación. Y se acude a un representante de Dios en la tierra en busca de un milagro que no tarda en realizarse. En el universo de “Chespirito” no hay imágenes ni menciones a la divinidad (quizás en alguna rara ocasión), ni recursos ubicados más allá de la vivienda, que puede ser un barril; nada más allá de la escuela donde el profesor “Jirafales” tiene un esqueleto junto al pizarrón.

Tuvo el valor de omitir el recurso fácil. En su mundo cada quien piensa como quiere y quien cree en algún poder superior al humano conserva su convicción en lo íntimo de su sentimientos, sin invadir el espacio ajeno, el espacio público, el espacio de todos.

Eso es lo que yo le agradezco a “Chespirito”, la creación de un Estado laico en su mundo real e imaginado, el del hombre respetuoso de la religión del otro a cambio del respeto a lo que su inteligencia le dicta. Agradezco al creador de una escena y un diálogo distante del mensaje impuesto a un auditorio cautivo. Le agradezco su decencia y de no entrar a las casas de ateos o de profesantes de otras religiones con imágenes o palabras contrarias a las suyas, indeseadas para sus hijos. Le agradezco haber relegado la religión a los recintos adecuados o a las habitaciones de quienes las practican. Ahí es donde todos, laicos o no, debemos conservarlas. Ahí y solo ahí, como nos lo dice “Chespirito” en su lección memorable.

La gente no es tonta: aceptó y adoptó como suyo el aire fresco de una vecindad donde cada persona vive libre y en paz. “Chespirito” logró su propósito fundamental de apartar de la vista y el oído los artificios que agreden las creencias de cada quien.

Aunque se viva en un barril.

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