Ricardo Rocha / Detrás de la Noticia
A algunos les parecerá demasiado fuerte para describir lo que pasó antier. Yo creo que es el término exacto. Y si alguien matizara que fue una pasarela –al estilo de los tiempos en que el PRI se inventaba su democracia interna– tendría que responder que no. Que esos eran más bien ejercicios colectivos de contemplación inútil.
No. La visita del vicepresidente de Estados Unidos se pareció mucho más a cuando un productor de cine habla consecutivamente con los aspirantes a un papel. O cuando un petulante ejecutivo va aprobando o rechazando a quienes pretenden algún puesto. En este caso tres personajes, supuestamente muy importantes, comparecen frente a un “big brother” y seis de sus expertos que los estudian con una mezcla de curiosidad y exigencia. Y a todos se les mandó llamar para que acudieran sumisos e intentaran agradar al patrón en una auscultación inédita.
Porque lo que hay que dejar claro es que lo que vimos no ocurre en ningún otro lugar del mundo: tres candidatos a la Presidencia examinados por un enviado del supremo poder. Un casting, pues.
Por cierto, habrá que decir que la falta de pudores fue pareja. Entrevistados los tres jefes de campaña, Ricardo Monreal del PRD, Luis Videgaray del PRI y Roberto Gil Zuarth del PAN, coincidieron en declarar que sí, que la cosa no fue tan complicada: hace unas semanas el embajador Anthony Wayne los invitó a platicar con el señor Biden y ellos aceptaron de muy buen modo. En lo que no abundaron es en la inmediatez de la respuesta sin condición alguna. Tampoco en la secrecía que todos mantuvieron durante estos días y que seguramente les fue sugerida con toda delicadeza. Y menos aún en una explicación individual y conjunta que suponemos merecíamos de por qué aceptaban este encuentro.
Lo que llama la atención es la naturalidad con que los principales aspirantes a gobernar este país ven como absolutamente normal pasar lista de presentes e ir a dar explicaciones a un gobierno extranjero cuando todavía ni empiezan las campañas políticas y no nos las han dado a sus votantes.
Porque está claro que a eso fueron, a decir cómo piensan gobernar, a ofrecer llevar la fiesta en paz y sobre todo a comprometerse a continuar –si acaso con algunas variables–en los dos temas pactados con el calderonismo y que son los que más interesan al presidente Obama y a los habitantes del Congreso norteamericano: continuar la guerra contra el narco en la línea de la Iniciativa Mérida y darles todas las garantías que requieran en operaciones antiterroristas.
Las mismas frases expresadas a la salida por cada uno de ellos son ilustrativas: Andrés Manuel López Obrador, señalando que “Fue importante que él expresara el compromiso de no intervenir en el proceso, que va a respetar la voluntad de México y que se entenderá con quien resulte presidente”; Enrique Peña Nieto explica que: “Dejé en claro la posición muy personal y de mi partido que mi compromiso es combatir al crimen organizado con eficacia”; y Josefina Vázquez Mota diciendo que: “Lo vi con una visión de normalidad respecto a que México pueda tener una mujer presidente”.
A algunos les parecerá demasiado fuerte para describir lo que pasó antier. Yo creo que es el término exacto. Y si alguien matizara que fue una pasarela –al estilo de los tiempos en que el PRI se inventaba su democracia interna– tendría que responder que no. Que esos eran más bien ejercicios colectivos de contemplación inútil.
No. La visita del vicepresidente de Estados Unidos se pareció mucho más a cuando un productor de cine habla consecutivamente con los aspirantes a un papel. O cuando un petulante ejecutivo va aprobando o rechazando a quienes pretenden algún puesto. En este caso tres personajes, supuestamente muy importantes, comparecen frente a un “big brother” y seis de sus expertos que los estudian con una mezcla de curiosidad y exigencia. Y a todos se les mandó llamar para que acudieran sumisos e intentaran agradar al patrón en una auscultación inédita.
Porque lo que hay que dejar claro es que lo que vimos no ocurre en ningún otro lugar del mundo: tres candidatos a la Presidencia examinados por un enviado del supremo poder. Un casting, pues.
Por cierto, habrá que decir que la falta de pudores fue pareja. Entrevistados los tres jefes de campaña, Ricardo Monreal del PRD, Luis Videgaray del PRI y Roberto Gil Zuarth del PAN, coincidieron en declarar que sí, que la cosa no fue tan complicada: hace unas semanas el embajador Anthony Wayne los invitó a platicar con el señor Biden y ellos aceptaron de muy buen modo. En lo que no abundaron es en la inmediatez de la respuesta sin condición alguna. Tampoco en la secrecía que todos mantuvieron durante estos días y que seguramente les fue sugerida con toda delicadeza. Y menos aún en una explicación individual y conjunta que suponemos merecíamos de por qué aceptaban este encuentro.
Lo que llama la atención es la naturalidad con que los principales aspirantes a gobernar este país ven como absolutamente normal pasar lista de presentes e ir a dar explicaciones a un gobierno extranjero cuando todavía ni empiezan las campañas políticas y no nos las han dado a sus votantes.
Porque está claro que a eso fueron, a decir cómo piensan gobernar, a ofrecer llevar la fiesta en paz y sobre todo a comprometerse a continuar –si acaso con algunas variables–en los dos temas pactados con el calderonismo y que son los que más interesan al presidente Obama y a los habitantes del Congreso norteamericano: continuar la guerra contra el narco en la línea de la Iniciativa Mérida y darles todas las garantías que requieran en operaciones antiterroristas.
Las mismas frases expresadas a la salida por cada uno de ellos son ilustrativas: Andrés Manuel López Obrador, señalando que “Fue importante que él expresara el compromiso de no intervenir en el proceso, que va a respetar la voluntad de México y que se entenderá con quien resulte presidente”; Enrique Peña Nieto explica que: “Dejé en claro la posición muy personal y de mi partido que mi compromiso es combatir al crimen organizado con eficacia”; y Josefina Vázquez Mota diciendo que: “Lo vi con una visión de normalidad respecto a que México pueda tener una mujer presidente”.
Comentarios