Enrique Campos Suárez
Los partidos políticos y sus candidatos se han tenido que aguantar las ganas de salir corriendo a pedir el voto porque la ley electoral les marca una veda que termina este viernes.
Y así como los veremos salir mañana a dar entrevistas y discursos, a encabezar mítines y a llenar de propaganda electoral cualquier espacio que puedan, así los que gobiernan tendrán que meterse en sus oficinas a trabajar y a dejar de hacer proselitismo.
Y vaya que le costará trabajo al Presidente y su equipo no vivir bajo los reflectores de la inauguración de obras. Pero también a muchos gobernantes les resultará muy difícil no cortar listones de sus obras durante los siguientes tres meses.
Es un hecho que desde los diferentes frentes de gobierno explorarán y retarán los límites de lo permitido en el proceso electoral y buscarán la forma de jugar en la raya.
Por ejemplo, Felipe Calderón adelantó que no tiene impedimento alguno para promover el turismo del país, así que veremos sin duda a un Presidente viajero.
Lo que sí veremos, y a manos llenas, será un ejercicio de comparación de lo que es el país en los tiempos del panismo contra el México de los tiempos tricolores.
Dos temas habrán de ser recurrentes en el discurso electoral: la inseguridad y la economía.
La violencia desatada por combatir al crimen será un platillo caliente para los opositores, que tendrán razones o pretextos para criticar a la actual administración.
En la parte económica, es previsible que la mayor parte de los argumentos opositores se recargarán en las cifras de la pobreza, en el número de subempleados y en la falta de calidad en servicios de salud o educativos.
Porque los números macroeconómicos pueden generar, en la comparación entre el priísmo y el panismo, datos buenos, regulares y malos.
Y es que los gobiernos panistas han sido mucho más disciplinados y prudentes en el manejo económico, lo que se refleja en menor endeudamiento e inflación. Pero los sexenios priístas han tenido mayores tasas de crecimiento.
Veamos números. De 1980, años de José López Portillo, hasta el último año de Zedillo, en el 2000, el crecimiento promedio fue de 3 por ciento.
Mientras que durante los seis años de Vicente Fox y los seis de Felipe Calderón, validando los pronósticos para este año, tenemos un promedio de crecimiento de 2.1 por ciento.
Este dato es una ventaja para los priístas, porque es fácil de vender este concepto de que se creció más en los tiempos tricolores.
Pero para los que vemos un poco más, los siguientes datos son determinantes. El déficit fiscal promedio de los últimos cuatro presidentes priístas fue de -5.9%, mientras que durante los dos últimos sexenios el déficit fiscal fue de -1.1 por ciento.
Hay absurdos de haber alcanzado déficits fiscales de -16% durante los tiempos de Miguel de la Madrid; vamos, ni Grecia estaba tan mal.
Ya cuando al crecimiento del Producto Interno Bruto se le resta el efecto del endeudamiento, lo que queda es un crecimiento promedio en los tiempos del PRI de -2.8% y para los años panistas un aumento de 1 por ciento. Pero explicar esta fórmula les resultará imposible a los panistas.
Un dato al que el panismo le puede sacar algo más de provecho en amplios círculos sociales es el de la inflación. Durante las administraciones priístas de López Portillo a Zedillo, la inflación promedio fue de 40.2% por ciento. El incremento de los precios durante los tiempos de Fox y Calderón fue, en promedio, 4.4 por ciento.
Sólo que hoy, como nadie ve la inflación como un problema, podría perder valor político el argumento.
Es un hecho que las barbaridades cometidas por los populistas como López Portillo o el descontrol de los tiempos de Miguel de la Madrid son parte de una historia que parece irrepetible ni por panistas ni por priístas.
Las comparaciones, odiosas como son, sirven para que se aprenda de los errores y sobre todo para comprobar que la mayoría de los mexicanos que viven en este país, que son aquellos que nacieron después de 1980, no conocen un país con un crecimiento vigoroso.
El pronóstico es de una lluvia incontenible de descalificaciones. La comparación económica también será inevitable, así que nunca sobran algunos datos sobre las finanzas nacionales.
Los partidos políticos y sus candidatos se han tenido que aguantar las ganas de salir corriendo a pedir el voto porque la ley electoral les marca una veda que termina este viernes.
Y así como los veremos salir mañana a dar entrevistas y discursos, a encabezar mítines y a llenar de propaganda electoral cualquier espacio que puedan, así los que gobiernan tendrán que meterse en sus oficinas a trabajar y a dejar de hacer proselitismo.
Y vaya que le costará trabajo al Presidente y su equipo no vivir bajo los reflectores de la inauguración de obras. Pero también a muchos gobernantes les resultará muy difícil no cortar listones de sus obras durante los siguientes tres meses.
Es un hecho que desde los diferentes frentes de gobierno explorarán y retarán los límites de lo permitido en el proceso electoral y buscarán la forma de jugar en la raya.
Por ejemplo, Felipe Calderón adelantó que no tiene impedimento alguno para promover el turismo del país, así que veremos sin duda a un Presidente viajero.
Lo que sí veremos, y a manos llenas, será un ejercicio de comparación de lo que es el país en los tiempos del panismo contra el México de los tiempos tricolores.
Dos temas habrán de ser recurrentes en el discurso electoral: la inseguridad y la economía.
La violencia desatada por combatir al crimen será un platillo caliente para los opositores, que tendrán razones o pretextos para criticar a la actual administración.
En la parte económica, es previsible que la mayor parte de los argumentos opositores se recargarán en las cifras de la pobreza, en el número de subempleados y en la falta de calidad en servicios de salud o educativos.
Porque los números macroeconómicos pueden generar, en la comparación entre el priísmo y el panismo, datos buenos, regulares y malos.
Y es que los gobiernos panistas han sido mucho más disciplinados y prudentes en el manejo económico, lo que se refleja en menor endeudamiento e inflación. Pero los sexenios priístas han tenido mayores tasas de crecimiento.
Veamos números. De 1980, años de José López Portillo, hasta el último año de Zedillo, en el 2000, el crecimiento promedio fue de 3 por ciento.
Mientras que durante los seis años de Vicente Fox y los seis de Felipe Calderón, validando los pronósticos para este año, tenemos un promedio de crecimiento de 2.1 por ciento.
Este dato es una ventaja para los priístas, porque es fácil de vender este concepto de que se creció más en los tiempos tricolores.
Pero para los que vemos un poco más, los siguientes datos son determinantes. El déficit fiscal promedio de los últimos cuatro presidentes priístas fue de -5.9%, mientras que durante los dos últimos sexenios el déficit fiscal fue de -1.1 por ciento.
Hay absurdos de haber alcanzado déficits fiscales de -16% durante los tiempos de Miguel de la Madrid; vamos, ni Grecia estaba tan mal.
Ya cuando al crecimiento del Producto Interno Bruto se le resta el efecto del endeudamiento, lo que queda es un crecimiento promedio en los tiempos del PRI de -2.8% y para los años panistas un aumento de 1 por ciento. Pero explicar esta fórmula les resultará imposible a los panistas.
Un dato al que el panismo le puede sacar algo más de provecho en amplios círculos sociales es el de la inflación. Durante las administraciones priístas de López Portillo a Zedillo, la inflación promedio fue de 40.2% por ciento. El incremento de los precios durante los tiempos de Fox y Calderón fue, en promedio, 4.4 por ciento.
Sólo que hoy, como nadie ve la inflación como un problema, podría perder valor político el argumento.
Es un hecho que las barbaridades cometidas por los populistas como López Portillo o el descontrol de los tiempos de Miguel de la Madrid son parte de una historia que parece irrepetible ni por panistas ni por priístas.
Las comparaciones, odiosas como son, sirven para que se aprenda de los errores y sobre todo para comprobar que la mayoría de los mexicanos que viven en este país, que son aquellos que nacieron después de 1980, no conocen un país con un crecimiento vigoroso.
El pronóstico es de una lluvia incontenible de descalificaciones. La comparación económica también será inevitable, así que nunca sobran algunos datos sobre las finanzas nacionales.
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