Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder
Nunca ha dejado de asombrarme la facilidad con la cual los especialistas dan cifras exactas de la masa monetaria producida y lavada por el crimen organizado; con seguridad pasmosa, también calculan por rubros y la cantidad de miles de millones de dólares que corresponden a cada uno de ellos, como si los hubiesen pasado por el control de sus sofisticadas calculadoras.
De igual forma se refieren al número de personas víctimas de la trata en sus diferentes formas, o a los millones de toneladas de drogas sintéticas, de marihuana, de coca; igualmente son específicos en los millones de dosis y en las muertes que produce cada una de las especialidades de la delincuencia organizada, el consumo de los distintos tipos de estupefacientes e incluso el lavado de dinero: todo propiamente ordenado y clasificado, por orden del dios de las estadísticas.
Si la ONU, las diferentes policías y los distintos gobiernos son capaces de saber, con mínimo porcentaje de error, la enormísima cantidad de dinero que produce toda manifestación delincuencial, su flujo y destino y sus diferentes áreas de inversión, también tienen los instrumentos y conocimientos idóneos para detectar cómo se mueven y dónde se ocultan los creadores de tanta riqueza, pero han decidido considerarlos intocables hasta en tanto no se conviertan en incordios para el control de las corporaciones y las sociedades, en desafíos para la autoridad legal, legítima, porque no pueden yugular la producción de esa masa monetaria que, de una u otra manera, aprovechan para su propia imagen y para la simulación de sus modelos políticos y económicos.
En esta inclemente globalización, ¿qué tanto se afectaría el balance de las economías gubernamentales si la producción de riqueza por parte del crimen organizado cesara por completo?
Mi apreciación no es la de un especialista, pero con certeza puede asegurarse que la recesión que hoy se cierne sobre el mundo sería juego de niños, de desaparecer como por ensalmo la enorme masa económica que mueve la delincuencia organizada. Equivaldría a una estampida mundial de capitales hacia un agujero negro o, como afirma Guillermo Farber, hacia la “hueconomía”.
De ser válidas las observaciones anteriores, los mexicanos ya saben de qué va con el futuro de la guerra de su presidente contra la delincuencia organizada, y concretamente contra los barones de la droga, o simplemente podrán profundizar en el análisis para determinar si dicha violencia con un altísimo costo en vidas e impredecibles resultados colaterales, no es sino una impostura.
De serlo, sólo hay una explicación lógica: la necesidad de incidir en algunos aspectos de esa economía negra, para que produzca mayor riqueza más rápido, sin detenerse a pensar en los costos sociales de dicha decisión.
Nunca ha dejado de asombrarme la facilidad con la cual los especialistas dan cifras exactas de la masa monetaria producida y lavada por el crimen organizado; con seguridad pasmosa, también calculan por rubros y la cantidad de miles de millones de dólares que corresponden a cada uno de ellos, como si los hubiesen pasado por el control de sus sofisticadas calculadoras.
De igual forma se refieren al número de personas víctimas de la trata en sus diferentes formas, o a los millones de toneladas de drogas sintéticas, de marihuana, de coca; igualmente son específicos en los millones de dosis y en las muertes que produce cada una de las especialidades de la delincuencia organizada, el consumo de los distintos tipos de estupefacientes e incluso el lavado de dinero: todo propiamente ordenado y clasificado, por orden del dios de las estadísticas.
Si la ONU, las diferentes policías y los distintos gobiernos son capaces de saber, con mínimo porcentaje de error, la enormísima cantidad de dinero que produce toda manifestación delincuencial, su flujo y destino y sus diferentes áreas de inversión, también tienen los instrumentos y conocimientos idóneos para detectar cómo se mueven y dónde se ocultan los creadores de tanta riqueza, pero han decidido considerarlos intocables hasta en tanto no se conviertan en incordios para el control de las corporaciones y las sociedades, en desafíos para la autoridad legal, legítima, porque no pueden yugular la producción de esa masa monetaria que, de una u otra manera, aprovechan para su propia imagen y para la simulación de sus modelos políticos y económicos.
En esta inclemente globalización, ¿qué tanto se afectaría el balance de las economías gubernamentales si la producción de riqueza por parte del crimen organizado cesara por completo?
Mi apreciación no es la de un especialista, pero con certeza puede asegurarse que la recesión que hoy se cierne sobre el mundo sería juego de niños, de desaparecer como por ensalmo la enorme masa económica que mueve la delincuencia organizada. Equivaldría a una estampida mundial de capitales hacia un agujero negro o, como afirma Guillermo Farber, hacia la “hueconomía”.
De ser válidas las observaciones anteriores, los mexicanos ya saben de qué va con el futuro de la guerra de su presidente contra la delincuencia organizada, y concretamente contra los barones de la droga, o simplemente podrán profundizar en el análisis para determinar si dicha violencia con un altísimo costo en vidas e impredecibles resultados colaterales, no es sino una impostura.
De serlo, sólo hay una explicación lógica: la necesidad de incidir en algunos aspectos de esa economía negra, para que produzca mayor riqueza más rápido, sin detenerse a pensar en los costos sociales de dicha decisión.
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