Detrás de la cumbre de Singapur

Octavio Rodríguez Araujo

El domingo pasado leímos una nota en La Jornada cuya cabeza decía: En Singapur, cumbre civil y de académicos contra el tabaco. Fueron convocados académicos y profesionales de la salud que buscan erradicar el tabaquismo. Obviamente fueron convocados también los grupos antitabaco que navegan como organizaciones de la sociedad civil y que son furiosos cruzados en contra del tabaco a como dé lugar.

El presidente del congreso, Philip Eng (ex presidente del Comité Nacional para Dejar de Fumar de Singapur), señaló que se debe fortalecer la colaboración para impulsar y empoderar a las poblaciones, con información científica y confiable, respecto de los daños que el humo del cigarro causa a la salud, es decir fortalecer a los grupos militantes contra el tabaco que no hacen investigación científica ni confiable sino que sólo repiten como loros las burradas de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Vale decir que P. Eng, de 102 artículos publicados, sólo ha escrito dos sobre el tabaco, uno sobre el tamaño de las células de cáncer de pulmón en fumadores y otro sobre la correlación entre el humo de tabaco y su posible incidencia en cáncer de pulmón en mujeres chinas (las cursivas son mías).

Lo paradójico del caso es que habrá (hay, pues el congreso empezó el martes) talleres de discusión. ¿De discusión de qué, si todos son antitabaco y no han invitado a nadie que difiera de sus puntos de vista? Lo que van a discutir será cómo erradicar el tabaco, y no los supuestos o reales daños que éste causa. Este es el punto que nadie está dispuesto a discutir, ni en México ni en ningún otro país; mucho menos en la OMS, la nueva internacional del antitabaquismo o, si se prefiere, más de moda: el nuevo Vaticano de los sacerdotes antitabaco.

El simple hecho de cómo está organizado el congreso y con qué tipo de participantes es una negación absoluta de lo que debiera ser una reunión científica. En la ciencia se discute sin prejuicios en busca de la verdad y no para comprobar a fuerzas una hipótesis, bien o mal planteada. Esto no ocurrirá, y las resoluciones ya las podemos imaginar.

Lo primero que tendrían que hacer es discutir si la metodología usada para detectar los problemas que produce el tabaco es la correcta. Se basan, todos, en correlaciones estadísticas que no buscan relaciones de causalidad y dicen idioteces como la que aparece en un costado de la cajetilla de cigarros que estoy fumando en este momento: En México una de cada dos personas con infarto cardiaco fumaban. ¿Qué quiere decir esto? Nada, salvo que está mal redactado. Pero siguiendo la mismísima lógica y la mala redacción igual podrían decir: una de cada dos personas con infarto cardiaco no fumaban. Así dicho, cada quien escogerá cómo tener un infarto: fumando o sin fumar; al gusto del cliente.

Son tan brutos los de las asociaciones antitabaco y los que les hacen caso en el gobierno que ni siquiera piensan en lo que están diciendo. Pero estos académicos de la lucha contra el tabaco no son científicos, son loros repetidores de lo que mal leyeron los burócratas científicos de la OMS. Donde decía el consumo de tabaco puede producir, por ejemplo, cáncer o un infarto cardiaco, ellos escribieron produce, y no es lo mismo, pues para esto tendrían que demostrarlo. ¿Cómo creen que lo están demostrando? Muy sencillo: se administró humo de tabaco a 100 ratas, por ejemplo, y tres murieron. ¿Y por qué no murieron igual las otras 97? Esta pregunta no se la hacen, pues el objetivo del estudio fue demostrar que el humo de tabaco mata.

Volviendo al congreso de Singapur, por parte de México asistirá, según la nota del lunes, la joven economista Belén Sáenz de Miera, del Instituto Nacional de Salud Pública y satélite del senador panista Ernesto Saro en su cruzada personal de subir impuestos al tabaco para desincentivar su consumo. Los conocimientos de esta muchacha, adquiridos en el CIDE y en la Universidad de York, se han volcado desde hace seis años en estudios econométricos para calcular la relación de los impuestos al tabaco y al consumo, que es una de las obsesiones del tal Saro. Éste, por cierto, es presidente de la Comisión de Salud del Senado, y nadie sabe por qué, pues es ingeniero químico administrador, egresado del Tecnológico de Monterrey. Fue director general de Química y Farmacia SA de CV (QuiFa), de Ramos Arizpe, Coahuila, municipio del que ha sido alcalde un par de veces. QuiFa es una filial desde 1997 de Perrigo Company, trasnacional que en 2010 obtuvo ganancias por más de 2 mil 600 millones de dólares y que vende ni más ni menos, entre varios productos, chicles y pastillas con nicotina para dejar de fumar (sólo su chicle de sabor canela ha vendido 40 millones de dólares anuales en Estados Unidos).

Ernesto Saro representa, en México, el típico caso de las farmacéuticas contra las tabacaleras, razón por la cual no sólo está en contra del tabaco, sino que si aumenta el contrabando de cigarrillos, como aumentó en 2011 (del 2 al 15 por ciento en un año, Reforma, 20/3/12), el senador le echa la culpa a las empresas del tabaco y no al incremento del impuesto que él promovió desde la Comisión de Salud que encabeza. La pifia de Saro es que el aumento del impuesto de siete pesos por cajetilla de cigarros hizo que se recaudaran 12 mil millones de pesos menos de los que habían calculado y el consumo de tabaco no disminuyó como esperaban. Buena parte de los consumidores se abasteció del contrabando (200 millones de cajetillas), por lo que no se pagaron los impuestos esperados. Como su estrategia fiscal no le dio resultado, él y los fanáticos antitabaco quieren prohibir que se fume casi en todos lados, y que los mal llamados pictogramas en las cajetillas aumenten de tamaño y, por supuesto, que se incremente todavía más el impuesto al tabaco. La idea es simple: inducir que la gente deje de fumar, para que los fumadores, dependientes de la nicotina, consuman ésta por la vía de parches y chicles ¡con nicotina!, que producen y comercializan las poderosas farmacéuticas. Una cosa por otra.

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