Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder
A pesar de abusos aislados, del descrédito por la manera en que persiguieron a los grupos armados y participaron en el desmantelamiento de los movimientos guerrilleros urbanos, el Plan DN-III acercaba el Ejército a la población, y la idea que la sociedad tenía de los marinos quedaba reflejada en las imágenes del buque escuela Cuauhtémoc en sus recorridos por el mundo.
En México siempre se confió más en las fuerzas armadas que en las corporaciones policiacas, incluso después del 2 de octubre. Cuando en los cines había noticieros, la audiencia aplaudía las escenas de los soldados rescatando mexicanos o en la fajina de la quema de los plantíos de amapola y marihuana.
Hoy, la guerra declarada unilateralmente por el presidente Felipe Calderón a la delincuencia organizada, ha deformado la presencia de las fuerzas armadas entre la sociedad, ha modificado la percepción de lo que debe ser el respeto a los derechos humanos, puesto que si el país está inmerso en una guerra interna, el trato a los detenidos ¿debe sustentarse en la Convención de Ginebra? Se confundieron en el lenguaje y en los términos con los que creen poder erradicar el narcotráfico.
Por lo pronto, aparecieron efectos colaterales que se salieron de madre y descontrolan todavía más los resultados de esa guerra, pues en las desapariciones forzadas no puede establecerse violación a los derechos humanos, porque la víctima únicamente dejó de estar; de las masacres descubiertas porque las fosas clandestinas empiezan a escupir cadáveres, o porque hubo algún sobreviviente, no aparecen culpables; se sostiene que los “Z” quedó integrado por ex militares cansados de vivir en la miseria.
Acá no hubo kaibiles, no existieron los mercenarios, los grupos armados estaban pertrechados de una ideología antes que de armas, la guerrilla fue diezmada por corporaciones policiacas, más que por elementos de las fuerzas armadas. Los soldados y los marinos estaban en el ánimo de la gente, los “juanes” eran bien vistos, hasta que decidieron montarlos en una guerra que no tiene para cuando acabar.
¿Qué puede ocurrir en un país en el que la sociedad desconfía de sus fuerzas armadas? Por lo pronto, se fortalece la tentación del autoritarismo y aparece en el horizonte la posibilidad de una dictadura, más al estilo de Juan Vicente Gómez que al de Augusto Pinochet. Hoy, pretender imponerla, llevaría a México a una prolongada confrontación interna que se dirimiría a sangre y fuego.
Precisamente por lo anterior era necesario mantener el prestigio de las fuerzas armadas, acercarlas a la población, para que la sección II de la Defensa Nacional pueda cumplir con sus tareas de seguridad nacional con ayuda de los mexicanos.
A pesar de abusos aislados, del descrédito por la manera en que persiguieron a los grupos armados y participaron en el desmantelamiento de los movimientos guerrilleros urbanos, el Plan DN-III acercaba el Ejército a la población, y la idea que la sociedad tenía de los marinos quedaba reflejada en las imágenes del buque escuela Cuauhtémoc en sus recorridos por el mundo.
En México siempre se confió más en las fuerzas armadas que en las corporaciones policiacas, incluso después del 2 de octubre. Cuando en los cines había noticieros, la audiencia aplaudía las escenas de los soldados rescatando mexicanos o en la fajina de la quema de los plantíos de amapola y marihuana.
Hoy, la guerra declarada unilateralmente por el presidente Felipe Calderón a la delincuencia organizada, ha deformado la presencia de las fuerzas armadas entre la sociedad, ha modificado la percepción de lo que debe ser el respeto a los derechos humanos, puesto que si el país está inmerso en una guerra interna, el trato a los detenidos ¿debe sustentarse en la Convención de Ginebra? Se confundieron en el lenguaje y en los términos con los que creen poder erradicar el narcotráfico.
Por lo pronto, aparecieron efectos colaterales que se salieron de madre y descontrolan todavía más los resultados de esa guerra, pues en las desapariciones forzadas no puede establecerse violación a los derechos humanos, porque la víctima únicamente dejó de estar; de las masacres descubiertas porque las fosas clandestinas empiezan a escupir cadáveres, o porque hubo algún sobreviviente, no aparecen culpables; se sostiene que los “Z” quedó integrado por ex militares cansados de vivir en la miseria.
Acá no hubo kaibiles, no existieron los mercenarios, los grupos armados estaban pertrechados de una ideología antes que de armas, la guerrilla fue diezmada por corporaciones policiacas, más que por elementos de las fuerzas armadas. Los soldados y los marinos estaban en el ánimo de la gente, los “juanes” eran bien vistos, hasta que decidieron montarlos en una guerra que no tiene para cuando acabar.
¿Qué puede ocurrir en un país en el que la sociedad desconfía de sus fuerzas armadas? Por lo pronto, se fortalece la tentación del autoritarismo y aparece en el horizonte la posibilidad de una dictadura, más al estilo de Juan Vicente Gómez que al de Augusto Pinochet. Hoy, pretender imponerla, llevaría a México a una prolongada confrontación interna que se dirimiría a sangre y fuego.
Precisamente por lo anterior era necesario mantener el prestigio de las fuerzas armadas, acercarlas a la población, para que la sección II de la Defensa Nacional pueda cumplir con sus tareas de seguridad nacional con ayuda de los mexicanos.
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