Jacobo Zabludovsky / Bucareli
El jueves recibí el honor de ser Consejero Permanente de “El Universal”. El primer periódico que leí en mi vida fue “El Universal Gráfico”. De las párvulas letras mañaneras en el “Poco a Poco” y otros libros de la escuela primaria República del Perú salté a las noticias del tabloide, entregado a mi papá en su cajón de retazos de la Merced. Más tardaba el voceador en cobrar sus cinco centavos que nosotros en abrir las páginas olorosas a tinta. Era presidente Lázaro Cárdenas. Era principio de la guerra española que combatimos sobre un mapa donde chinches rojas marcaban posiciones de los leales y blancas las de los alzados. Ese mapa nos duró hasta la derrota. Nunca una hoja de periódico había enterrado tantos muertos ni recorrido tantos caminos de angustia. Entré a esta casa de noticias más como miliciano que como lector.
Félix F. Palavicini fundó “El Universal” hace casi cien años. Lo traté en 1948, recién inaugurada XEX, donde llegó a leer un comentario nocturno y el redactor de los noticieros, estudiante de Derecho, veía en él una figura mítica, legendaria fuente de lecciones históricas, en las que se podía aprender el oficio de vivir. No dejé de esperarlo una sola vez durante los meses de su aplicación a mi fuente de trabajo. Discreto en sus victorias cotidianas, luchador esperanzado en las caídas; de todo hubo en su memoria.
Muchos años después, hace 12, cuando salí de Televisa, Juan Francisco Ealy Ortiz, fue el primero en decir aquí estoy, vente a trabajar, qué quieres ser, qué quieres hacer, lo que quieras, ésta es tu casa. Un mensaje de optimismo en el instante de dejar una querencia de más de medio siglo, cuando una cornada dolorosa castigaba el cuerpo y el espíritu sus palabras fueron balsa oportuna en medio de la borrasca. Espérame, le dije, no estoy preparado. Insistió hasta convencerme de escribir esta columna. Ahora, al cumplir 5 años de Bucarelis, ingreso al Consejo de Administración y pienso que Félix F. Palavicini nos está viendo.
Dicen que las malas noticias nunca llegan solas. Tampoco las buenas. Esta misma semana se anuncia mi vuelta a la televisión para una tarea específica: participar en las transmisiones de ESPN desde Londres durante los juegos olímpicos. Representantes de esa empresa, la más importante del mundo en producción de contenidos para televisión, me sorprendieron con una oferta seductora: 20 días de contar lo que vea y oiga en las riberas del Támesis, al lado de José Ramón Fernández, responsable de todo lo deportivo, cronista apasionado y polémico de las batallas por la medalla de oro. A él podría dársele una; se la ha ganado a pulso con su labor que lo distingue, dueño de una personalidad respetable y envidiada.
Estaremos en Londres. José Ramón a la hora de los himnos. Yo a la hora del té. Cada quien en lo suyo, en lo esperado siempre distinto y nuevo. No hay edad para la ilusión. Lo compruebo a unos días de cumplir 84 años. Los nervios de la primera vez ante un micrófono, ante una cámara, ante la hoja en blanco, vuelven hoy, inevitables y estimulantes, para descubrir secretos con la llave de la experiencia y la curiosidad del principiante.
Disfrutaremos de esa tregua en el sitio donde se genera, un lapso de frescura y alivio para la humanidad agobiada en su carencia de buenas noticias y en su excesiva cauda de adversidades. Para cuando se encienda el pebetero ya sabremos quién será nuestro próximo presidente. O presidenta, habida cuenta de que México es un país donde los milagros son tan de todos los días que no merecen ocho columnas. Época de olvidar el fango en que se refocila nuestra clase política, capaz de decirle majadero a un presidente sin que éste se altere, apta para que un felón llame meretrices a todas las mujeres hermosas y no sea expulsado del recinto legislativo, tolerante y encubridora de todas las corrupciones y abusos de poder sin temor al castigo.
Capacidad de asombro es más que una frase manida: es la suerte de algunos afortunados que aún disfrutan alegrías infantiles, las que producen las ceremonias de inauguración y clausura de los juegos donde se percibe, como en Barcelona, el genio de Gaudí, Dalí, Miró y Tapies. Y de Disney y la magia del zapato el día de reyes. De esos afortunados es el redactor de esta columna cuya finalidad en Londres será la de contagiarle a usted la emoción de un agasajo único, el de cada cuatro años, obra de un hechicero que hace atractivos los deportes incluso a quienes durante toda su vida se han mantenido distantes de ellos.
Más trabajo estimulante en el Consejo de “El Universal”. Más diversión en los 20 días de Londres. Venga conmigo.
El jueves recibí el honor de ser Consejero Permanente de “El Universal”. El primer periódico que leí en mi vida fue “El Universal Gráfico”. De las párvulas letras mañaneras en el “Poco a Poco” y otros libros de la escuela primaria República del Perú salté a las noticias del tabloide, entregado a mi papá en su cajón de retazos de la Merced. Más tardaba el voceador en cobrar sus cinco centavos que nosotros en abrir las páginas olorosas a tinta. Era presidente Lázaro Cárdenas. Era principio de la guerra española que combatimos sobre un mapa donde chinches rojas marcaban posiciones de los leales y blancas las de los alzados. Ese mapa nos duró hasta la derrota. Nunca una hoja de periódico había enterrado tantos muertos ni recorrido tantos caminos de angustia. Entré a esta casa de noticias más como miliciano que como lector.
Félix F. Palavicini fundó “El Universal” hace casi cien años. Lo traté en 1948, recién inaugurada XEX, donde llegó a leer un comentario nocturno y el redactor de los noticieros, estudiante de Derecho, veía en él una figura mítica, legendaria fuente de lecciones históricas, en las que se podía aprender el oficio de vivir. No dejé de esperarlo una sola vez durante los meses de su aplicación a mi fuente de trabajo. Discreto en sus victorias cotidianas, luchador esperanzado en las caídas; de todo hubo en su memoria.
Muchos años después, hace 12, cuando salí de Televisa, Juan Francisco Ealy Ortiz, fue el primero en decir aquí estoy, vente a trabajar, qué quieres ser, qué quieres hacer, lo que quieras, ésta es tu casa. Un mensaje de optimismo en el instante de dejar una querencia de más de medio siglo, cuando una cornada dolorosa castigaba el cuerpo y el espíritu sus palabras fueron balsa oportuna en medio de la borrasca. Espérame, le dije, no estoy preparado. Insistió hasta convencerme de escribir esta columna. Ahora, al cumplir 5 años de Bucarelis, ingreso al Consejo de Administración y pienso que Félix F. Palavicini nos está viendo.
Dicen que las malas noticias nunca llegan solas. Tampoco las buenas. Esta misma semana se anuncia mi vuelta a la televisión para una tarea específica: participar en las transmisiones de ESPN desde Londres durante los juegos olímpicos. Representantes de esa empresa, la más importante del mundo en producción de contenidos para televisión, me sorprendieron con una oferta seductora: 20 días de contar lo que vea y oiga en las riberas del Támesis, al lado de José Ramón Fernández, responsable de todo lo deportivo, cronista apasionado y polémico de las batallas por la medalla de oro. A él podría dársele una; se la ha ganado a pulso con su labor que lo distingue, dueño de una personalidad respetable y envidiada.
Estaremos en Londres. José Ramón a la hora de los himnos. Yo a la hora del té. Cada quien en lo suyo, en lo esperado siempre distinto y nuevo. No hay edad para la ilusión. Lo compruebo a unos días de cumplir 84 años. Los nervios de la primera vez ante un micrófono, ante una cámara, ante la hoja en blanco, vuelven hoy, inevitables y estimulantes, para descubrir secretos con la llave de la experiencia y la curiosidad del principiante.
Disfrutaremos de esa tregua en el sitio donde se genera, un lapso de frescura y alivio para la humanidad agobiada en su carencia de buenas noticias y en su excesiva cauda de adversidades. Para cuando se encienda el pebetero ya sabremos quién será nuestro próximo presidente. O presidenta, habida cuenta de que México es un país donde los milagros son tan de todos los días que no merecen ocho columnas. Época de olvidar el fango en que se refocila nuestra clase política, capaz de decirle majadero a un presidente sin que éste se altere, apta para que un felón llame meretrices a todas las mujeres hermosas y no sea expulsado del recinto legislativo, tolerante y encubridora de todas las corrupciones y abusos de poder sin temor al castigo.
Capacidad de asombro es más que una frase manida: es la suerte de algunos afortunados que aún disfrutan alegrías infantiles, las que producen las ceremonias de inauguración y clausura de los juegos donde se percibe, como en Barcelona, el genio de Gaudí, Dalí, Miró y Tapies. Y de Disney y la magia del zapato el día de reyes. De esos afortunados es el redactor de esta columna cuya finalidad en Londres será la de contagiarle a usted la emoción de un agasajo único, el de cada cuatro años, obra de un hechicero que hace atractivos los deportes incluso a quienes durante toda su vida se han mantenido distantes de ellos.
Más trabajo estimulante en el Consejo de “El Universal”. Más diversión en los 20 días de Londres. Venga conmigo.
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