José Carreño Figueras
Los mexicanos tenemos dos afectos internacionales que tienen mucho de irracional pero sin dejar de ser reales.
Uno es histórico, por Europa y lo europeo, aún desde la Independencia: el primer movimiento de los independentistas fue tratar de crear un país al estilo europeo, con rey y todo. 25 años después, cuando las fuerzas estadounidenses entraban a la capital mexicana, los balcones de las casas “de bien” se llenaron de banderas españolas, francesas, inglesas, quizá como reafirmación o por creer que esos colores las protegerían de posibles desmanes de los invasores.
El otro afecto es Brasil. El gigantesco país amazónico, con su gentil imagen futbolística y carnavalesca, sin contar su conversión a una izquierda liberal, parece cautivar a muchos mexicanos.
Y sin embargo, los dos afectos son irracionales. No por otra cosa sino porque Europa, la cuna de la civilización occidental, también es cuna de sus males. Y de hecho, al margen de la típica irritación sobre la conquista y los aztecas, o la cultura y el lenguaje, el hecho es que los europeos se fijaron y se fijan en México no por amistad ni por afecto sino por puro interés. Y ciertamente se vale.
Brasil es algo similar. Un país con vocación imperial que vió en México, por años, su principal contrabalance como nación hegemónica en América Latina, aun en los momentos que esta no era su principal región de atención. Son, como los franceses, latinoamericanos cuando les interesa y les conviene, como pasa ahora. Pero otra vez, se vale.
Cierto que mucho del atractivo de europeos y brasileños es que están lejos, no son “gringos” y se les ve como potenciales contrapesos internacionales a la influencia de los Estados Unidos, como en algún momento se vió y todavía se ve a Canadá.
Pero es importante recordar que para bien o para mal los intereses de México están en América del Norte y en la Cuenca del Caribe, Centroamérica incluida.
Europa como región supranacional y Brasil, como país con “destino manifesto” tienen ambiciones legítimas, y desde un punto de vista puramente geopolítico hay razones por las que México debe buscar y mantener una relación con ellos tan buena como sea posible, así como con China, la India, Rusia, Japón y Australia. Pero no a costa de intereses propios.
Si los brasileños quieren imponer tarifas a las exportaciones automovilísticas mexicanas porque no pueden competir con ellas, se vale. Pero también se vale responder en especie. Sin embargo, tanto Brasil como México podrían -y deberían recordar- que los autos en cuestión no se llaman “Pérez” o “Rodríguez”, y que las fábricas afectadas no son “Coutinho” ni “DaSilva”, sino “Ford, “Nissan”, GM”, etc.
En algún momento de nuestra historia las potencias europeas, ahora UE, buscaron usar a México como “muro de contención” contra la hegemonía estadounidense, pero en vez de ser las “iluminadas” tácticas del siglo 21 buscaron hacerlo mediante la imposición de gobiernos títeres o estados subordinados.
Disminuidas como están, por ahora al menos, las naciones europeas parecen hoy solo un poco menos atractivas que Brasil o China, pero tal vez sea importante recordar que unas y otros tienen, a fin de cuentas, ambiciones imperiales o hegemónicas, especialmente en su vecindario. Nada mas y nada menos.
Los mexicanos tenemos dos afectos internacionales que tienen mucho de irracional pero sin dejar de ser reales.
Uno es histórico, por Europa y lo europeo, aún desde la Independencia: el primer movimiento de los independentistas fue tratar de crear un país al estilo europeo, con rey y todo. 25 años después, cuando las fuerzas estadounidenses entraban a la capital mexicana, los balcones de las casas “de bien” se llenaron de banderas españolas, francesas, inglesas, quizá como reafirmación o por creer que esos colores las protegerían de posibles desmanes de los invasores.
El otro afecto es Brasil. El gigantesco país amazónico, con su gentil imagen futbolística y carnavalesca, sin contar su conversión a una izquierda liberal, parece cautivar a muchos mexicanos.
Y sin embargo, los dos afectos son irracionales. No por otra cosa sino porque Europa, la cuna de la civilización occidental, también es cuna de sus males. Y de hecho, al margen de la típica irritación sobre la conquista y los aztecas, o la cultura y el lenguaje, el hecho es que los europeos se fijaron y se fijan en México no por amistad ni por afecto sino por puro interés. Y ciertamente se vale.
Brasil es algo similar. Un país con vocación imperial que vió en México, por años, su principal contrabalance como nación hegemónica en América Latina, aun en los momentos que esta no era su principal región de atención. Son, como los franceses, latinoamericanos cuando les interesa y les conviene, como pasa ahora. Pero otra vez, se vale.
Cierto que mucho del atractivo de europeos y brasileños es que están lejos, no son “gringos” y se les ve como potenciales contrapesos internacionales a la influencia de los Estados Unidos, como en algún momento se vió y todavía se ve a Canadá.
Pero es importante recordar que para bien o para mal los intereses de México están en América del Norte y en la Cuenca del Caribe, Centroamérica incluida.
Europa como región supranacional y Brasil, como país con “destino manifesto” tienen ambiciones legítimas, y desde un punto de vista puramente geopolítico hay razones por las que México debe buscar y mantener una relación con ellos tan buena como sea posible, así como con China, la India, Rusia, Japón y Australia. Pero no a costa de intereses propios.
Si los brasileños quieren imponer tarifas a las exportaciones automovilísticas mexicanas porque no pueden competir con ellas, se vale. Pero también se vale responder en especie. Sin embargo, tanto Brasil como México podrían -y deberían recordar- que los autos en cuestión no se llaman “Pérez” o “Rodríguez”, y que las fábricas afectadas no son “Coutinho” ni “DaSilva”, sino “Ford, “Nissan”, GM”, etc.
En algún momento de nuestra historia las potencias europeas, ahora UE, buscaron usar a México como “muro de contención” contra la hegemonía estadounidense, pero en vez de ser las “iluminadas” tácticas del siglo 21 buscaron hacerlo mediante la imposición de gobiernos títeres o estados subordinados.
Disminuidas como están, por ahora al menos, las naciones europeas parecen hoy solo un poco menos atractivas que Brasil o China, pero tal vez sea importante recordar que unas y otros tienen, a fin de cuentas, ambiciones imperiales o hegemónicas, especialmente en su vecindario. Nada mas y nada menos.
Comentarios