Jorge Fernández Menéndez
Se cumplen 18 años del asesinato de Luis Donaldo Colosio y su muerte sigue estando en un cono de sombra, en un vacío que no llenan las frases, los homenajes, y en el cual las preguntas básicas, esenciales, siguen sin respuesta. Hace muy bien Enrique Peña Nieto en volver a levantar la bandera del colosismo que se fue perdiendo en los años posteriores a su muerte. Pero ese mismo hecho debería llevar al priismo a reflexionar sobre las causas que motivaron su muerte y a trascenderla.
Colosio fue asesinado luego de una turbulenta campaña electoral, marcada por el levantamiento zapatista, el desconocimiento de su candidatura por Manuel Camacho, los secuestros de Alfredo Harp y Lozada y los rumores de que el candidato sería reemplazado. Pese a todos esos problemas, Colosio parecía, en marzo, haber logrado, por fin, que su campaña despegara. El discurso que dio el 6 de marzo en el Monumento a la Revolución sigue siendo la principal muestra de su ideario político. Aunque en aquellos días algunos lo calificaron de gris, el discurso fue brillante. Al retomar aquel famoso de Martin Luther King frente al Capitolio, Colosio fue mostrando las imágenes del México que veía y con el que soñaba.
El 22 de marzo, Camacho, finalmente, había aceptado que no buscaría quedarse con la candidatura presidencial. Dicen sus más cercanos colaboradores que ese día, por primera vez desde el primero de enero, cuando se dio el levantamiento zapatista, se vio sonreír a Colosio. Pero todo eso se hizo trizas 24 horas después. En un oscuro paraje de Tijuana, en Lomas Taurinas, en un lugar en que el Estado Mayor Presidencial, por seguridad, insistió en que no se debería hacer un mitin, fue asesinado.
Todo estuvo mal: el lugar, la ubicación del templete, que en realidad fue la caja trasera de una camioneta, la ruta de salida que lo obligaba a hacer un recorrido entre la gente sin posibilidad de establecer un cordón de seguridad. Fue un acto un poco desangelado, uno más de los que se realizan diariamente en una campaña política. Y ahí lo mató un joven con ínfulas de grandeza y de un origen desconocido, Mario Aburto.
¿Por qué Aburto mató a Colosio? Sólo un periodista, Jesús Blancornelas, ya fallecido, logró entrevistar a Aburto y en realidad no le dijo nada. No ha dicho nada en 18 años. Este fue su testimonio, escrito, para la investigación del fiscal Luis Raúl González Pérez. Se respeta la transcripción original.
“La traia del lado derecho de la sintura y casi me tiran la pistola. Entonces la saco para meterla a la bolsa de mi chamarra derecha. La saqué con la mano derecha. Me calaba mucho la bola de la pistola donde van las balas porque el pantalon que traia me quedaba muy apretado de la sintura. Desde que sali de mi trabajo ahi traia el arma por eso. La saqué para que no se me callera y no me siguiera calando.
“Entonces trato de taparme con la jente para poder guardarla. Volteo a mi isquierda y despues a la derecha para ver si aora sí puedo salirme. Pero devido al espacio que habia no podia porque se miraria mas la pistola. Entonces pienso ponerla en la sintura por enfrente del pantalon, pero no quise por que despues me calaria mas y talvez no me dejaria caminar.
“Me ago asia mi costado isquierdo tapando la pistola con mi cuerpo para cuando me tapara con la jente de la isquierda poder meter la pistola a la bolsa derecha de la chamarra.Aalcanzo a mirar que el Lic. Colocio con la mano isquierda desplasa a una señora de lentes en la cabesa y que parecia traia unos papeles en la mano. Tropieso lebemente logrando mantener el equilibrio, abriendo un poco mis pies, el derecho adelante y el isquierdo atras y alcanso a jirar asia mi isquierda. En eso siento un puntapie en mi pantorrilla derecha y also la mano derecha para apollarme de alguna persona, sin acordarme que traia la pistola en la mano. Y es cuando se activa el arma devido al puntapie en la pantorrilla y a que se contraen mis musculos y nervios devido al dolor del golpe. Se olle un disparo tan fuerte que quedo aturdido y siento un mobimiento muy fuerte en mi mano derecha al oirse el disparo. Y no veo nada, no pudiendome dar cuenta asta esos momentos que era lo que avia pasado. Yo iva callendo devido a que perdi el equilibrio por el golpe en la pantorrilla, y en eso siento que alguien me arrebata el arma y caigo sentado, y alguien cae sobre mi.”
La versión es insostenible. Pero lo que nunca se investigó fue la vertiente del narcotráfico. Todo comenzó en el Golfo. De ahí, de Tamaulipas, partió el revólver Taurus que uso Aburto. Ahí había sido comprado dos años atrás. Un mes antes del asesinato, otro prominente hombre del Golfo, Humberto García Ábrego, había sido corrido de una cena que se le había hecho al candidato en Monterrey, por órdenes de Colosio. Aburto tenía una lejana relación familiar con la banda de Los Texas, los más importantes sicarios de la región en esos años. Sus mandos se denominaban Águila uno, dos y así sucesivamente. Aburto se llamaba a sí mismo Caballero Águila. Los datos se acumulan, pero siempre fueron desechados, nunca fueron indagados, quedaron, como el asesinato, en un cono de sombra.
Se cumplen 18 años del asesinato de Luis Donaldo Colosio y su muerte sigue estando en un cono de sombra, en un vacío que no llenan las frases, los homenajes, y en el cual las preguntas básicas, esenciales, siguen sin respuesta. Hace muy bien Enrique Peña Nieto en volver a levantar la bandera del colosismo que se fue perdiendo en los años posteriores a su muerte. Pero ese mismo hecho debería llevar al priismo a reflexionar sobre las causas que motivaron su muerte y a trascenderla.
Colosio fue asesinado luego de una turbulenta campaña electoral, marcada por el levantamiento zapatista, el desconocimiento de su candidatura por Manuel Camacho, los secuestros de Alfredo Harp y Lozada y los rumores de que el candidato sería reemplazado. Pese a todos esos problemas, Colosio parecía, en marzo, haber logrado, por fin, que su campaña despegara. El discurso que dio el 6 de marzo en el Monumento a la Revolución sigue siendo la principal muestra de su ideario político. Aunque en aquellos días algunos lo calificaron de gris, el discurso fue brillante. Al retomar aquel famoso de Martin Luther King frente al Capitolio, Colosio fue mostrando las imágenes del México que veía y con el que soñaba.
El 22 de marzo, Camacho, finalmente, había aceptado que no buscaría quedarse con la candidatura presidencial. Dicen sus más cercanos colaboradores que ese día, por primera vez desde el primero de enero, cuando se dio el levantamiento zapatista, se vio sonreír a Colosio. Pero todo eso se hizo trizas 24 horas después. En un oscuro paraje de Tijuana, en Lomas Taurinas, en un lugar en que el Estado Mayor Presidencial, por seguridad, insistió en que no se debería hacer un mitin, fue asesinado.
Todo estuvo mal: el lugar, la ubicación del templete, que en realidad fue la caja trasera de una camioneta, la ruta de salida que lo obligaba a hacer un recorrido entre la gente sin posibilidad de establecer un cordón de seguridad. Fue un acto un poco desangelado, uno más de los que se realizan diariamente en una campaña política. Y ahí lo mató un joven con ínfulas de grandeza y de un origen desconocido, Mario Aburto.
¿Por qué Aburto mató a Colosio? Sólo un periodista, Jesús Blancornelas, ya fallecido, logró entrevistar a Aburto y en realidad no le dijo nada. No ha dicho nada en 18 años. Este fue su testimonio, escrito, para la investigación del fiscal Luis Raúl González Pérez. Se respeta la transcripción original.
“La traia del lado derecho de la sintura y casi me tiran la pistola. Entonces la saco para meterla a la bolsa de mi chamarra derecha. La saqué con la mano derecha. Me calaba mucho la bola de la pistola donde van las balas porque el pantalon que traia me quedaba muy apretado de la sintura. Desde que sali de mi trabajo ahi traia el arma por eso. La saqué para que no se me callera y no me siguiera calando.
“Entonces trato de taparme con la jente para poder guardarla. Volteo a mi isquierda y despues a la derecha para ver si aora sí puedo salirme. Pero devido al espacio que habia no podia porque se miraria mas la pistola. Entonces pienso ponerla en la sintura por enfrente del pantalon, pero no quise por que despues me calaria mas y talvez no me dejaria caminar.
“Me ago asia mi costado isquierdo tapando la pistola con mi cuerpo para cuando me tapara con la jente de la isquierda poder meter la pistola a la bolsa derecha de la chamarra.Aalcanzo a mirar que el Lic. Colocio con la mano isquierda desplasa a una señora de lentes en la cabesa y que parecia traia unos papeles en la mano. Tropieso lebemente logrando mantener el equilibrio, abriendo un poco mis pies, el derecho adelante y el isquierdo atras y alcanso a jirar asia mi isquierda. En eso siento un puntapie en mi pantorrilla derecha y also la mano derecha para apollarme de alguna persona, sin acordarme que traia la pistola en la mano. Y es cuando se activa el arma devido al puntapie en la pantorrilla y a que se contraen mis musculos y nervios devido al dolor del golpe. Se olle un disparo tan fuerte que quedo aturdido y siento un mobimiento muy fuerte en mi mano derecha al oirse el disparo. Y no veo nada, no pudiendome dar cuenta asta esos momentos que era lo que avia pasado. Yo iva callendo devido a que perdi el equilibrio por el golpe en la pantorrilla, y en eso siento que alguien me arrebata el arma y caigo sentado, y alguien cae sobre mi.”
La versión es insostenible. Pero lo que nunca se investigó fue la vertiente del narcotráfico. Todo comenzó en el Golfo. De ahí, de Tamaulipas, partió el revólver Taurus que uso Aburto. Ahí había sido comprado dos años atrás. Un mes antes del asesinato, otro prominente hombre del Golfo, Humberto García Ábrego, había sido corrido de una cena que se le había hecho al candidato en Monterrey, por órdenes de Colosio. Aburto tenía una lejana relación familiar con la banda de Los Texas, los más importantes sicarios de la región en esos años. Sus mandos se denominaban Águila uno, dos y así sucesivamente. Aburto se llamaba a sí mismo Caballero Águila. Los datos se acumulan, pero siempre fueron desechados, nunca fueron indagados, quedaron, como el asesinato, en un cono de sombra.
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