Jorge Fernández Menéndez
México es el segundo país del mundo con más fieles a la religión católica, pero el paradigma de la fe se ha ido desgastando en la sociedad. Y es que el país ha cambiado en la última década. Según el censo de 2010 hay más jóvenes, más mujeres que estudian y trabajan, más adultos mayores, menos católicos y menos matrimonios. Los mexicanos tenemos una edad promedio de 26 años, aunque los mexicanos mayores de 64 años aumentaron 1.5 por ciento. Se tienen menos hijos: mientras quienes no cuentan con estudios tienen un promedio de tres a cuatro hijos, las parejas que tienen instrucción media o superior tienen en promedio sólo uno. Veinticinco por ciento del total de hogares del país están encabezados por una mujer. El porcentaje de población casada ha caído en una década 5% y hoy es sólo 41%, mientras que la que vive en unión libre se duplicó y hoy alcanza 14 por ciento. Hoy son más la mujeres que acuden a una institución educativa que los hombres que estudian. Y si bien 84% de la población se reconoce como católica, eso implica una disminución de cuatro puntos respecto a la década pasada, mientras que quienes profesan una religión protestante o evangélica crecieron 2% y quienes no profesan religión alguna alcanzan ya 4.5% de los mexicanos. Esa es una parte de la realidad que explica la visita de Benedicto XVI a México: un país con menos creyentes, más laico, con mujeres y jóvenes más independientes, con todo lo que ello implica en temas torales para la Iglesia, como la contraconcepción o el aborto.
Benedicto XVI no es un Papa tradicional: es uno de los grandes teólogos contemporáneos de la Iglesia católica. No lo mueven las emociones sino el pensamiento. Y eso se reflejó en estos días. Creo que independientemente de aseveraciones que, en realidad, eran más que esperadas respecto a la denuncia de la violencia, el narcotráfico o el tráfico de armas, la frase que mejor describe las razones de la visita del papa Benedicto a México es aquella de que hay que combatir “el cansancio de la fe”. Evidentemente ese cansancio de la fe afecta a los mexicanos y a los católicos de buena parte del mundo, en forma más que evidente en Estados Unidos y en Europa. Ese cansancio ha llevado a que esta visita no tuviera la efervescencia que tuvieron las cinco visitas que realizó Juan Pablo II a México y que, paradójicamente, al tener menor repercusión popular, eso se cubriera con una mucho mayor presencia política.
No recuerdo alguna otra visita papal en la cual todos los candidatos o dirigentes de partido se dieran cita no en un encuentro con un par (estamos hablando del jefe del Estado vaticano, de la Santa Sede), sino en una misa. El Estado y la sociedad son cada día más laicos, pero ayer casi todos nuestros políticos de primer nivel, algunos creyentes, otros que dicen serlo, alguno de ellos que profesan otra fe o ninguna, fueron a misa con Benedicto XVI. Y si para algunos es un logro político, en otros podemos verlo como una forma de compensar con la política las carencias que se detectan en las raíces de la fe. O ese cansancio de la fe, del que habló Benedicto.
Es obviamente una opinión muy personal, pero no me gusta ver a los políticos en misa, menos en los días previos al inicio oficial de la campaña electoral en un evidente acto de proselitismo. No me gusta que la política y las cuestiones de Estado se mezclen con la fe. Tampoco que se hable de laicidad y que no se diferencien las esferas del Estado y de la religión.
Me hubiera gustado ver a los candidatos sentados en una mesa con Benedicto, me hubiera gustado verlos compartiendo compromisos, intercambiando ideas, presentando visiones del mundo y diciendo con mucha mayor claridad cuál es su muy personal convicción en el ámbito de la fe y cómo plantean establecer los límites entre esa fe, cualquiera que sea, se profese o no, con su hipotética responsabilidad al frente del Estado.
Si desean ir a misa, pueden hacerlo cuando lo deseen en la privacidad de cualquier templo. Lo de ayer, no nos engañemos, fueron actos públicos con una evidente intencionalidad política y electoral.
En ese contexto hubo dos ausencias que son notables: no se vio en ningún papel protagónico al cardenal Norberto Rivera, arzobispo de la Ciudad de México y que se dice que está distanciado con el papa Benedicto. Y éste decidió no encontrarse con las víctimas de Marcial Maciel, a pesar de que sí lo había hecho con víctimas de casos similares en otras naciones.
Paradójicamente, ambas historias están entrelazadas y son causa, también, de ese cansancio de la fe del que habló el Papa en su visita a México.
México es el segundo país del mundo con más fieles a la religión católica, pero el paradigma de la fe se ha ido desgastando en la sociedad. Y es que el país ha cambiado en la última década. Según el censo de 2010 hay más jóvenes, más mujeres que estudian y trabajan, más adultos mayores, menos católicos y menos matrimonios. Los mexicanos tenemos una edad promedio de 26 años, aunque los mexicanos mayores de 64 años aumentaron 1.5 por ciento. Se tienen menos hijos: mientras quienes no cuentan con estudios tienen un promedio de tres a cuatro hijos, las parejas que tienen instrucción media o superior tienen en promedio sólo uno. Veinticinco por ciento del total de hogares del país están encabezados por una mujer. El porcentaje de población casada ha caído en una década 5% y hoy es sólo 41%, mientras que la que vive en unión libre se duplicó y hoy alcanza 14 por ciento. Hoy son más la mujeres que acuden a una institución educativa que los hombres que estudian. Y si bien 84% de la población se reconoce como católica, eso implica una disminución de cuatro puntos respecto a la década pasada, mientras que quienes profesan una religión protestante o evangélica crecieron 2% y quienes no profesan religión alguna alcanzan ya 4.5% de los mexicanos. Esa es una parte de la realidad que explica la visita de Benedicto XVI a México: un país con menos creyentes, más laico, con mujeres y jóvenes más independientes, con todo lo que ello implica en temas torales para la Iglesia, como la contraconcepción o el aborto.
Benedicto XVI no es un Papa tradicional: es uno de los grandes teólogos contemporáneos de la Iglesia católica. No lo mueven las emociones sino el pensamiento. Y eso se reflejó en estos días. Creo que independientemente de aseveraciones que, en realidad, eran más que esperadas respecto a la denuncia de la violencia, el narcotráfico o el tráfico de armas, la frase que mejor describe las razones de la visita del papa Benedicto a México es aquella de que hay que combatir “el cansancio de la fe”. Evidentemente ese cansancio de la fe afecta a los mexicanos y a los católicos de buena parte del mundo, en forma más que evidente en Estados Unidos y en Europa. Ese cansancio ha llevado a que esta visita no tuviera la efervescencia que tuvieron las cinco visitas que realizó Juan Pablo II a México y que, paradójicamente, al tener menor repercusión popular, eso se cubriera con una mucho mayor presencia política.
No recuerdo alguna otra visita papal en la cual todos los candidatos o dirigentes de partido se dieran cita no en un encuentro con un par (estamos hablando del jefe del Estado vaticano, de la Santa Sede), sino en una misa. El Estado y la sociedad son cada día más laicos, pero ayer casi todos nuestros políticos de primer nivel, algunos creyentes, otros que dicen serlo, alguno de ellos que profesan otra fe o ninguna, fueron a misa con Benedicto XVI. Y si para algunos es un logro político, en otros podemos verlo como una forma de compensar con la política las carencias que se detectan en las raíces de la fe. O ese cansancio de la fe, del que habló Benedicto.
Es obviamente una opinión muy personal, pero no me gusta ver a los políticos en misa, menos en los días previos al inicio oficial de la campaña electoral en un evidente acto de proselitismo. No me gusta que la política y las cuestiones de Estado se mezclen con la fe. Tampoco que se hable de laicidad y que no se diferencien las esferas del Estado y de la religión.
Me hubiera gustado ver a los candidatos sentados en una mesa con Benedicto, me hubiera gustado verlos compartiendo compromisos, intercambiando ideas, presentando visiones del mundo y diciendo con mucha mayor claridad cuál es su muy personal convicción en el ámbito de la fe y cómo plantean establecer los límites entre esa fe, cualquiera que sea, se profese o no, con su hipotética responsabilidad al frente del Estado.
Si desean ir a misa, pueden hacerlo cuando lo deseen en la privacidad de cualquier templo. Lo de ayer, no nos engañemos, fueron actos públicos con una evidente intencionalidad política y electoral.
En ese contexto hubo dos ausencias que son notables: no se vio en ningún papel protagónico al cardenal Norberto Rivera, arzobispo de la Ciudad de México y que se dice que está distanciado con el papa Benedicto. Y éste decidió no encontrarse con las víctimas de Marcial Maciel, a pesar de que sí lo había hecho con víctimas de casos similares en otras naciones.
Paradójicamente, ambas historias están entrelazadas y son causa, también, de ese cansancio de la fe del que habló el Papa en su visita a México.
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