AMLO mató el amor

Ricardo Alemán

Luego de un minucioso estudio de opinión —sobre el fracaso de la República Amorosa—, la llamada “izquierda mexicana” y los “estrategas” de su candidato presidencial decidieron darle “cristiana sepultura” al amor, empleado como eslogan de campaña.

La decisión de “matar al amor” es uno de los puntos centrales del cambio de estrategia que ordenó Andrés Manuel López Obrador, luego que una encuesta reveló que, si bien siete de cada diez encuestados identifica la República Amorosa, sólo tres de ellos cree que es un eslogan atractivo.

En pocas palabras, que la chabacana patraña de la República Amorosa no se la tragaron ni los fanáticos del “lopezobradorismo”, ya no se diga los ciudadanos en general y, sobre todo, los electores a los que fue dirigida la venta del amor, como producto de mercadotecnia política. Y el fracaso fue de tal magnitud que apenas ayer —durante la protesta como candidato presidencial del Movimiento Ciudadano— AMLO ya sacó del discurso el tema del amor.

Pero una vez probado que “el amor” no da votos, López Obrador tiene ya listo el nuevo discurso, también novedoso, ahora vinculado con el cambio y con la verdad. ¿De qué se trata? Pues precisamente de eso, del fuerte vínculo que pretende “vender” AMLO con su figura, su candidatura y su historia. Es decir, hacer creer a los electores que el tabasqueño es el representante del “cambio verdadero”.

Ayer mismo —en un poco emotivo evento en el teatro Metropolitan, que contrastó con el acarreo poco afortunado de la candidata Josefina Vázquez Mota en el Estadio Azul—, el candidato López Obrador centró su discurso en el “cambio verdadero”, y hasta trató de prevenir a los electores, al proponer que no voten por “un anuncio publicitario” —en relación a Peña Nieto—, sino por “el cambio verdadero” que, según pregona, “está en la voluntad ciudadana”.

Pero más allá de los discursos, dicen los estrategas de AMLO que el eslogan del “Cambio Verdadero” parte de la idea de que la contienda presidencial de 2012 será entre dos. Pero no, que nadie se equivoque. No se trata de reconocer que la batalla se dará entre el PRI y el PAN, como lo demuestran todas las encuetas.

No, AMLO impulsará la idea de que los tricolores y los azules son uno mismo, un interés común y único, y que la pelea será entre esas gemelas que han caminado juntas desde 1988 —el PRI y el PAN— y “el cambio verdadero”, que lo representa —por supuesto— López Obrador. Así, y de nueva cuenta, AMLO le apuesta a un juego de palabras para colarse a la tendencia de que la disputa será entre dos; entre él, que es uno, y el otro, que son el PRI y el PAN juntos. El problema es que pocos creen que resulte el nuevo recurso engañabobos.

Pero no es todo. Los estrategas también trabajan en eliminar la imagen de AMLO envejecido, sea en campaña, sea en los juegos de beisbol. Por lo pronto ya le cambiaron el look, le matizaron el pelo, le rediseñaron los trajes y —aunque usted no lo crea— pronto aparecerá en spots y encuentros con jóvenes. O sea, que además de matar al amor, también decidieron “matar al viejito”.

En este caso, los estrategas estudiaron los spots de los entonces candidatos Mitterrand, de Francia, y Lula, de Brasil. Como es sabido, los dos debieron recurrir a estrategias de imagen y mercadotecnia para cambiar la imagen de candidatos añosos. Y también, como se sabe, en los dos casos la estrategia resultó ganadora. Y claro, a ello le apuesta AMLO, a quien veremos rodeado de jóvenes.

Pero tampoco ahí termina el cambio de estrategia. Como lo adelantamos, al mudar la estratagema amorosa, regresará el López Obrador crítico del gobierno de Calderón y de los candidatos del PRI y del PAN. Pero que nadie se equivoque, no criticará a los medios, a los empresarios, y menos a las agrupaciones sociales como, por ejemplo, los sindicatos. ¿Le resultará la nueva estrategia? Al tiempo.

EN EL CAMINO.

Por cierto, le va a salir muy cara a AMLO la defensa a ultranza del indefendible Manuel Bartlett. ¿Por qué? Porque podrá decir misa, pero no sólo compra la carne envenenada del fraude electoral de 1988, sino del crimen de Manuel Buendía y el vínculo de Bartlett con las bandas del narcotráfico a través de José Antonio Zorrilla, el ex director de la DFS. Y nomás falta que AMLO también perdone a Zorrilla y hasta le guarde su candidatura a diputado federal. Pero lo más vergonzoso es que la dizque izquierda guarda un penoso silencio de complicidad ante todo ese cochinero. ¿Y el diario La Jornada no dirá nada; seguirá aplaudiendo la impunidad?

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