Denisse Dresser
AMLO amoroso, amable, afectuoso. Intentando colocar una cara nueva sobre una imagen cansada y confrontadora. Sabiendo que tiene demasiados enemigos como para crear más. Entendiendo –quizás– la necesidad de deslizarse hacia el centro del espectro político y liderar una izquierda moderna y propositiva desde allí. Comprendiendo –quizás– que precisamente eso llevó al poder a Tony Blair y a Ricardo Lagos y a Felipe González y a Michelle Bachelet. La transformación del agravio histórico en propuesta práctica. La reinvención del resentimiento en planteamiento. El combate a la desigualdad junto con medidas para asegurar la movilidad. López Obrador nunca ha pensado de esta manera pero ahora intenta hacerlo para desmantelar la desconfianza que creó.
Porque las preguntas que persiguen a López Obrador tienen razón de ser. Las dudas que lo rodean son legítimas. Durante los últimos seis años, el Peje muestra múltiples facetas, múltiples caras, múltiples maneras de ser y de pelear. A veces cae en la provocación, a veces promueve la reconciliación; a veces empuña el machete, a veces extiende la mano; a veces ha hablado de la refundación total de la República y a veces ha hablado tan sólo de reformarla. Y de allí las dudas que despierta. De allí los temores que suscita. Porque las posturas de AMLO han sido fogosas, combativas, provocadoras. Porque por táctica o por convencimiento, AMLO ha usado sus palabras como un sable. Las ha pronunciado para despreciar la ley, para “mandar al diablo a las instituciones”, para condenar a la Suprema Corte, para enjuiciar a la clase empresarial, para hablar de la mafia que manda en México, para convocar a un plantón sobre Paseo de la Reforma. En el 2006 AMLO fue un redentor que ofreció aliviar la pobreza pero no explicó cómo lograría crear riqueza. Fue el líder social que no supo cómo ser político profesional.
Ahora vemos emerger a un López Obrador que trata de distanciarse de René Bejarano y dice que lleva siete años sin verlo o hablar con él. Que se refiere al fraude de la última elección presidencial pero ya no lo vuelve el eje central de su discurso. Que está invitando a empresarios a formar parte de su equipo en vez de denostarlos a cada paso. Que habla de la colaboración entre del sector público, el sector privado y el sector social. Que –sorprendentemente– acepta la posibilidad de la inversión privada en telecomunicaciones. Que tal vez comprende que el proyecto de nación que ofreció en el 2006 era demasiado estrecho, demasiado monocromático, demasiado centrado en qué hacer con los pobres y sin propuestas claras para las clases medias.
Ahora vemos surgir a un AMLO que quiere amar y ser amado.
El problema con esta postura es que difícilmente será suficiente para remontar la desconfianza que generó con su comportamiento poselectoral, sobre todo entre los electores independientes. Entre los electores indecisos. Entre los electores moderados que quieren un cambio pero no están convencidos de que el AMLO amoroso de hoy tan sólo enmascara al AMLO radical de ayer. Erich Fromm alguna vez escribió que “el amor es la respuesta al problema de la existencia humana”. Pero en el caso del Peje no queda claro que sea una bandera tan ancha como para arropar al electorado que necesita para ganar.
Porque la República del amor, con los códigos morales y las obligaciones éticas que AMLO ofrece, satisface el anhelo que muchos mexicanos tienen por un gobierno mejor. Un gobierno menos corrupto y más decente. Un gobierno menos rapaz y más honesto. Pero el amor de AMLO no es capaz de tapar los grandes hoyos que caracterizan su propuesta de gobierno. Los besos y abrazos de AMLO no alcanzan a llenar los huecos de su oferta económica o de combate al crimen. López Obrador hace el diagnóstico correcto de los males que aquejan a México pero no logra proponer las soluciones adecuadas. Porque para hacer crecer a la economía no basta con combatir la corrupción, prometer la austeridad republicana, confrontar los privilegios. Porque para resolver el problema del crimen no basta con decir que el Ejército estará fuera de las calles y los jóvenes dentro de las escuelas. Porque para encarar el problema de Pemex no basta con construir cinco refinerías. Porque para lidiar con los intereses atrincherados AMLO tendría que reconocer que existen también en los sindicatos que él defiende.
¿Qué hará López Obrador con las tribus rapaces del PRD que proliferan en el Distrito Federal? ¿Con el monopolio de Carlos Slim a quien defiende? ¿Con el sindicato petrolero? ¿Con Televisa y TV Azteca? ¿Con La Familia y el Chapo y Los Zetas? López Obrador aún no logra responder estas preguntas de manera clara y cabal, de frente y convincente. No logra todavía construir una izquierda capaz de remontar la imagen de intransigencia que fortalece al priismo en vez de frenar su avance. Una izquierda que sea acicate del cambio progresista y no pretexto para la restauración conservadora. Una izquierda con ideas viables y no sólo posiciones morales. Una izquierda que sepa hablarle a las clases medias en lugar de alienarlas. Una izquierda que sepa ser opción viable de gobierno, porque el país la necesita. John Lennon cantaba “Todo lo que necesitas es amor”. En el caso de Andrés Manuel López Obrador resulta ser que no es así.
AMLO amoroso, amable, afectuoso. Intentando colocar una cara nueva sobre una imagen cansada y confrontadora. Sabiendo que tiene demasiados enemigos como para crear más. Entendiendo –quizás– la necesidad de deslizarse hacia el centro del espectro político y liderar una izquierda moderna y propositiva desde allí. Comprendiendo –quizás– que precisamente eso llevó al poder a Tony Blair y a Ricardo Lagos y a Felipe González y a Michelle Bachelet. La transformación del agravio histórico en propuesta práctica. La reinvención del resentimiento en planteamiento. El combate a la desigualdad junto con medidas para asegurar la movilidad. López Obrador nunca ha pensado de esta manera pero ahora intenta hacerlo para desmantelar la desconfianza que creó.
Porque las preguntas que persiguen a López Obrador tienen razón de ser. Las dudas que lo rodean son legítimas. Durante los últimos seis años, el Peje muestra múltiples facetas, múltiples caras, múltiples maneras de ser y de pelear. A veces cae en la provocación, a veces promueve la reconciliación; a veces empuña el machete, a veces extiende la mano; a veces ha hablado de la refundación total de la República y a veces ha hablado tan sólo de reformarla. Y de allí las dudas que despierta. De allí los temores que suscita. Porque las posturas de AMLO han sido fogosas, combativas, provocadoras. Porque por táctica o por convencimiento, AMLO ha usado sus palabras como un sable. Las ha pronunciado para despreciar la ley, para “mandar al diablo a las instituciones”, para condenar a la Suprema Corte, para enjuiciar a la clase empresarial, para hablar de la mafia que manda en México, para convocar a un plantón sobre Paseo de la Reforma. En el 2006 AMLO fue un redentor que ofreció aliviar la pobreza pero no explicó cómo lograría crear riqueza. Fue el líder social que no supo cómo ser político profesional.
Ahora vemos emerger a un López Obrador que trata de distanciarse de René Bejarano y dice que lleva siete años sin verlo o hablar con él. Que se refiere al fraude de la última elección presidencial pero ya no lo vuelve el eje central de su discurso. Que está invitando a empresarios a formar parte de su equipo en vez de denostarlos a cada paso. Que habla de la colaboración entre del sector público, el sector privado y el sector social. Que –sorprendentemente– acepta la posibilidad de la inversión privada en telecomunicaciones. Que tal vez comprende que el proyecto de nación que ofreció en el 2006 era demasiado estrecho, demasiado monocromático, demasiado centrado en qué hacer con los pobres y sin propuestas claras para las clases medias.
Ahora vemos surgir a un AMLO que quiere amar y ser amado.
El problema con esta postura es que difícilmente será suficiente para remontar la desconfianza que generó con su comportamiento poselectoral, sobre todo entre los electores independientes. Entre los electores indecisos. Entre los electores moderados que quieren un cambio pero no están convencidos de que el AMLO amoroso de hoy tan sólo enmascara al AMLO radical de ayer. Erich Fromm alguna vez escribió que “el amor es la respuesta al problema de la existencia humana”. Pero en el caso del Peje no queda claro que sea una bandera tan ancha como para arropar al electorado que necesita para ganar.
Porque la República del amor, con los códigos morales y las obligaciones éticas que AMLO ofrece, satisface el anhelo que muchos mexicanos tienen por un gobierno mejor. Un gobierno menos corrupto y más decente. Un gobierno menos rapaz y más honesto. Pero el amor de AMLO no es capaz de tapar los grandes hoyos que caracterizan su propuesta de gobierno. Los besos y abrazos de AMLO no alcanzan a llenar los huecos de su oferta económica o de combate al crimen. López Obrador hace el diagnóstico correcto de los males que aquejan a México pero no logra proponer las soluciones adecuadas. Porque para hacer crecer a la economía no basta con combatir la corrupción, prometer la austeridad republicana, confrontar los privilegios. Porque para resolver el problema del crimen no basta con decir que el Ejército estará fuera de las calles y los jóvenes dentro de las escuelas. Porque para encarar el problema de Pemex no basta con construir cinco refinerías. Porque para lidiar con los intereses atrincherados AMLO tendría que reconocer que existen también en los sindicatos que él defiende.
¿Qué hará López Obrador con las tribus rapaces del PRD que proliferan en el Distrito Federal? ¿Con el monopolio de Carlos Slim a quien defiende? ¿Con el sindicato petrolero? ¿Con Televisa y TV Azteca? ¿Con La Familia y el Chapo y Los Zetas? López Obrador aún no logra responder estas preguntas de manera clara y cabal, de frente y convincente. No logra todavía construir una izquierda capaz de remontar la imagen de intransigencia que fortalece al priismo en vez de frenar su avance. Una izquierda que sea acicate del cambio progresista y no pretexto para la restauración conservadora. Una izquierda con ideas viables y no sólo posiciones morales. Una izquierda que sepa hablarle a las clases medias en lugar de alienarlas. Una izquierda que sepa ser opción viable de gobierno, porque el país la necesita. John Lennon cantaba “Todo lo que necesitas es amor”. En el caso de Andrés Manuel López Obrador resulta ser que no es así.
Comentarios