Carlos Ramírez / Indicador Político
La lucha por imponer las encuestas como agendas políticas y de poder ha llevado a partidos y candidatos a una verdadera guerra de posiciones y de trincheras. Si bien una encuesta no genera votos, sí crea percepciones que pueden imponerse como temas centrales.
En la técnica de las encuestas, los push polling son sondeos electorales que tienen el propósito de imponer la agenda del debate, cumplen con los requisitos profesionales y su utilidad es política. En el 2006 el PAN la usó para fijar la competencia bipartidista PAN-PRD, dejar al priísta Roberto Madrazo en un tercer sitio y preparar la campaña de López Obrador como un peligro para México.
La encuesta de GEA-ISA publicada en Milenio ayer jueves carece de errores metodológicos, cumple con todos los requisitos técnicos y proviene de una empresa profesional registrada. En el 2006, GEA-ISA fue la encuestadora que acertó en el resultado, lo cual habla de su capacidad profesional. Pero su difusión en medio de la actual veda electoral impuso agenda política.
El mago de los push polling políticos fue Karl Rove, el todopoderoso asesor político de George W. Bush y operador de la elección y reelección del republicano. Las en cuestas push polling tienen dos formas: Alimentar previamente a los encuestados con preguntas inducidas o su utilización para imponer agenda. El objetivo, señala una declaración del Consejo Nacional de Encuestas Públicas de los EU citada por Daniel Morrow en The Potomac, Washington’s Literary Review, es el de “empujar” a los votantes lejos de un candidato y hacia otro.
Morrow hace un juego de palabras: “En otras palabras, falsas y reprobables de arriba a bajo, el push polling es como un Godzilla vestido de oveja”, sólo que el estadounidense promedio “sabe mucho más de Godzilla que de las encuestas de inserción”.
La difusión de la encuesta de GEA-ISA puso la agenda política de la disminución de la ventaja de Enrique Peña Nieto y el ascenso de la panista Josefina Vázquez Mota en la orilla de dos coyunturas: La declaración presidencial ante consejeros de Banamex de que Josefina había reducido su desventaja de Peña en cuatro puntos porcentuales y la percepción de que los errores de Peña lo habían obligado a disminuir su exposición pública provocando indicios de una baja en las encuestas.
Asimismo, la encuesta de GEA-ISA se difundió horas después de la reunión de los candidatos presidenciales en el foro “Laboratorio Político 2012”, organizado por la Asociación Mexicana de Agencias de Investigación de Mercado y Opinión Pública (AMAI), que agrupa a las principales encuestadoras. Con especial cuidado, los candidatos Peña Nieto, Josefina y López Obrador reconocieron el valor de las encuestas para la toma de decisiones políticas y electorales; inclusive, el perredista tuvo que reconocer que las encuestas “bien instrumentadas” son fundamentales para la toma de decisiones.
La agenda política de la disminución de la ventaja Peña-Josefina y la distancia creciente de López Obrador será, como es obvio, el tema de los días de veda electoral. Como los candidatos no pueden responder y la técnica de la encuestadora está fuera de duda, entonces el efecto político del sondeo de GEA-ISA dejó ya en el imaginario colectivo la percepción de que --como en el 2006-- la competencia presidencial será entre dos, Peña y Josefina, y que el perredista se aleja de cualquier posibilidad de competitividad.
Si bien es cierto que la encuesta más exacta es la votación como consulta a los ciudadanos, de todos modos los sondeos son instrumentos de medición del estado de ánimo de la sociedad en los momentos de levantamiento. Hasta antes de la encuesta de GEA-ISA existía la percepción de que Peña seguía manteniendo su ventaja de dos dígitos y que sus tropiezos de diciembre a febrero no le habían dañado su tendencia electoral; después del sondeo publicado en Milenio, se abolló el blindaje de percepción pública que habían construido a Peña como traje a la medida. Lo grave para el mediocre equipo de comunicación social del priísta se localiza en el hecho de que el propio PRI ha vendido la percepción de las encuestas casi como dictados irrebatibles y una encuesta se metió en ese escenario de certezas indubitables.
El fantasma del 2006 se le apareció ya a Peña. A finales de febrero del 2006, Indicador Político recogió las principales encuestas en ese momento: El Universal dio la cifra 30%/27% para López Obrador/Calderón, Reforma registró la cifra 38%/31% y Milenio difundió la tendencia 36%/31%. Las tres encuestas revelaron que López Obrador había comenzado a caer en las preferencias en diciembre de 2005 y en febrero Calderón comenzaba a alcanzarlo.
El peor error de las encuestas es analizarlas en escenarios de trampas políticas. En realidad, la tendencia electoral se mueve por electores oscilantes. Y Peña se enredó en errores públicos: Los libros que habría leído, el incidente dinamizado por su hija, el desconocimiento de los precios de básicos y su referencia despectiva a que “no soy la señora de la casa”, y el alejamiento público que provocaron esos tropiezos; en tanto Josefina catapultó mediáticamente el vacío de Peña y López Obrador después de ser designados, la elección interna del PAN aprovechó la posibilidad de una mujer como primera presidenta de la república y la veda fue sacudida por la encuesta de los cuatro puntos y ahora la de GEA-ISA.
Sin posibilidad de medición política de las tendencias durante la campaña que viene, las encuestas serán el territorio de la guerra de posiciones políticas entre los candidatos. Y ahí Josefina y el PAN ganaron una primera batalla, sin duda la más importante porque lograron cambiar la percepción de que Peña ya había ganado la presidencia. Y en el 2006 ese cambio de percepción benefició a Calderón y dañó a López Obrador.
La lucha por imponer las encuestas como agendas políticas y de poder ha llevado a partidos y candidatos a una verdadera guerra de posiciones y de trincheras. Si bien una encuesta no genera votos, sí crea percepciones que pueden imponerse como temas centrales.
En la técnica de las encuestas, los push polling son sondeos electorales que tienen el propósito de imponer la agenda del debate, cumplen con los requisitos profesionales y su utilidad es política. En el 2006 el PAN la usó para fijar la competencia bipartidista PAN-PRD, dejar al priísta Roberto Madrazo en un tercer sitio y preparar la campaña de López Obrador como un peligro para México.
La encuesta de GEA-ISA publicada en Milenio ayer jueves carece de errores metodológicos, cumple con todos los requisitos técnicos y proviene de una empresa profesional registrada. En el 2006, GEA-ISA fue la encuestadora que acertó en el resultado, lo cual habla de su capacidad profesional. Pero su difusión en medio de la actual veda electoral impuso agenda política.
El mago de los push polling políticos fue Karl Rove, el todopoderoso asesor político de George W. Bush y operador de la elección y reelección del republicano. Las en cuestas push polling tienen dos formas: Alimentar previamente a los encuestados con preguntas inducidas o su utilización para imponer agenda. El objetivo, señala una declaración del Consejo Nacional de Encuestas Públicas de los EU citada por Daniel Morrow en The Potomac, Washington’s Literary Review, es el de “empujar” a los votantes lejos de un candidato y hacia otro.
Morrow hace un juego de palabras: “En otras palabras, falsas y reprobables de arriba a bajo, el push polling es como un Godzilla vestido de oveja”, sólo que el estadounidense promedio “sabe mucho más de Godzilla que de las encuestas de inserción”.
La difusión de la encuesta de GEA-ISA puso la agenda política de la disminución de la ventaja de Enrique Peña Nieto y el ascenso de la panista Josefina Vázquez Mota en la orilla de dos coyunturas: La declaración presidencial ante consejeros de Banamex de que Josefina había reducido su desventaja de Peña en cuatro puntos porcentuales y la percepción de que los errores de Peña lo habían obligado a disminuir su exposición pública provocando indicios de una baja en las encuestas.
Asimismo, la encuesta de GEA-ISA se difundió horas después de la reunión de los candidatos presidenciales en el foro “Laboratorio Político 2012”, organizado por la Asociación Mexicana de Agencias de Investigación de Mercado y Opinión Pública (AMAI), que agrupa a las principales encuestadoras. Con especial cuidado, los candidatos Peña Nieto, Josefina y López Obrador reconocieron el valor de las encuestas para la toma de decisiones políticas y electorales; inclusive, el perredista tuvo que reconocer que las encuestas “bien instrumentadas” son fundamentales para la toma de decisiones.
La agenda política de la disminución de la ventaja Peña-Josefina y la distancia creciente de López Obrador será, como es obvio, el tema de los días de veda electoral. Como los candidatos no pueden responder y la técnica de la encuestadora está fuera de duda, entonces el efecto político del sondeo de GEA-ISA dejó ya en el imaginario colectivo la percepción de que --como en el 2006-- la competencia presidencial será entre dos, Peña y Josefina, y que el perredista se aleja de cualquier posibilidad de competitividad.
Si bien es cierto que la encuesta más exacta es la votación como consulta a los ciudadanos, de todos modos los sondeos son instrumentos de medición del estado de ánimo de la sociedad en los momentos de levantamiento. Hasta antes de la encuesta de GEA-ISA existía la percepción de que Peña seguía manteniendo su ventaja de dos dígitos y que sus tropiezos de diciembre a febrero no le habían dañado su tendencia electoral; después del sondeo publicado en Milenio, se abolló el blindaje de percepción pública que habían construido a Peña como traje a la medida. Lo grave para el mediocre equipo de comunicación social del priísta se localiza en el hecho de que el propio PRI ha vendido la percepción de las encuestas casi como dictados irrebatibles y una encuesta se metió en ese escenario de certezas indubitables.
El fantasma del 2006 se le apareció ya a Peña. A finales de febrero del 2006, Indicador Político recogió las principales encuestas en ese momento: El Universal dio la cifra 30%/27% para López Obrador/Calderón, Reforma registró la cifra 38%/31% y Milenio difundió la tendencia 36%/31%. Las tres encuestas revelaron que López Obrador había comenzado a caer en las preferencias en diciembre de 2005 y en febrero Calderón comenzaba a alcanzarlo.
El peor error de las encuestas es analizarlas en escenarios de trampas políticas. En realidad, la tendencia electoral se mueve por electores oscilantes. Y Peña se enredó en errores públicos: Los libros que habría leído, el incidente dinamizado por su hija, el desconocimiento de los precios de básicos y su referencia despectiva a que “no soy la señora de la casa”, y el alejamiento público que provocaron esos tropiezos; en tanto Josefina catapultó mediáticamente el vacío de Peña y López Obrador después de ser designados, la elección interna del PAN aprovechó la posibilidad de una mujer como primera presidenta de la república y la veda fue sacudida por la encuesta de los cuatro puntos y ahora la de GEA-ISA.
Sin posibilidad de medición política de las tendencias durante la campaña que viene, las encuestas serán el territorio de la guerra de posiciones políticas entre los candidatos. Y ahí Josefina y el PAN ganaron una primera batalla, sin duda la más importante porque lograron cambiar la percepción de que Peña ya había ganado la presidencia. Y en el 2006 ese cambio de percepción benefició a Calderón y dañó a López Obrador.
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