Raymundo Riva Palacio
En una sociedad altamente mediatizada como la mexicana, los símbolos juegan un papel fundamental en la política. Quien lo entienda mejor, sacará mejor provecho; quien no los descifre, su sorpresa será tan grande el 1 de julio, como su frustración. Andrés Manuel López Obrador, el político con mayor oficio de los que contienden por la Presidencia, el del olfato más sofisticado y un sobreviviente excepcional, se está rezagando y no quiere admitirlo. En los últimos días mostró lo estático que se encuentra en el tiempo político.
Josefina Vázquez Mota, la candidata panista, lo metió en la contradicción de un problema que cada vez irá pesando más: la edad de su equipo. En una reunión con estudiantes en el ITAM, dijo que la edad del gabinete designado por López Obrador sumaba los “mil 500 años”. El candidato de la izquierda, sin los reflejos de antaño, admitió la suma, pero dijo que esos años eran más de experiencia y mandó involuntariamente un mensaje que no entiende –o no le interesa- a casi la mitad del electorado que tiene menos de 30 años, y que nació aparejado a la cuarta revolución tecnológica en la historia de la humanidad –siguiendo el cronograma de Jacques Atali- que es internet.
López Obrador no quiere entender que hay un mundo político, el que probablemente decidirá los márgenes de la elección presidencial, que son votantes indecisos, o que sufragarán por primera vez en su vida, que se calculan en unos 11 millones de jóvenes adultos, cuyos motivadores no están en la ideología, sino en lo que ven, escuchan y perciben. En esta sociedad mediatizada, el gabinete de López Obrador, con una media de edad de 63 años, es un error estratégico frente a un país cuyo promedio de edad nacional son 26 años. Que aparezca en público, como ante el consejo de Banamex, con el saco grande y despeinado, transmite un mensaje de debilidad física y abandono.
El candidato de la izquierda tampoco está analizando adecuadamente lo que sucede con sus adversarios. Vázquez Mota, como el priista Enrique Peña Nieto, comenzaron la mudanza de sus colores, incorporando el naranja y blanco al azul panista en busca de los indecisos, y caminando hacia el blanco absoluto en lugar del rojo, para abandonar el color con el cual se identifica al PRI del cual, por la vía de las sensaciones, se quiere distanciar. López Obrador, que cambió la corbata amarilla perredista por la rosa, de la República Amorosa, se mantiene en la misma línea táctica, aunque en los dos últimos meses su preferencia de voto, en la mayoría de las encuestas, se mantiene sin crecimiento real.
López Obrador tiene menos edad de la que representa, pero es el mayor de los candidatos presidenciales. Su caso es equivalente a Jacques Chirac, que cuando llegó a la Presidencia de Francia, era mayor que el tabasqueño. Pero Chirac jugó con los símbolos, y aparecía en fotos en mangas de camisa, rodeado por jóvenes y en el campo, con el cielo azul a sus espaldas, que proyectaba frescura. Felipe González logró su relección en España con escenarios verdes porque, decía, eran “el color de la esperanza”.
Los políticos se mueven en función de la masa de electores. Raúl Alfonsín se religió en Argentina con un lema simple –“A triunfar”- y 30 spots, de los cuales, los más exitosos fueron de 10 segundos que decían: “Hizo más que nadie, hará mucho más”. Peña Nieto recorre el país grabando 60 spots que inundarán la radio y televisión cuando comience la campaña, y Vázquez Mota aprovecha la veda electoral con imágenes de vida cotidiana, llenando los espacios mediáticos con fotografías en el mercado o con ex candidatas presidenciales.
En ambos casos, sus equipos trabajan sobre esta sociedad mediatizada, vacía en un alto porcentaje de ideología y sin referentes de aquella política mexicana de jerarquías, clientelas y estructuras corporativas. Eso compone el llamado voto duro, que se tiene que cuidar, pero que para nadie ya es suficiente para ganar una elección presidencial. López Obrador tiene que revisar sus estrategias y ver hacia dónde quiere ir. Tienen poco tiempo, pero tienen también la responsabilidad histórica de hacerlo y evitar que este país, con su incipiente democracia, corra hacia un bipartidismo que será insuficiente para representar a todos los mexicanos.
En una sociedad altamente mediatizada como la mexicana, los símbolos juegan un papel fundamental en la política. Quien lo entienda mejor, sacará mejor provecho; quien no los descifre, su sorpresa será tan grande el 1 de julio, como su frustración. Andrés Manuel López Obrador, el político con mayor oficio de los que contienden por la Presidencia, el del olfato más sofisticado y un sobreviviente excepcional, se está rezagando y no quiere admitirlo. En los últimos días mostró lo estático que se encuentra en el tiempo político.
Josefina Vázquez Mota, la candidata panista, lo metió en la contradicción de un problema que cada vez irá pesando más: la edad de su equipo. En una reunión con estudiantes en el ITAM, dijo que la edad del gabinete designado por López Obrador sumaba los “mil 500 años”. El candidato de la izquierda, sin los reflejos de antaño, admitió la suma, pero dijo que esos años eran más de experiencia y mandó involuntariamente un mensaje que no entiende –o no le interesa- a casi la mitad del electorado que tiene menos de 30 años, y que nació aparejado a la cuarta revolución tecnológica en la historia de la humanidad –siguiendo el cronograma de Jacques Atali- que es internet.
López Obrador no quiere entender que hay un mundo político, el que probablemente decidirá los márgenes de la elección presidencial, que son votantes indecisos, o que sufragarán por primera vez en su vida, que se calculan en unos 11 millones de jóvenes adultos, cuyos motivadores no están en la ideología, sino en lo que ven, escuchan y perciben. En esta sociedad mediatizada, el gabinete de López Obrador, con una media de edad de 63 años, es un error estratégico frente a un país cuyo promedio de edad nacional son 26 años. Que aparezca en público, como ante el consejo de Banamex, con el saco grande y despeinado, transmite un mensaje de debilidad física y abandono.
El candidato de la izquierda tampoco está analizando adecuadamente lo que sucede con sus adversarios. Vázquez Mota, como el priista Enrique Peña Nieto, comenzaron la mudanza de sus colores, incorporando el naranja y blanco al azul panista en busca de los indecisos, y caminando hacia el blanco absoluto en lugar del rojo, para abandonar el color con el cual se identifica al PRI del cual, por la vía de las sensaciones, se quiere distanciar. López Obrador, que cambió la corbata amarilla perredista por la rosa, de la República Amorosa, se mantiene en la misma línea táctica, aunque en los dos últimos meses su preferencia de voto, en la mayoría de las encuestas, se mantiene sin crecimiento real.
López Obrador tiene menos edad de la que representa, pero es el mayor de los candidatos presidenciales. Su caso es equivalente a Jacques Chirac, que cuando llegó a la Presidencia de Francia, era mayor que el tabasqueño. Pero Chirac jugó con los símbolos, y aparecía en fotos en mangas de camisa, rodeado por jóvenes y en el campo, con el cielo azul a sus espaldas, que proyectaba frescura. Felipe González logró su relección en España con escenarios verdes porque, decía, eran “el color de la esperanza”.
Los políticos se mueven en función de la masa de electores. Raúl Alfonsín se religió en Argentina con un lema simple –“A triunfar”- y 30 spots, de los cuales, los más exitosos fueron de 10 segundos que decían: “Hizo más que nadie, hará mucho más”. Peña Nieto recorre el país grabando 60 spots que inundarán la radio y televisión cuando comience la campaña, y Vázquez Mota aprovecha la veda electoral con imágenes de vida cotidiana, llenando los espacios mediáticos con fotografías en el mercado o con ex candidatas presidenciales.
En ambos casos, sus equipos trabajan sobre esta sociedad mediatizada, vacía en un alto porcentaje de ideología y sin referentes de aquella política mexicana de jerarquías, clientelas y estructuras corporativas. Eso compone el llamado voto duro, que se tiene que cuidar, pero que para nadie ya es suficiente para ganar una elección presidencial. López Obrador tiene que revisar sus estrategias y ver hacia dónde quiere ir. Tienen poco tiempo, pero tienen también la responsabilidad histórica de hacerlo y evitar que este país, con su incipiente democracia, corra hacia un bipartidismo que será insuficiente para representar a todos los mexicanos.
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