Voto nulo y abstencionismo

Octavio Rodríguez Araujo

Entre ciertos sectores de la llamada sociedad civil, que etimológicamente es también política (cîvîlis, cîvîle = ciudadano, político, público, según mi diccionario latín-español), se reproduce la idea de anular el voto en las próximas elecciones federales. El argumento más generalizado es que tanto los partidos como los candidatos no son creíbles o, por lo menos, no son lo que algunos quisieran. Otra consideración semejante, pero distinta en su esencia, es que la mal llamada clase política ha expropiado a la sociedad sus derechos civiles (en el sentido de ciudadanos), para usarlos a su favor en la esfera del poder, de un poder con el que no cuentan los ciudadanos comunes. Otro razonamiento, que viene fundamentalmente del anarquismo, es que todo poder y toda jerarquía son, por definición, autoritarismo e imposición de unos sobre otros (dominación).

Daré por buenas, sin estar de acuerdo, las anteriores justificaciones para querer anular el voto el próximo primero de julio. Pero destacaré un problema que ahí está pero no quieren ver ni los anulistas ni los abstencionistas: que voten o no, alguien ganará la Presidencia, el Senado y la Cámara de Diputados, aunque sea por un voto sobre sus competidores. Y no sólo esto, sino que mientras no se cambien la Constitución y las leyes que determinan y sustentan nuestro sistema político, habrá un gobernante, además de legisladores. Y esto será así porque en nuestra democracia, tan imperfecta como se la quiera ver, con un voto se gana. Bien lo dijo López Portillo cuando era el único candidato presidencial: si voto por mí, gano. Y tenía razón, pues no había alternativa: ciertamente era el único registrado como tal.

Algunos de los defensores del voto nulo o de la abstención (que en el contexto son casi sinónimos) sostienen también que si todos echaran a perder sus votos o se quedaran en su casa el día de la elección, se demostraría que ni los partidos ni sus candidatos tienen legitimidad. Pero toca el caso que esto nunca ocurrirá, por alguna de las siguientes razones: no todo mundo está de acuerdo en abstenerse o en votar nulo, entre otras cosas porque son militantes de partidos, porque les gustan uno o varios candidatos, porque pese a no ser una obligación votar, como en otros países, lo consideran un deber cívico y porque no hay autoridad moral suficiente entre los anulistas y abstencionistas para convencer a todos los mexicanos mayores de edad. Metafóricamente se ha hablado del partido de la abstención, pero no existe como tal: no todos los que se abstienen lo hacen por rechazo; muchos lo hacen por apatía o porque el partido de futbol está muy interesante o porque ese día llovió y no quieren mojarse.

Estos defensores del voto nulo o de la abstención generalizados como supuesta lección para los políticos en realidad son víctimas del pensamiento ilusorio (en inglés wishful thinking), o de una suerte de voluntarismo, más que subjetivo, solipsista.

En la realidad concreta de cada país y de sus respectivas elecciones, los partidos existen porque no se ha encontrado mejor fórmula para proponer alternativas organizadas a lo existente (en el mejor de los casos), así como candidatos a gobernar y a representar (mal o bien) los deseos y necesidades de las sociedades complejas en que vivimos. Por lo mismo, los políticos y los gobernantes también existen; y tanto unos como otros son también ciudadanos, que hacen política como otros hacen comida, casas o música (aunque puede haber políticos que cocinen bien, o sean constructores o toquen el piano; no son actividades excluyentes).

Por lo tanto, les guste o no a muchos que ven feo a la política y a los políticos, éstos no dejarán de existir y la representación y el poder no serán eliminados por los buenos o malos deseos de sus detractores.

Lo mismo se puede decir de aquellos que se sienten tan puros en su ética y en su ideología que no encuentran, a la medida de su subjetividad, ningún partido ni candidato que les cuadre. No me siento representado en ninguno de ellos, suelen decir, para añadir de inmediato: mejor no voto, o si voy a las urnas anulo mi boleta. La gran paradoja de quienes así piensan es que con su voto nulo o su abstención le estarán tendiendo un puente de plata a quienes tienen la sartén por el mango o la fuerza suficiente para apoderarse de ella, es decir a quienes ya gobiernan o a quienes gozan de mayores apoyos de los poderes fácticos que controlan los medios de comunicación y concentran las mayores riquezas del país, de un país donde el voto se compra incluso con una despensa o con láminas de cartón enchapopotado. Estos puros e impolutos ciudadanos, henchidos de ética y a veces de moralina, no quieren aceptar que con su posición favorecen a quienes tienen ya el poder o la fuerza suficiente para disputarlo en una realidad donde con un voto se gana.

Asumen, asimismo, que votar por el que ellos consideran menos malo no es ético ni mucho menos revolucionario (en el caso de que dichos puros sean revolucionarios), pero no toman en cuenta que ese que llaman menos malo puede significar cambios que millones de personas, sobre todo los menos favorecidos de la sociedad, quieren aunque sea por el famoso peor es nada.

En mi lógica el a veces llamado menos malo es el bueno, incluso el mejor que podamos tener bajo ciertas circunstancias, reales y concretas. Que no es socialista, ¿importa? En el México de nuestros días muy poca gente aspira o lucha por el socialismo, y aun así no se ponen de acuerdo en su significado para un país como el nuestro. Es más lo que se sabe de lo que no se quiere que de lo que realmente se desea.

Una última reflexión: no les vaya a ocurrir a los anulistas y abstencionistas que por seguir sus sentimientos antipolíticos se desayunen con la novedad de que los gobierna quien, al final, resulte candidato del PRI o del PAN, es decir más de lo mismo, o peor.

Comentarios