Jacobo Zabludovsky / Bucareli
La libertad es como el aire: cuando falta es cuando más se aprecia.
El martes pasado un incidente sorpresivo expuso el grado de riesgo que corre nuestra libertad y la convicción ciudadana de la necesidad de defenderla.
Se celebraba en el Museo Nacional de Antropología el Foro “Drogas, un balance a un siglo de su prohibición” y no era un acto menor si consideramos que la inauguración estuvo a cargo de doña Margarita Zavala de Calderón, esposa del Presidente de la República, donde Alejandro Poiré, secretario de Gobernación, defendería la política del Gobierno en su lucha contra el narcotráfico.
En eso estaba don Alejandro cuando lo interrumpió una voz: “¿Quién adiestró a los “Zetas”? ¿Quién ha permitido que crezca el narcotráfico? ¿Dónde están los criminales? ¡Están en el Gobierno! ¡Toda la violencia y las muertes se han podido hacer gracias a la relación que los narcotraficantes tienen en el gobierno! ¡A lo mejor los mismos que lo cuidan a usted son asesinos!”. Los asistentes silenciosos escuchaban: “Son los nexos del ejército con las grandes mafias del narcotráfico, los nexos del Estado. Ustedes son la verdadera mafia”.
“El funcionario ensayó una sonrisa”, escribe Ciro Pérez Silva, de “La Jornada”. Elementos del Estado Mayor “corrieron en pos del inconforme”, Víctor Lima, defendido por los aplausos del público que gritaba déjenlo, déjenlo, “mandato que extrañamente obedecieron los militares”.
Reanudó su discurso el secretario cuando otra voz, la de Alfonso Molina, otra vez lo interrumpió: “¡Quítese las lagañas de billetes, díganos algo nuevo, eso ya lo sabíamos! Qué nos viene a proponer para que nuestras familias vivan mejor, eso es lo que queremos saber, no todo el rollo que nos vino usted a contar”. “También a él intentó sacarlo el Estado Mayor, dice Ciro, pero los gritos se repitieron: “¡No lo saquen! ¡Déjenlo que se exprese!, seguidos de aplausos, lo que impidió nuevamente que fuera expulsado del auditorio”.
El asunto trasciende de lo anecdótico si recordamos ejemplos históricos del origen de movimientos sociales nacidos así, con la apariencia de un descontento aislado, y crecieron hasta llegar al cambio de las circunstancias que los generaron.
De la anécdota saco dos o tres reflexiones.
Anoto, en primer lugar, el arrojo de los descontentos que, sabedores de la seguridad que rodeaba a doña Margarita y al señor Poiré y de los modos característicos de algunas escoltas, tuvieron el valor de hablar con el aval de su presencia y sus nombres y decir su verdad, que es la de muchos mexicanos, en un foro propicio ante la carencia de medios de difusión que transporten su protesta.
Reconozco, en segundo lugar, la unanimidad espontánea conque un público plural, variopinto, diverso, se unió en defensa de esos desconocidos cuyo valor civil los colocaba frente a un destino preocupante e incierto y los puso a salvo.
Elogio, en tercer lugar, la prudencia de los militares que escucharon un coro popular exigiendo mesura y actuaron en consecuencia. Mucho debe haber ayudado a esta conducta sensata la actitud, todo hay que decirlo, de doña Margarita y el secretario, respetuosos de las increpaciones que lejos de provocar una respuesta violenta fueron escuchadas con paciencia y sin interrupciones. Hasta donde nuestras pesquisas periodísticas nos lo permiten, sabemos que ambos disconformes salieron del lugar sin mayores problemas.
Si los ciudadanos dispusieran de tribunas donde decir su verdad no habría necesidad de recursos como el empleado en el Museo, pero las posibilidades de hacerse escuchar no son muchas, porque los medios en su aplastante mayoría son instrumentos del gobierno para la difusión de su propaganda. Es hora, hoy que se advierten los primeros síntomas, de escuchar un clamor de ira y de rencor, que no debe seguir siendo sofocado so pena de hacerlo estallar de manera incontrolable.
Entramos a un período de turbulencia política ante el cambio de nuestros gobernantes, un semestre donde puede pasar cualquier cosa y no es de sabios provocar conflictos sino evitar complicarlos. En este lapso la reunión del martes en el Museo abarcará todo el país y las quejas de quienes protestan con razón han de penetrar la cortina de la adulación que aísla, para perderlos, a los poderosos.
En el ocaso de su régimen que pronto se enfrentará al juicio de la historia, el Presidente debe escuchar las voces disonantes, es una forma de no equivocarse. En el silencio de la sordera no se hallan las mejores soluciones, sino todo lo contrario: decisiones contrarias a la voluntad popular. En este momento eso sería lo peor que nos pudiera pasar.
La libertad es como el aire: cuando falta es cuando más se aprecia.
El martes pasado un incidente sorpresivo expuso el grado de riesgo que corre nuestra libertad y la convicción ciudadana de la necesidad de defenderla.
Se celebraba en el Museo Nacional de Antropología el Foro “Drogas, un balance a un siglo de su prohibición” y no era un acto menor si consideramos que la inauguración estuvo a cargo de doña Margarita Zavala de Calderón, esposa del Presidente de la República, donde Alejandro Poiré, secretario de Gobernación, defendería la política del Gobierno en su lucha contra el narcotráfico.
En eso estaba don Alejandro cuando lo interrumpió una voz: “¿Quién adiestró a los “Zetas”? ¿Quién ha permitido que crezca el narcotráfico? ¿Dónde están los criminales? ¡Están en el Gobierno! ¡Toda la violencia y las muertes se han podido hacer gracias a la relación que los narcotraficantes tienen en el gobierno! ¡A lo mejor los mismos que lo cuidan a usted son asesinos!”. Los asistentes silenciosos escuchaban: “Son los nexos del ejército con las grandes mafias del narcotráfico, los nexos del Estado. Ustedes son la verdadera mafia”.
“El funcionario ensayó una sonrisa”, escribe Ciro Pérez Silva, de “La Jornada”. Elementos del Estado Mayor “corrieron en pos del inconforme”, Víctor Lima, defendido por los aplausos del público que gritaba déjenlo, déjenlo, “mandato que extrañamente obedecieron los militares”.
Reanudó su discurso el secretario cuando otra voz, la de Alfonso Molina, otra vez lo interrumpió: “¡Quítese las lagañas de billetes, díganos algo nuevo, eso ya lo sabíamos! Qué nos viene a proponer para que nuestras familias vivan mejor, eso es lo que queremos saber, no todo el rollo que nos vino usted a contar”. “También a él intentó sacarlo el Estado Mayor, dice Ciro, pero los gritos se repitieron: “¡No lo saquen! ¡Déjenlo que se exprese!, seguidos de aplausos, lo que impidió nuevamente que fuera expulsado del auditorio”.
El asunto trasciende de lo anecdótico si recordamos ejemplos históricos del origen de movimientos sociales nacidos así, con la apariencia de un descontento aislado, y crecieron hasta llegar al cambio de las circunstancias que los generaron.
De la anécdota saco dos o tres reflexiones.
Anoto, en primer lugar, el arrojo de los descontentos que, sabedores de la seguridad que rodeaba a doña Margarita y al señor Poiré y de los modos característicos de algunas escoltas, tuvieron el valor de hablar con el aval de su presencia y sus nombres y decir su verdad, que es la de muchos mexicanos, en un foro propicio ante la carencia de medios de difusión que transporten su protesta.
Reconozco, en segundo lugar, la unanimidad espontánea conque un público plural, variopinto, diverso, se unió en defensa de esos desconocidos cuyo valor civil los colocaba frente a un destino preocupante e incierto y los puso a salvo.
Elogio, en tercer lugar, la prudencia de los militares que escucharon un coro popular exigiendo mesura y actuaron en consecuencia. Mucho debe haber ayudado a esta conducta sensata la actitud, todo hay que decirlo, de doña Margarita y el secretario, respetuosos de las increpaciones que lejos de provocar una respuesta violenta fueron escuchadas con paciencia y sin interrupciones. Hasta donde nuestras pesquisas periodísticas nos lo permiten, sabemos que ambos disconformes salieron del lugar sin mayores problemas.
Si los ciudadanos dispusieran de tribunas donde decir su verdad no habría necesidad de recursos como el empleado en el Museo, pero las posibilidades de hacerse escuchar no son muchas, porque los medios en su aplastante mayoría son instrumentos del gobierno para la difusión de su propaganda. Es hora, hoy que se advierten los primeros síntomas, de escuchar un clamor de ira y de rencor, que no debe seguir siendo sofocado so pena de hacerlo estallar de manera incontrolable.
Entramos a un período de turbulencia política ante el cambio de nuestros gobernantes, un semestre donde puede pasar cualquier cosa y no es de sabios provocar conflictos sino evitar complicarlos. En este lapso la reunión del martes en el Museo abarcará todo el país y las quejas de quienes protestan con razón han de penetrar la cortina de la adulación que aísla, para perderlos, a los poderosos.
En el ocaso de su régimen que pronto se enfrentará al juicio de la historia, el Presidente debe escuchar las voces disonantes, es una forma de no equivocarse. En el silencio de la sordera no se hallan las mejores soluciones, sino todo lo contrario: decisiones contrarias a la voluntad popular. En este momento eso sería lo peor que nos pudiera pasar.
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